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BALONCESTO / GRUPO A-1

El Real Madrid cayó ante el Cajabilbao por tercera vez

Santiago Segurola

El Real Madrid padeció en el hangar de la casilla ese extraño síndrome que le aqueja frente al Cajabilbao. El tercer enfrentamiento consecutivo con los bilbaínos también se saldó con una derrota madrileña. Inexplicable, si se acepta que el Cajabilbao es un equipo de jugadores esforzados, sin duda disciplinados y definitivamente tenaces, pero siempre una escuadra de segundo orden. Sin embargo, una vez más, el Real Madrid se meció más que jugó.

Adormilado, con un juego mortecino en ataque y una abullla reboteadora que permitió el dominio de Kopicki y Lockhart bajo los cestos, el Real Madrid pagó además el elevado impuesto que le supone depender de Romay. El pívot de Sainz, preso de su aparatosa psicomotricidad y de su incapacidad para evitar contactos innecesarios, cometió su quinta personal al poco de comenzar la segunda parte. El Cajabilbao, que por momentos parecía vivir el famoso miedo escénico descrito por Valdano, recuperó el aliento y volvió a medirse sin miramientos al quinteto madrileño, y llegó a sumar siete puntos de ventaja en los inicios de la segunda mitad. Las cifras siempre permanecieron parejas. El Cajabilbao no tuvo que aguantar el diluvio de castigo que algunos suponían. Además, los dos americanos lucieron lo mejor de su repertorio. Kopicki, quizás atento a los elogios que siempre le prodiga Lolo Sainz, condujo a los bilbaínos en la primera parte. Kopicki, que es un pívot pesado, de culo bajo y escaso salto, aprovecha como pocos sus kilos para delimitar su territorio y saca enormes beneficios de su sentido del juego y de su condición de excelente pasador. El p1vot bilbaíno atrapó rebotes, sirvió cinco extraordinarias asistencias en la primera mitad y dejó que Lockhart tirará con comodidad desde cuatro metros.

Más que tirar, Lockhart disparó al blanco. Sumó 35 puntos, convirtió siete de sus ocho últimos lanzamientos, y, sin Romay, apabulló a Cargol, que no terminó de coger la onda al partido. El Real Madrid, que perdió innumerables balones, se vio obligado a fiar su suerte a las acciones individuales de Spriggs y a la constancia de Branson.

Spriggs no diseñó ni una de esas acciones que pueden convertir a Sainz en hipertenso crónico. Jugó con calma y buena cabeza, y pudo, decidir el partido a favor de su equipo. Su facilidad de movimientos bajo la canasta desarmó casi siempre a la defensa bilbaína. Pero Spriggs, que es una autoridad para forzar personales, no pasó en toda la segunda parte por la línea de tiros libres. Se sostuvieron, por tanto, los bilbaínos sin personales. Sólo los aleros incurrían en falta. Pero las alas bilbaínas son intercambiables y casi nunca se destapan en tareas anotadoras.

El Real Madrid, por el contrario, llegó a los cinco últimos minutos con Branson y Biriukov cargados con cuatro faltas y con Corbalán un tanto cansado, una ventaja que no se puede otorgar a nadie de la extirpe de los Llorente, gente que ha nacido para correr. Toño Llorente, que repartió errores de bulto con algunas acciones de genio, se agigantó en los postres del partido, cuando su veterano rival acusó el paso de los años. Llorente, ante el estupor de Sainz, que permanecía incrédulo y cabizbajo, se estiró en un par de entradas e impidió que el Real Madrid sacara provecho de su oficio.

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