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Tribuna
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Amarse

Este país padece una crónica división entre los obispos que anatematizan las campañas de información sobre sexualidad y la edición de fascículos que tratan de explicarnos cómo se juega a médicos después de apagar la luz.; detalle este último, el de hacerlo a oscuras, en el que coinciden tanto los obispos como los fascículos.Entre tanto, en el terreno de en medio, el personal se las va arreglando como sus propias neuras le vienen dando a entender a lo largo de los siglos. En cualquier caso, para el español típico sigue teniendo mucho más morbo escuchar una homilía obispal especialmente satánica antes de ponerse a practicar el sexo que meterse en la cama con un folleto y las gafas como medida previa a empezar a darle al asunto. Las cosas como son: resulta infinitamente más estimulante la prohibición e incluso la amenaza del fuego eterno que la contemplación de un gráfico en el que una pareja practica con académica rigidez unas variadas posturas en las que parecen radicar la madre del cordero, el secreto de la felicidad y agárrame ese fantasma.

Nada más alejado de la lujuria que esos dibujos que salen en la tele anunciando las excelencias de una mejor práctica de la vida en pareja. Cualquier identificación está excluida, la más mínima taquicardía prealegría se descarta en esa representación del placer más barato y democrático del mundo en clave de monigotes. Por no hablar de Ana Dios dado, tan respetable ella misma como todo cristiano, pero verdaderamente poco airosa en su papel de convencer a las masas de que podemos disfrutar más. Señor, ¿por qué nos lo cuenta con gesto tan poco alentador? Si le quitáramos el sonido podría perfectamente estar anunciando las excelencias de un nuevo flan chino en polvos, de invertir en una caja de ahorros o de viajar en metro. Hay una cosa que se llama la piel, y luego están el feeling y el tempo. Y eso ni lo pueden sepultar los obispos bajo sus anatemas ni lo enseñan los opúsculos: forma parte, como todo, de la vida.

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