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Azucarillo americano

La operación de relaciones públicas fue impecable: al fin, un equipo norteamericano serio, estable, bajo el amparo de una gran multinacional, llegaba al torneo navideño de Madrid. Se acabaron aquellas patuleas de amiguetes que se habían conocido en el aeropuerto de Nueva York. Con contratos firmes de siete meses, un grupo bien compenetrado y entrenado de jugadores se iba a convertir en auténtico equipo americano.Las relaciones públicas se disolvieron como azucarillo en vaso de agua en cuanto hubo que someterlas a la prueba de fuego de la cancha. Encajar 71 puntos en la primera mitad de un partido contra Yugoslavia ya está bien; repetir la hazaña y encajar otros 71 en el segundo tiempo es para nota. Mediocres jugadores -con alguna excepción, como Sam Williams- y un nulo juego de conjunto: la peor representación norteamericana en el Torneo de .Navidad desde que la universidad de Bradley, hace ocho años, encajase 50 puntos de diferencia frente al Madrid.

De golpe, el responsable del equipo, el agente italiano Luciano Capicchioni, se baja a sí mismo los humos: "No, en realidad nadie, salvo Williams, tiene contrato por siete meses. Lo tienen por dos, y a muchos no se les prorrogará. En mayo, todo será distinto, y para diciembre próximo que tendremos un gran equipo...".

Williams no corrobora esas palabras: "¿Siete meses yo? De eso, nada. Me he comprometido hasta finales de enero, y si para entonces no tengo club en Europa, me vuelvo a Los Ángeles".

Sin tantas ínfulas, los equipos de años pasados, aunque se hubiesen conocido en Kennedy, forzaban alguna prórroga contra la URSS y presentaban individualidades como Nate Archibald, Eddie Phillips o Dan Caldwell. No todo es progreso ni oro reluciente en este baloncesto de 1986, con 10.000 espectadores en el Palacio de Deportes.

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