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El hombre la tierra

Cada ser lleva la tierra donde nació, a sus espaldas, como un pesado fardo, o dentro de sí, con nostalgia. La solución, para liberarse de ella, es recrearla como viene haciendo desde hace muchos años con sabiduría analítica el pintor Juan Manuel Díaz Caneja con su Castilla natal. Es verdad que esta tierra tan terrestre se presta a falsificaciones míticas o una idealización metafísica. Los escritores del 91 describieron y exaltaron su paisaje monoteístico, la eternidad sobria de su pureza austera. "Tierra mía del dolor y de la guerra, / Castilla varonil, adusta tierra", cantaba Machado. Se complace y deleita Unamuno en describir la soledad solemne de sus llanuras infinitas, de sus hombres graves, silenciosos. También Azorín nos da la imagen idílica de unos pueblos quietos, adormecidos en su belleza estática, que recorren hombres doloridos y mujeres dulcísimas. Esta mitificación al unísono de escritores y poetas conduce directamente "a la invención del mito del paisaje de Castilla", como dice Laín Entralgo.Sabemos que el creacionismo inventó la imagen, y el cubismo descubrió el objeto puro, bien por descomposición de sus elementos o por integración subjetiva de las cosas. El pintor Caneja, formado en las disciplinas cubistas, y quizá debido a ellas, plasma la realidad objetiva castellana sin valoraciones míticas. Comenzó su historia pictórica reflejando su tierra por síntesis cubistas de intensa esencia lírica. Hace años escribí en la revista indice que los paisajes castellanos de Caneja recordaban el patetismo desolador de las novelas de Faulkner. Sin embargo, la Castilla que pintaba no era sólo esa austera y ascética del tópico novecentista, sino que descubría en ella álamos al borde de los ríos, zonas de verdor en las eras, oasis de ternura. Más tarde, este paisaje esencial, pero no mítico, se convierte en realista social al descubrir el pintor la miseria impotente de su tierra castellana. En el catálogo de la exposición que realizó en 1959 dice en el prólogo el poeta Gabriel Celaya: "Caneja es, por auténtico, uno de esos pintores que nos enseñan a ver". Al contrario de Azorín, que en Los pueblos pinta el encanto sereno de unas plazas con sus casas señoriales refugios de sosiego y de la hidalga serenidad, Caneja no se niega a pintar la pobreza desolada, la realidad dolorosa de esos poblados inermes, desamparados, entecos, incomunicados del mundo. Así podemos ver en algunos de sus cuadros unas solitarias casas de adobes que apenas forman parte de la vasta llanura amarilla del paisaje. La preocupación del pintor por su tierra no le lleva nunca a un esteticismo contemplativo, y pinta sin complacencia ni exaltaciones líricas o mitológicas. Fue una dura lucha ascética la que ha librado para esencializar primero el paisaje castellano, luego denunciar su realidad y, más tarde, olvidarlo en este proceso de meditación plástica. Cuando el pintor Caneja sumerge Castilla en lo más hondo de su conciencia estética nace lo que Rilke llamaba "la voluntad de transformación", el vuelo hasta confundirse con la pureza de un firmamento sólido. Caneja logra la extraña y paradójica fusión de tierra y cielo, para darnos esa unidad permanente de serenidad y dolor que emana de sus cuadros.

Estas distintas etapas fueron necesarias para su gran salto poético y artístico: despegarse de toda realidad esencial o anecdótica del paisaje castellano y pintar la tierra misma, la de todos los hombres. Caneja no pinta figuras en sus paisajes, pero se siente la yerma soledad del hombre. El pintor Caneja llega a tal depuración de lo terrestre que sólo plasma la tierra pura, la que vivimos todos sin diferencias de materia ni color, la tierra auténtica y creadora del hombre uno, el cosmopolita humano, el del internacionalismo terrestre. En ninguno de es tos cuadros asoman recuerdos de su tierra. Quizá unos árboles distantes y melancólicos evocan lo que pudo, haber sido Castilla, pero ya como mínima partícula de tierra universal, propiedad colectiva de los hombres para su disfrute y goce. "'El Universo, el Todo", dice el filósofo García Bacca, "es el Gran Cuerpo, común a todos, a cada uno".

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