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El Barça no se impresionó por el fichaje madridista

Luis Gómez

Drazen Petrovic estrenó su condición de madridista en el Palau Blaugrana en un partido rodeado de una expectación que luego contribuyó a generar una sensación de decepción en quien buscara algo más que un partido de baloncesto. Y es que la final de la Supercopa fue hasta un mal partido.Ni que decir tiene que el yugoslavo jugó un mal partido, pareció muy nervioso en los primeros minutos y se abstuvo de actitudes provocativas, si bien no pudo evitar darle un codazo a Costa sin consecuencias. Lo cierto es que el Palau Blaugrana es cancha donde Petrovic no ha podido consolidar un sentimiento de animadversión, sino todo lo contrario. Las pocas horas que corrieron desde el anuncio de su fichaje por el enemigo resultaron insuficientes para provocar algo más que una sonora pitá.

Todo lo más, Petrovic habrá podido producir una sensación de desengaño en la afición azulgrana, corno una novia/o que se enrrolla finalmente con tu peor enemigo/a, pero no es lo mismo que la relación apasionada que provocaba en Madrid. Cabría concluir, por lo visto ayer, que, en realidad., Petrovic calaba más en Madrid. Su relación con Barcelona ha sido siempre distante, aunque amistosa. Finalmente, han dejado de ser amigos, pero nada más. Eso, por lo visto ayer.

Petrovic llegó a Barcelona con la camiseta blanca, cuando un medio de información se había trabajado la exclusiva de unas fotos con la camiseta número 10 del Barça. Esas fotos no pudieron realizarse por razones obvias. Y es que Petrovic llegó de blanco a Barcelona.

Drazen, también vestido de blanco casualmente ayer, jugó la pelota en 33 ocasiones en la primera parte y sólo en 19 en la segunda. Hizo 22 tantos con un porcentaje del 50% y estuvo sentado en el banquillo durante casi siete minutos. Sólo consiguió encestar un triple, dio tres asistencias a sus compañeros y no realizó una sola jugada que provocara el aplauso razonable del público. Al principio fue marcado por el estadounidense Simpson y luego le tomó Costa con acierto. Sólo provocó cuatro personales, cuando habitualmente provoca más de 10. Estuvo realmente gris.

Con él navegó su equipo, Cibona de Zagreb, que dio una pésima imagen de conjunto mucho peor que la que le ha llevado a la conquista de dos Copas de Europa. El Barcelona, desafinado también, dominó el partido porque mantuvo un esquema, pero sin excesos.

El Cibona de Zagreb fue un ejemplo de desorden, porque nunca llegó a ajustar conve nientemente los marcajes de fensivos. Drazen Petrovic, desde luego, mostró su tradicional aversión a defender. En la se gunda parte, el Cibona, que tiene una carencia más acusada de reboteadores puesto que tanto Knego como Nakic son ya muy veteranos y están para pocos saltos, dio la sensación de ajustarse a los hombres que sacaba Aito. Si éste colocaba un peso pesado, entiéndase Trumbo o Bryant, sacaban a Vuricevik; de lo contrario, con Jiménez en cancha, preferían a Knego o Nakic. Sobre la marcha, los yugoslavos ordenaban sus pares y se encontraban con frecuentes desajustes.

El partido comenzó un tanto alocadamente, con una tendencia obsesiva de los yugoslavos a tirar desde la línea de 6,25 (15 tiros de este tipo en la primera parte); en algunas ocasiones, sin compañeros en posición de rebote. El Barcelona tomó el mando inmediatamente y llegó a contar con una ventaja de 15 tantos 35-20. Ocurrió en este rriorriento que varios triples consecutivos la redujeron a uno (45-44), por lo, que al descanso se llegó en condiciones de cierta igualdad.

El Barcelona sólo hizo una rrieritoria defensa, pero no dio una buena imagen de conjunto. Su dominio pareció suficiente, por lo que el partido careció de la tensión de una final oficial. En realidad jugaban la Supercopa, con colegiados españoles en cancha y con la permisividad de poder utilizar a tres americanos, razón por la que pareció más un amistoso donde está en juego el prestigio de cada cual. El conjunto azulgrana no mostró, en ningún momento, un comI.:)Iejo Petrovic y se limitó a marcarlo como a un jugador más.

La anécdota de este partido fue, pues, que no tuvo casi anécdota. Algunos malpensados dirán que el yugoslavo estuvo correcto, ahora que es madridista, pero lo cierto es que, salvo alguna protesta esporádica, hasta su hermano Alexander -que es quien le debe haber dado las principales lecciones sobre ciertos trucos del oficio- estuvo correcto. Y es que Cibona y Barcelona sólo se han visto las caras en torneos oficiosos -Supercopa o Copa del Mundo de clubes-, por lo que no há podido calar una rivalidad. Petrovic no impone en el Palau; su sitio era el pabellón madridista. Por eso, quizás, lo mejor es lo que ha pasado.

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