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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los autores, a la intemperie

LA REUNIÓN en Madrid de la Confederación Internacional de Autores y Compositores (CISAC) coincide con el descubrimiento de una empresa pirata de reproducción industrial de cintas de vídeo clandestinas, con lo que la actualidad revela por sí sola uno de los conflictos que atañen al derecho de autor que se debate. No es la más grave ni es estrictamente moderna más que en su forma. En el Siglo de Oro existían ya. los memoriones que se aprendían las obras representadas en los corrales y las reproducían, porque la propiedad estaba entonces ligada al manuscrito; desde entonces, los intentos de controlar las reproducciones de la obra de arte por diversos medios -sellos, firmas de ejemplares o discos, controles de tirada, amplios instrumentos jurídicos internacionales como el que ahora se conmemora, el convenio de Berna de 1886- han ido ganando batallas. El descubrimiento de la fábrica pirata está dentro de lo conocido en el campo de este fraude y de su represión policiaca y jurídica.El desafío de nuestro tiempo es otro, que plantea problemas de índole moral y ética ante los cuales es muy difícil pronunciarse, pero que requieren soluciones nuevas e imaginativas. Se están produciendo unas multiplicaciones de difusión de la cultura muy particulares. Los medios de reproducción individual son domésticos y muy baratos: la música se capta directamente de la radio; la imagen, del televisor; el libro, de la máquina fotocopiadora. Cada una de estas copias se reproduce a su vez, generalmente sin ánimo de lucro. Este movimiento de carácter universal, y en el que participan a mayor o menor nivel todos los ciudadanos, es más grave que las empresas piratas, y, al mismo tiempo, es imparable. La perplejidad ante el caso es de esta índole: nadie puede renegar del valor cultural popular y directo que supone esta difusión, y, al mismo tiempo, nadie puede ignorar el perjuicio grave que se origina a los creadores y a sus contratantes, inversores industriales que producen los primeros medios palpables de esta creación.

Las industrias artísticas, sin embargo, pueden beneficiarse de unas protecciones estatales que generalmente no alcanzan al autor, e incluso le perjudican. Los Estados suelen poner parte del dinero de sus pre supuestos generales al servicio de los medios de difusión, como un servicio público y con la convicción de que de otra manera la supervivencia sería imposible. Suelen poner como condición la de que lo así producido sea más barato de lo que requeriría su estricta dependencia del mercado con el fin de hacerlo accesible al mayor número de personas: libro, película, obra de teatro, composición orquestal.

Este mecanismo no alcanza sino muy indirectamente al autor. A veces, la falta de ingresos del creador se ve suplida por el encargo; un dinero que se le da de una sola vez para que entregue a su obra. Una inmensa mayoría de los autores no se ve, sin embargo, nunca favorecida por ese encargo, y suele acusar de favoritismo, protección política o corrupción a quienes los hacen y los reciben. En todo caso, suponen siempre un dirigismo en materia de pensamiento.

En resumen, nos enfrentamos a la paradoja de que en la época en que el mundo ha conocido la mayor expansión cultural de su historia los creadores de las obras básicas sufran de la mayor injusticia en la remuneración de su talento original. El hecho de que una minona cualificada de ellos gane sumas fabulosas de dinero nada significa si se compara con el beneficio multiplicado de las multinacionales de la cultura. Pero, sobre todo, nada significa junto a esa inmensidad de creadores artísticos que siguen viviendo en condiciones parecidas a las de la indigencia, no sólo sin ninguna de las protecciones estatales, que le olvidan como fuente básica de la cultura mientras estimulan y subvencionan a los intermediarios, sino convertido por el propio Estado en profesional únicamente a efectos impositivos: a la exigencia de licencia fiscal, impuesto de radicación, empresario autónomo, sujeto activo y pasivo del impuesto sobre el valor añadido...

La baja creatividad que sufre hoy Europa, y muy especialmente España, tiene algo que ver con esta desvitalización del creador, la dedicación de su esfuerzo hacia trabajos alimenticios o su subordinación a encargos o a instrucciones obligatorias de la red de intermediarios que pesa sobre él. Sobre estos temas básicos se puede esperar algo de las sesiones de trabajo, terminadas las de boato, emoción y prestigio, del congreso de Madrid.

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