Sastre, la sangre y el pus
Alfonso Sastre abandona su tribuna habitual y desciende "irónicamente" a la sección de Cartas al Director (Gangrena pútrida, publicada en EL PAÍS el 23 de septiembre de 1986). Una conmiserativa, condescendiente, superior reflexión sobre un problema de estilo le lleva a puntualizar la distribución de la sangre y el pus. Pues quizá sí, señor Sastre, porque a pocos nos quedan dudas de a quién corresponde la sangre, y el pus es también la respuesta de tejidos sanos y vivientes a la agresión. Quizá sea cierto que el pus circule por esos circuitos, y que las hostias y las palizas que ocurren, que manejan y explotan asociaciones que se fertilizan y proliferan en ese humus (el ecosistema de cierta izquierda y de cierto abertzalismo) sean efectivamente el drenaje del pus, la fistulización acaso inevitable. Pero nadie que no sea un inválido moral puede condenar esa violencia reactiva mientras aplaude la herida permanentemente enconada, mientras jalea la ferocidad moral y la miseria ideológica de quienes han convertido sangre y cuerpos rotos (de "enemigos", del desgraciado ocasional, del "colaborador", del amigo o la amiga que osan disentir) en argumento único y último de una lucha que otros saben y pueden y llevan con mejores medios.Pero siguiendo el curso de la infame metáfora, cabría preguntarse a quién corresponde la mierda. Corresponde a esos peleles trágicos, incapaces de escapar al infantilismo de la "pureza ideológica", a la necesidad compensatoria de estar siempre más a la izquierda que ningún otro, de ser los "insobornables" del sistema; a esos peter-panes ideológicos que necesitan entretener los ocios de la guardería jugando con las muñeca.s que otros rompen, con las muñecas rotas con que otros trafican, hurgando en el pus de las heridas que otros, más vivos, segregan. Ellos ni rompen ni trafican ni segregan pus como todos nosotros. Sólo juegan a comiditas con jirones de carne.- Armando Fidalgo
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