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AJEDREZ

Lothar Schmidt, el hombre de la concordia

Un editor de libros arbitra el Kasparov-Karpov

Leontxo García

La palabra árbitro, para los ajedrecistas, está autornáticamente conectada con un hombre de 58 años, con gafas, pelo blanco y trajes impecables. Es decir, la imagen de Lothar Schmidt, un editor de libros que se ha ganado a pulso el respeto de todos, tras afrontar con éxito las exigencias, a veces irracionales, de Fischer, Karpov, Korchnoi o Kasparov. Considera a Fischer el jugador más dificil al que ha tenido que arbitrar, aunque admite que "gracias a él las partidas se disputan ahora en condiciones de lujo".

Una hora antes de las partidas, el árbitro debe comprobar que todos los factores que puedan influir en la comodidad de los contendientes estén en su punto, conforme a lo acordado previamente con ambos jugadores. La iluminación, las sillas, la mesa, el tablero, las piezas, el escenario, la distancia hasta la primera fila del público y la ubicación de los retretes son algunos de los múltiples detalles que hay que tener en cuenta."Comparado con mis experiencias anteriores, este encuentro apenas presenta complicaciones. Jugadores y organizadores están cooperando en todo momento. Sólo tuve el problema de las sillas: las previstas en principio eran demasiado cómodas para Kiasparov y demasiado altas para Karpov, pero fue fácil arreglarlo", afirma Schmidt. En realidad, la colaboración se ha extendido a persianas ajenas al ajedrez. Al iniciarse las partidas de Leningrado, unos obreros que están construyendo un edificio a 100 metros de la sede del mundial decidieron trabajar por la noche para no molestar con el ruido a Kasparov y Karpov.

Nacido en Dresde

Schmidt nació en Dresde cuando Alemania era un solo Estado, y se trasladó en 1947 con sus padres al lado occidental para residir en Bamberg, una ciudad de 70.000 habitantes con gran tra dición ajedrecística. Desde que obtuvo el título de gran maestro en 1959, jugó con la selección de su país en numerosas ocasiones En 1971, cuando estaba jugando el campeonato nacional en Berlín Occidental, el holandés Max Euwe, entonces presidente de la Federación Internacional (FIDE), le llamó con urgencia para pedirle que fuera a Buenos Aires con el fin de arbitrar la final del torneo de candidatos entre Fischer y Petrosian. "Me dijo que los jugadores no aceptaban a otra persona. Así que decidí correr el riesgo, abandoné el campeonato y me fui a Buenos Aires".Schmidt no se arrepintió. Aquel encuentro fue muy tranquilo y le sirvió como entrenamiento para los momentos más difíciles de su carrera, que llegaron un año después con el Spasski-Fischer. "Fischer es realmente una persona muy difícil, pero hay que reconocer que gracias a él las finales del mundial se disputan hoy en condiciones de lujo", dice Schmidt. Sufrió mucho el día de la segunda partida, cuando debió declarar a Spasski vencedor por incomparecencia: "Hice lo imposible para convencer a Fischer de que jugara. Incluso estaba previsto que hubiera luz verde en todos los semáforos del trayecto por si se decidía en el último momento".

Unos días más tarde, Fischer protestó por el tablero de mármol que había dispuesto la organización: "Dijo que los cuadros negros le parecían más grandes que los blancos. Spasski no puso objeciones al cambio del tablero, pero entonces Fischer decidió que, en realidad, el de mármol era el que más le gustaba". Después, Schinidt tuvo que enfrentarse a las quejas de Fischer sobre las cámaras de televisión, los fotógrafos o las sillas.

Pero el camino de Schmidt hacia el límite de la paciencia no terminó ahí. En 1978, el soviético Karpov y el disidente Korchnoi se enfrentaron por el título mundial en Baguio (Filipinas) y eligieron a Schmidt como árbitro. Las quejas de los jugadores estuvieron relacionadas con patadas debajo de la mesa, mensajes secretos en los yogures, presencia de parapsicólogos y de miembros de la secta Amanda Marga y otras extravagancias por el estilo. "El reglamento no contempla estas rarezas y tuve que improvisar en un ambiente cargado de tensión".

No profesional

En realidad, Schmidt no es profesional del ajedrez. Trabaja. como editor de libros en Bamberg, continuando la labor iniciada por su padre. Sin embargo, está muy satisfecho de haber dedicado buena parte de su vida al mundo del tablero, que le parece maravilloso "no sólo en sí mismo, sino por las oportunidades que te da para conocer gente de los cinco continentes". Su tiempo libre lo emplea en la música romántica y en los 50.000 volúmenes de su biblioteca de ajedrez, acaso la mejor del mundo.Cuando se le pregunta por las personas que más admira, vuelve a citar a Fischer: "A pesar de todas sus manías, era muy ético y tenía razón en muchas de sus peticiones. Se le acusó de ser un pesetero, pero no es cierto. Era una cuestión de dignidad, combinada con una personalidad muy fuerte".

Schmidt procura que los juga dores sean respetados al máximo: "Por ejemplo, me molestia mucho que los espectadores lean el periódico durante las partidas. Además del ruido que pueden ocasionar, es una notia ria falta de educación".

Schmidt está seguro de que el ajedrez puede ser muy útil en la educación de los niños.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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