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Reportaje:

El rasero de las Tablas de Daimiel

Uno de los humedales más importantes de Europa, a punto de desaparecer por la especulación del agua

Las Tablas de Daimiel siguen ardiendo. Más de una tercera parte del parque nacional es un enorme brasero, cuya contemplación transporta al visitante a los tiempos primigenios en los que la Tierra estaba en formación. Intermitentemente surgen de aquí y de allá llamaradas de entre un mar de cenizas que se traga cualquier cosa que se lance. Es la turba del Guadiana, que sigue consumiéndose bajo la superficie, y que seguirá así durante meses, tal vez años, hasta que se convierta en polvo mineral. El agua que se le pueda tirar encima no lo apagará, sólo si las aguas del acuífero 23 suben de nuevo a su nivel normal y al Gigüela se le deja bajar por su cauce, esta zona húmeda de incalculable valor biológico volverá a ser lo que era.Pero esto, ahora, es imposible. Hace ya años que las tablas están secas. Por un lado, los intereses cinegéticos se han quedado con el agua del río Gigüela, creando río arriba unas lagunas artificiales en las que se matan los patos que se crían o, mejor, criaban en las tablas, y por otro, los agricultores de la zona han vaciado el acuífero 23, que es en realidad el agua que hasta hace poco surgía de los Ojos del Guadiana y llenaba de paso las tablas, de más de 5.000 kilómetros cuadrados de extensión, chupándole el agua con los pozos que alimentan las plantaciones de maíz que abarcan 2.000 hectáreas de la zona de protección del parque. Plantaciones en las que se despilfarra ostentosamente el agua durante 24 horas al día, sin parar ni siquiera cuando llueve o cuando los maizales están a punto de ser recolectados.

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Pero aunque la desaparición total del agua de las tablas es reciente -de principios de esta década-, el proceso de destrucción de esta zona húmeda de La Mancha viene de mucho antes, concretamente de mediada la década de los cincuenta, cuando se promulga la ley de Desecación de Márgenes del Gigüela, Záncara y Guadiana, una ley que se mantiene en vigor y se utiliza hasta 1973, fecha en que se declaran parque nacional las Tablas de Daimiel. Durante todos esos años, la oligarquía de la zona se dedica a construir canales y desecar a mansalva hectáreas y hectáreas de humedales de dominio público, que, una vez secas, inscribe a su nombre aprovechándose de la mencionada ley y de sus influencias en la Administración franquista.

Julio, el Canillas, un viejo pescador de la zona que en la actualidad trabaja para los servicios del parque, recuerda aquella época en la que las máquinas empezaron a destrozar su entorno. "Los cangrejos morían a miles. Construían presas y canales, y el agua se ensuciaba y provocaba la muerte de los cangrejos. Ibas con la barca y pasabas por encima de cientos de cangrejos muertos". Fue El Canillas quien enseñó el desastre al desaparecido Félix Rodríguez de la Fuente, que, indignado ante tamaño desafuero, se convirtió en uno de los principales impulsores de la creación del parque nacional.

Los cangrejos desaparecieron totalmente a causa de la enfermedad que prácticamente los ha barrido del mapa de España. Hace nueve años que Julio pescó el último, pero hasta entonces, y a pesar de la desecación de una gran parte de las tablas, 300 familias vivían de la pesca en ellas (fundamentalmente cangrejos, que se vendían en Madrid, y carpas y lucios, que se consumían en la zona).

La especial riqueza ecológica de las Tablas de Daimiel viene, en opinión del actual conservador del parque, Jesús Casas, del hecho de que los dos ríos que confluían en el mismo tenían distinta salinidad. Mientras que el agua del acuífero 23, o lo que es lo mismo, la del Guadiana, es completamente dulce, la del Gigüela es salina, lo que creaba un paraíso para diferentes tipos de fauna y flora.

Las del Gigüela han desaparecido a causa de la creación de lagunas artificiales en lo alto de su cauce. Son espacios dedicados a la caza que atraen a las aves migratorias. Los propietarios de dichas lagunas han utilizado todos los m todos posibles para robar el agua. Pequeños agujeros laterales tapados por carrizo han ido drenando el caudal del río, hasta el punto de que ahora el cauce está seco cuando llega a las tablas.

La limpieza del cauce del río, que está permitiendo localizar las fugas artificiales que servían para rellenar las lagunas, ha provocado una polémica en la que incluso las organizaciones ecologistas se contradicen.

La sequía

Pero lo más paradójico ha sido el proceso por el que se ha secado el cauce del Guadiana. El proceso comienza con la sequía de los años 1979 y 1980. Hasta aquel momento, la agricultura tradicional de la zona era el secano, básicamente cereales, vid y olivo. Los agricultores de la zona, ayudaban a sus cosechas regándolas en los momentos críticos con agua de pequeños pozos. Al llegar la sequía, la utilización de los pozos se hizo imprescindible, y su profundidad y eficacia se aumentó considerablemente. Los agricultores se dieron cuenta entonces de que disponían de las enormes reservas del acuífero 23, el agua del Guadiana, y cuando se acabó la sequía, la zona había pasado de secano a regadío, y el gran negocio era el maíz.En el corto espacio de tres años, los pozos que riegan el maíz han conseguido que el acuífero, cuyas aguas sobrantes rellenaban las tablas, pase de ser dador de agua a receptor, de manera que en la actualidad no sólo hay que conseguir agua para llenar las tablas, sino que hay que llenar primero el acuífero.

Las importantísimas colonias de anátidos que poblaban la zona han desaparecido. Algunas de ellas han ido a parar a embalses cercanos o a las mencionadas lagunas cinegéticas, pero el problema está en que si bien las aves tienen aún lugares para posarse, no consiguen encontrar las zonas de cría, los tupidos masegales de las tablas, por lo que los expertos creen que este año las aves no han criado, en especial el pato colorado, característico de las tablas. Por otra parte, la masiega (Claudium mariscus), un tipo de planta acuática que constituía una de las características más importantes de las tablas, está desapareciendo, invadida por el carrizo, un tipo de caña que se adapta a la sequedad.

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