El poeta y la política
El poeta no puede ser cómplice de injusticias ni de crueldades. Ni debe ser oportunista, si no quiere corromperse como hombre y, en consecuencia, como poeta. Ni menos aún encerrarse en su. torre de marfil o en su huerto cerrado para no saber nada de lo que ¡pasa en la sociedad y en el mundo que le rodean. Ni huida ni indiferencia. Ni ciego ni sordo. Su condición de poeta le obliga a tener bien despiertos los sentidos, a tener bien abiertas las ventanas del alma y de la mente, a plantar bien los pies sobre la tierra que pisa.Ha de ser tenaz defensor de la verdad por encima de toda clase de intereses. Se nos dirá que la verdad ancla muy a menudo por los suelos. Es cierto. Pero el poeta ha de alzarla y revelarla con espíritu y corazón limpios. Ha de ser el reloj despertador de conciencias, honradamente sonando en la hora justa: aunque sea la de su muerte o trasmuerte. Por ello se ha repetido muchas veces que del grado de honradez de los intelectuales de un país dependen la salud y el progreso cultural y moral de sus habitantes.
El poeta no puede ser un solitario: su yo ha devenido, un nosotros. No es sólo testigo del medio social en que vive, sino que su propio, corazón late con el de todos. La otredad -los otros- le conforma tanto como su propia individualidad. Su poesía, así, es una experiencia, además de personal, colectiva.
El poeta sabe o presiente, también, que sólo de la crítica estricta puede partir el camino de perfección. Y de aquí que, aveces, esgrima su pluma -en verso y prosa- para exponer y denunciar vicios, males, defectos y pequeñeces, Regando, en otras, a la participación política directa, en el anhelo de que la perfección soñada se convierta en realidad y en praxis.
El poeta -como todo intelectual verdadero- es una parte vivísima de la conciencia de su patria durante los años de su vida mortal. Y una de las cualidades inherentes a su misión es la crítica de la patria en su hoy y en su ayer, y a lo largo de su historia. Esta crítica no es denigración, sino honda y seria reflexión en torno a la vida del país, y en ella caben tanto los juicios favorables como los adversos. Este deber del poeta y del intelectual es en muchas ocasiones duro y hasta trágico: el servicio de la verdad le lleva a sufrir las injurias y aun el castigo de los mismos que a la larga saldrán beneficiados, con su actitud: el mensaje del poeta, no escuchado en vida, puede ser. testamento tras la muerte que cumplirán generaciones venideras.
Sería tarea inacabable enumerar aquí -a manera de ejemplario- los nombres de poetas, filósofos e intelectuales que jugaron un papel político, sufriendo por él las adversas consecuencias de la cárcel, del confinamiento, del destierro -obligado o voluntario- y de la muerte. En el acerbo cultural hispánico -es bien sabido- hay ejemplos señeros de poesía comprometida, de poesía que se arriesga, lanzada a la aventura pública y que, consecuentemente, es exaltada y denostada, declamada, prohibida, censurada y hasta quemada. Ha habido -y hay- poetas perseverantes e infatigables en la denuncia, en la queja y hasta en el asalto. Poetas que luchan por la demolición de inoperantes formas vetustas, de la ignorancia, del despotismo, de la prevaricación y de la injusticia social. Poetas que practican una poesía politizada o metapolítica, no basada ya en el individualismo burgués, sino en la colectividad, en el pueblo, y orientada hacia lo social y revolucionario. Poetas -algunos- de elevado lirismo, pero cuya conducta se relaciona con los acontecimientos que les correspondió vivir en su tiempo. Sus poemas trascienden la historia, resonando en ellos sus ecos más profundos: metáforas y, símbolos eternizan circunstancias existenciales.
Sus vidas y sus muertes son testimoniosvivos de la crisis padecida por su patria y el mundo. Todos ellos fueron -son- antenas sensibles de la historia política y social: reaccionaron con brío o dolor ante las situaciones que afectaban a su país o a la regeneración del hombre universal. Poetas inspirados por una alta pasión patriótica y humanitaria en el sentido más elevado. No es extraña, además, su señalada preocupación ética, firme línea de un sostenido ideario político o humanitarista. Estos poetas, con sus acciones y con sus obras, testimonian la crisis colectiva y, asimismo, su repercusión en la conciencia de sus lectores y hasta en la masa popular indiferenciada. Estos poetas proyectan un perfil no de políticastros o polítiquiflos, sino de superpolíticos, nobles y ejemplares.
No podemos dejar de recordar hoy a Miguel de Unamuno, porque la política fue tema casi constante en su literatura -y en su poesía-, ya que era. una pasión básica de su existencia, una de las preocupaciones cardinales de su vida. Creía -como Platón y Aristóteles- que el hombre es un ser social (zoon polítikon), destinado por la naturaleza a convivir en familia, municipios y Estados, pues sólo en ellos adquiere su humanidad un desarrollo completo. La política era para Unamuno -"hombre de carne y hueso"-, no únicamente un amargo conflicto español, sino individual y hasta universal: era "suprema conciencia colectiva" (en palabras de Arturci Barea). Para crearla en su pueblo trabajó siempre con la pluma y con la palabra: por ello merece el título de concientizador de los -españoles, despertador de conciencias. Nunca usó máscara. Por no usarla y por decir siempre la verdad sufrió largo destierro y, ad final de sus días, encarcelamiento, en su propia casa. Al cumplirse este año el cincuentenario, de su muerte, es nuestro deber recordar no sólo su nombre, sino su legado poético y moral.
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