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"El caso esta cerrado"

Dos y cuarto de la madrugada del lunes 25 de agosto. En las calles de Logroño no hace frío. En el bingo Rieja, abierto hace dos años y medio, las partidas se desgranan sin solución de continuidad. Ochenta personas tachan números y líneas sin estridencias ni ruidos. La cuarta mesa de la izquierda, "si se mira desde la entrada", está ocupada por cuatro personas: dos ancianas y un matrimonio. Termina el cartón y los letreros exteriores se encienden en recepción: ya se puede entrar.Él está fuera. Mediana edad. Con una camisa clara de manga corta. Es la primera vez que pisa esta sala de juego durante el mes de agosto, según las fichas de admisión. Todo está normal. Logroño duerme.

Se abren las puertas. Un hombre, el hombre, entra en la sala, va al servicio, arroja el periódico que envuelve el cuchillo, se acerca hasta la cuarta mesa por la izquierda, clava el arma "por aquí" (el jefe de sala, Fernando Martín, se toca el pecho a la altura del corazón), la saca, la deja en cima de la mesa y sale tranquilamente de la sala.

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Ella hace un gesto de dolor. Saca un pañuelo, se lo aplica sobre la herida, se levanta, anda los casi 50 metros que separan la mesa del mostrador de recepción, y cae. Expira, muere.

Él está sentado en un sofá junto a la admisión del bingo Rioja. Advierte a los empleados: "No me voy a escapar". Y contempla, con un cigarro puro entre los labios, cómo muere ella.

En la sala nadie se ha dado cuenta de nada. "La gente pensaba en un principio que le había dado un puñetazo". Revuelo. Un médico que se encuentra en las cercanías atiende a la víctima. Nada se puede hacer. Ha muerto.

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Diez minutos después, el frío parte médico aclara: ingresó cadáver por herida incisa en región precordial producida por arma blanca.

Éste es un crimen, dice la policía, en el que todo está muy claro. Hay arma homicida, hay cadáver y, sobre todo, hay asesino. Y es que él, José María Madorrán Suberviola, 58 años, de profesión ebanista, según reza en el letrero de su buzón, en la actualidad sin trabajo conocido por haber abandonado hace unos meses la empresa en la que prestaba sus servicios desde hace varios lustros, tras pedir la cuenta, no huyó del lugar, no arrastró en su persecución oleadas de sirenas que hubieran despertado a esta apacible ciudad en la que todo el mundo sabe todo de todo el mundo. No. Se limitó a decir: "No voy a escapar". Esperó sentado a que llegara la policía. Ofreció las manos para que le colocaran las esposas. Y marchó tranquilamente camino de la cárcel. En un módulo de la prisión provincial espera ahora su suerte.

Miedo

Ella, María Luisa Jiménez Pérez, la señora Luisa para los vecinos, la abuela para el jefe de la gala del bingo Rioja, está muerta. Un letrero, encima del mostrador, ha contemplado toda la escena: "Horario de verano. Laborables y festivos, de 5 a 3.30; vísperas, de 5 a 4", dice. Barnizadora, 68 años, amor por los niños, los pájaros y las plantas, aquejada del mal de parkinson y miedo, mucho miedo, según dicen los vecinos. Miedo a él, a que estuviera en casa, añaden desde el quicio de una puerta dos personas que no quieren que sus nombres se aireen. "Eso la arrastró hasta el bingo", acusan otros, "porque antes no iba casi nunca".

Sea como sea, el drama ha terminado. Apenas diez minutos han bastado para sellar con sangre una jornada normal de un domingo de verano en una ciudad de alrededor de 116.000 habitantes.

Luego la conmoción. Sobre todo en el bingo. A primera hora de la tarde del día siguiente al crimen, el morbo arrastró hasta la sala a un número de gente inusual. En Logroño, en cambio, los hechos han quedado en la memoria colectiva, pero no serán recordados durante demasiado tiempo. Y es que este caso, señalan dos periodistas locales, no es como los que sucedieron durante el mes de julio del año pasado, cuando hubo más de un muerto al día de forma violenta.

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