Búfalo en lugar de ballena
Desengañémosnos: si al aficionado el King Kong de De Laurentis, por mucha parafernalia y colorines que le pusieran, vamos, por muy mono que fuera, no le pudo hacer olvidar el clásico original, este cuadrúpedo albino de El desafío del búfalo blanco difícilmente borrará el recuerdo grato de los auténticos rumiantes de Cecil B. de Mille o William A. Wellman. Ahora engañémonos: El desafío del búfalo blanco es, por curiosidades varias, un filme ameno, entretenido, altamente singular.¿Qué es, en realidad, El desafío del búfalo blanco? Perogrullo diría, después de verla, que una película; Eugenio Trías, que no, que no hay ahí nada bello ni siniestro ni mucho menos sublime. Y ambos tendrían razón. Porque El desafío del búfalo blanco es una película desposeída del relieve que toda película que se precie debe tener; una película, además, de alto presupuesto (De Laurentis quiso hacer una versión a lo western de Moby Dick; cambien ballena por búfalo y, lo que es peor, cambien Herman Melville por Richard Sale, guionista a partir de su propia novela), un alto presupuesto que no se corresponde en su vertiente cualitativa.
El desafío del búfalo blanco se emite hoy a las 18 horas por TVE-2
Roses, Wagner / Taylor; Runes, Busby / Taylor; Esplanade, Bach Taylor. Teatro Alcalá Palace. Madrid, 21 de agosto.
Pero la obra tiene sus curiosidades. Entre ellas, la de un Charles Bronson descansando de sus ya por entonces (1977) abusivos vengadores urbanos y tomando los rasgos del legendario Wild Bill Hickok. Es una redimensión inútil del personaje, este Bill Hickok ya en nada se parece a Gary Cooper: ahora es un hombre neurótico que padece una pesadilla real (el búfalo blanco) y a ella debe dar caza, tarea en la que se verá ayudado por Caballo Loco, sioux, quien para preservar el espíritu de su hija muerta por el búfalo deberá cubrir con su piel el cadáver de la niña.
El cóctel argumental es explosivo; lástima que el guión no mezcle bien los ingredientes, las diversas anécdotas, restando unidad a un filme por lo demás rodado en extraños parajes, todos ellos nacidos de decorados enormes que dan, en la medida de lo posible, un clima inquietante.
Otra curiosidad de la película es su reparto. Al margen del citado Bronson (algo soso, como de costumbre), la aparición, en una época que no se prodigaba en la pantalla, de Kim Novak es toda una sorpresa. Jack Warden, un excelente actor los últimos lustros, cumple su peludo característico requerido y Will Simpson (reciente su revelación en Alguien voló sobre el nido del cuco) es el mejor indio posible. Para los aficionados a los telefilmes, Clint Walker (Cheyenne) y Stuart Whitman (Cimarrón). Y para el cinéfilo sin más, dos secundarios de mucho peso aunque uno de ellos muy delgado: Slim Pickens y John Carradine.
Dos notas para terminar: que el director fue el mediocre J. Lee Thompson (que, como Michael Winner, trabaja mucho estos últimos años con Bronson y hace muy malas películas) notándose mucho, y que la articulación del gigante animal (les salió mal el bicho y un montaje frenético en las escenas de ataque intentó disimularlo) se debe en parte a Carlo Rimbaldi, creador de la criatura de E. T.
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