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Una minoría con buenas perspectivas

Andan por la frontera de los 40.000. Son los veraneantes, preferentemente extranjeros, que deciden colgar sus hábitos coincidiendo con la llegada del buen tiempo en España. Su lugar predilecto: la costa del Mediterráneo, salpicada por una veintena de playas libres y otros tantos campings naturistas.

En las sufridas regiones de la meseta el desnudismo quedaba relegado hasta ahora a casas particulares y parajes inhóspitos. Quien se atrevía a aparecer en un lugar público tal y como vino al mundo tenía en Madrid dos destinos posibles: la comisaría o el hospital psiquiátrico.

Famoso fue, entre una decena de ejemplos, el caso del desnudista de la calle de Alcalá, detenido en plena canícula del mes de agosto de 1980. La policía tuvo que soltarle cuando demostró que no tenía perturbadas sus facultades mentales.

La historia del desnudismo en España, pese a su autorización en 1978, está escrita a base de procesamientos, multas, garrotazos y cruzadas puritanas, como la de los ayatollahs gallegos o el colectivo tinerfeño de la playa de Las Teresitas. El camping de Las Palmeras, en Almería, fue el primero en plantar en 1978 unos curiosos carteles en los que podía leerse: "Desnudo obligatorio".

La explotación de los centros naturistas suele estar en manos de particulares. El caso de La Elipa, propiedad del Instituto Municipal de Deportes, dependiente del Ayuntamiento de Madrid, es comparable con el proyecto para crear un camping municipal desnudista en Almuñécar (Granada).

Aunque lejos de los niveles de países como Francia o Alemania, con decenas de miles de practicantes, las perspectivas del naturismo en España parecen halagüeñas. Agrupados en ocho asociaciones naturistas regionales, los socios españoles se acercan a los 5.000.

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