Morder otra vez la manzana
Quisiera añadir algunas reflexiones al artículo de Leonor Taboada Fertilización in vitro: el fin de la maternidad, aparecido en su periódico el 19 de julio de 1986.Estoy básicamente de acuerdo con el contenido del mismo; sin embargo, existe una derivación del tema que no suele aparecer en ninguna reflexión sobre feminismo de una manera lo suficientemente explícita y que creo que debe empezar a ser tenida en cuenta. Me refiero a lo que es una consecuencia casi automática del escamoteo de nuestro papel de reproductoras: mucho me temo que se nos agradecerán también en breve los servicios prestados en lo que se refiere a nuestro papel de educadoras. Es así que el Estado nos pluriempleó en estos dos cometidos cuando nos necesitaba y es más que previsible que, a medida que cuente con medios suficientes como para valerse por sí mismo, nos liberará de ambas funciones. Pues bien, si puede resultar altamente sospechoso, como apunta Leonor Taboada, el control de la reproducción por parte del poder, es únicamente como síntoma de sus intenciones. Creo, pues, que no es tan importante a quién pertenece el óvulo o el espermatozoide o si el pequeño ser se originó en un frasco o en un vientre postizo, alquilado, prestado o en propiedad, como quién va a curarle los resfriados, contarle historias o transmitirle las neurosis. Desde luego, al lado de la imagen de un papá Estado presente desde la cuna, los fantasmas familiares pueden parecer unos aficionados.
Se me puede decir que ya la madre era una sucursal del Estado y, efectivamente, lo era en parte, por eso se la toleraba, pero debe estar empezando a no hacerlo tan bien y, en consecuencia, se intenta que vuelva a su antiguo papel sin desviaciones a cambio de sobrevivir o, en caso de no ofrecer las suficientes garantías, se la arrinconará sin contemplaciones y, posiblemente, ¡ay!, con su beneplácito.
¿Por qué no aprovechar las ventajas que el progreso pone en nuestras manos para ser más dueñas de nuestros cuerpos, pero no más vergonzantes de ellos? Al final hemos mordido otra vez la manzana, y con una promesa mucho más pueril: "Seréis como hombres". Desde luego, no parece que merezca la pena- Madrid.
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