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El peor momento del Atlético

La complicada crisis de Luis Aragonés es reflejo y consecuencia del mal momento que atraviesa el Atlético. De ser el tercer club de fútbol de España, alternativa, válida a los dos grandes, ha pasado a ser una sociedad empobrecida, forzada a traspasar a sus figuras al Barcelona y el Real Madrid y sumida en la confusión que le crea el depender aún de un presidente, Vicente Calderón, de larga y espléndida trayectoria, pero mayor ya, cansado y que piensa en la retirada, pero que entre tanto no delega funciones.El Atlético se viene abajo, y es normal que, bajo su peso, ceda el personaje sobre el que se sostiene parte del tinglado. El paso de Alfónso Cabeza por el club produjo un ahondamiento en la deuda que forzó a los traspasos de Julio Alberto y Marcos al Barcelona, y al de Hugo Sánchez al Madrid. Y, como si reflejara en sí mismo los males que acosan al club, Luis inició hace poco más de un año una sucesión de maniobras para salir del mismo y se fue envolviendo en una red de equivocaciones.

Hace un año intentó marcharse al Madrid, y si no lo consiguió fue porque no pudo rescindir el contrato que le ligaba al Atlético, y cuya existencia ocultó a Ramón Mendoza. Después, durante toda la Liga pasada, pretendió que Mendoza le guardara la vez en el banquillo madridista, pero sus protestas de fidelidad eterna al Atlético en las dos ocasiones en que tuvieron que jugar los dos rivales de la capital acabaron por defraudar al presidente madridista.

De su coqueteo con el Madrid, Luis pareció obtener algo: un espléndido contrato con el Atlético, de 105 millones por tres años -que se inician ahora- y la promesa de disfrutar de plenos poderes en el aspecto técnico. Pero las confusiones en el seno del club impidieron que le concedieran lo segundo. El gran obstáculo a despejar del camino era el secretario técnico, Ángel Castillo, a quien Luis no desea. Pero Ángel Castillo tiene el apoyo de Vicente Calderón, y Javier Castedo, el vicepresidente más activo y el hombre que resolvió el acuerdo con Luis, no ha podido hacer nada contra ello. Castillo sigue, y es él quien hace los fichajes, al decir de Luis. Y, por contra, a uno de los mejores amigos de éste, Ufarte, entrenador del Atlético Madrileño la temporada pasada, le han puesto en la calle. Todo indica que Luis fracasó en su intento de hacerse con poderes absolutos.

La peripecia final del entrenador fue convocar a la plantilla para decirle que no se sentía con ánimos para seguir entrenando. Para algunos se trataba de una nueva presión para hacer saltar a Ángel Castillo. Para otros, la depresión existía. El cuadro médico del club lo aseguraba ayer con la misma firmeza con que lo negaba la víspera. En cualquier caso, todo el asunto, concluido con la dimisión de ayer, refleja el desorden y la confusión en el seno del Atlético.

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