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MUNDOBASKET 86

La final Estados Unidos-URSS servirá para despejar algunas dudas sobre el futuro del baloncesto

Luis Gómez

La final del Mundial, independientemente de connotaciones políticas, no puede ser vista, comparativanente, como un duelo entre las dos superpotencias. En el mundo del baloncesto sólo existe una gran potencia mundial, Estadios Unidos. Pero aun así tiene otra lectura, la del enfrentamiento entre el mejor conjunto de talentos naturales del resto del mundo frente a una pequeña selección, ni siquiera la mejor de las posibles, de genes en formación del productivo laboratorio norteamericano, unos jugadores que no llegan siquiera al estándar americano de novatos.

En el baloncesto apenas existe diálogo Norte-Sur. Lo de hoy es un mero y esporádico contacto entre el baloncesto, civilizado y el que podría ser considerado como prototipo de una escuela en vías de desarrollo. Sabonis representa al Sur, y es el más alto; Bogues, al Norte, y es su producto más pequeño, casi desechable. Pero el grande es David y el pequeño Goliat.La final no resulta una oportunidad para despejar las dudas que en algunos aficionados, sembró la ausencia soviética de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Por aquel entonces, se decía que la URSS disponía del mejor equipo de su historia y que Estados Unidos llevaba, también, lo mejor de una generación especialmente brillante. Aquel duelo se perdió y era importante para ir fijando algunas comparaciones. Ese encuentro que no llegó acelebrarse: es irrepetible, pero el que se: disputa hoy puede servir paxa algo.

La URSS, tras dos años, tiene más talentos que en 1984, aunque sólo haya variado, individuo por individuo, en la ausencia del base Eremin, la casi nula presencia en cancha de Tatchenko y el ostracismo irreversible de Misjine. Pero, ahora, la URSS cuenta con Volkov, ojeado por la NBA, y Tijonenko, que podría estar en idéntica situación. La URSS tiene el mejor conjunto de jugadores de su historia. Y se enfrentará a una colección de aspirantes, de proyectos de buenos jugadores, de hombres aún no formados, que todavía están verdes, salvo Robinson, para jugar en la NBA.

Si gana Estados Unidos, algo se habrá adelantado y aun así, quedará la duda eterna por saber qué sería capaz de hacer un buen técnico yanqui con la selección soviética en sus manos. La capacidad atlética de los soviéticos es de primera línea entre los hombres blancos, pero el baloncesto en Estados Unidos no es solamente cuestión de músculos o células. Hay una técnica de por medio.

La selección soviética disfruta actualmente de un estado de transición. La disciplina y ortodoxia del juego de pesos pesados propio del zorro Gomelski ha desaparecido ya. Los hombres de Obujov, un técnico triste, parecen pertenecer a otra generación; extrovertidos, con accesos de genialidad, un tanto indisciplinados, y hasta caóticos en su juego. No constituyen, por tanto, una selección aprovechada al 100%.

Caos soviético

Valters y Kurtinaitis se enzarzaron en riñas continuas en el pasado europeo, pero actualmente no cesan de cuchichear junto a Kurtinaitis y en las mismas narices del técnico. Tatchenko no se levanta del banquillo ni en un tiempo muerto y Sabonis abronca al más pintado, y hasta da instrucciones desde el banquillo también. Pero, por ello, influidos quizás por el ambiente de los jugadores lituanos (Kurtinaitis, Jomicius y Sabonis) esta selección soviética es capaz de levantar al público de sus asientos. Es mucho más rápida, le gusta el espectáculo, disfruta con él, pero abunda en algunas insensateces.

Los soviéticos no han aprovechado, tácticamente, a un hombre como Sabonis, capaz de alejarse de la zona para ensayar varios triples a lo largo de un partido, mientras uno de los bajos, Kurtinaitis por ejemplo, ha de situarse en la para él desventajosa posición de pivot. Y toda esta anarquía abunda en la falta de un director sereno, puesto que ni Valters ni Jomicius ocupan con decisión.

Éste de la anarquía, de la falta de método y sobre todo de la ausencia de un organizdor que resuelva sobre la cancha las dudas o los desconciertos de los demás, que le dé un carácter de unidad a la genialidad de los jugadores, es quizás el peor defecto del equipo soviético, porque la entrada de Volkov y Tijonenko les ha dotado de tiro, altura, rapidez, rebote y hasta agresividad. Tácticamente, los soviéticos se han molestado en abandonar la defensa zonal por iniciarse en la individual, que practican habitualmente, aunque si grandes excesos.

Aprendices

Frente a ellos, que tienen a los más y mejores del resto del mundo, jugarán los norteamericanos, bisoños, aprendices, pequeños incluso pero ya subcampeones. La victoria, norteamericana dejaría en ilusión toda posibilidad de ir acercando equipos de la NBA con los europeos, salvo que estos últimos,y a golpe de dólares, se conviertan en sociedades exclusivamente profesionalizadas. No habría, en ese caso, duelo continental, porque Real Madrid o Barcelona jugarían con norteamericanos y algún que otro español en el banquillo, si se pretende que dicho supuesto tenga visos de seriedad, que haya una competencia posible.

Todo lo inmediato parece quedar relegado a que los equipos profesionales norteamericanos decidan un día de éstos llevar sus disputas a terrenos neutrales; es decir, cumplan con la previsión de jugar encuentros entre ellos en Tokio o en Milán.

El resto del mundo se juega su orgullo. Estados Unidos prácticamente nada. Lo que podría ser una cumbre al más alto nivel se ha quedado en comidilla. Los europeos aportan a sus más destacados líderes. Estados Unidos sólo ha acudido con jóvenes administrativos. Una victoria norteamericana significaría que ya no merecen la pena más intentos de diálogo, por el momento. Sería como empezar a ilustrar a un analfabeto empezando por hacerle comprender la teoría de la relatividad.

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