Navidades en junio
¿Se va a llevar el viento a Calviño? El propio director general de RTVE vino a decir con anterioridad que la emisión, el día 27, del blockbuster primero de la historia del cine constituiría su último gesto: redención de penas, bombón de despedida o bomba relojera programada para abrasar las manos del sucesor. Pero, cuando las elecciones están ganadas y respiramos un aire de continuidad, se insinúa que aquel anuncio pudo ser un tropo. "Fue simbólico".Lacan afirmó una vez que el símbolo es la muerte de la cosa. La cosa, en este caso, sería la mismísima casa de la radio y la televisión estatal, que Calviño tal vez de e o tal vez no. ¿Pretende el director general, en un acto fallido matar a su criatura al marcharse? "La mató porque era suya", escribirá un cronista. "La mató porque ya no era suya", dirá otro peor.
Me fui el viernes, provisto de vituallas, paipáis y otros remedios, a ver la gran película. La primera media hora me transportó a la infancia, no sólo cautivado como millones de espectadores antes que yo por el recuerdo de esta obra que todo bien nacido ya ha visto al menos una vez, sino rendido sin condiciones a los mecanismos narrativos de la leyenda.
Pero al descanso mi cerebro perdió la suciedad de los romanticismos y tuvo un instante de lucidez. La película es suntuosa, magnífica; demasiado magnífica. ¿No era sospechoso que el director general de un ente público decidiera, porque él lo deja, hacer de rey mago adelantando las Navidades y emitiendo la película más esperada de todos los tiempos un viernes calurosísimo del mes de junio?
Y entonces recordé una frase que Calviño, esa misma mañana del viernes, había pronunciado en RNE: "Yo, como hacía Escarlata O'Hara con las tierras arrasadas de Tara, traté de levantar una radiotelevisión pública". ¿Cómo era yo, éramos todos, tan tontos de no captar la verdadera trama simbólica de esa emisión, testamentaria o no? Algún atravesado esperaba una comida de coco subliminal. Un amigo que ve mucha televisión se apostó una cena a que el incendio de Atlanta iba a verse animado por una voz extraña que, como la que recogió el otro día un micrófono en un coso taurino, hablaría de la munificencia del amiguete Calviño; otro, más de derechas, aseguraba tener noticia de que en la escena cumbre de la despedida de Rhett y Escarlata ante el rojo horizonte, cuando toda España sería un mar de lágrimas, en el borde inferior del fotograma aparecerían sobreimpuestas las iniciales de Calviño seguidas de un "de nada". Gente boba, que cree capaz de tales zafiedades a un hombre tan astuto.
Credo calviñista
Elegida sibilinamente, aplazada durante los años de su mandato con argumentos económicos, Lo que el viento se llevó era el guión perfecto del credo calviñista, el épico resumen de su esfuerzo. A partir de esa iluminación, mi disfrute del filme se transformó; olvidé los refrescos, dejé de abanicarme, no estiraba las piernas ni en los anuncios; clavado ante el aparato, iba dilucidando plano a piano la clave oculta de este filme colosal. En cuatro años de mandato, en cuatro horas de película, suceden muchas cosas, y la identificación del director general con los personajes de la película es casi inagotable: hay episodios en que Melania era Calviño, pero al siguiente descubríamos sus rasgos en la respondona criada negra y en el rictus cínico de Rhett Butler.Tara, como Prado del Rey, es lo obvio, si recordamos la flaubertiana frase de Calviño: "Escarlata soy yo". Pero no hay que pasar por alto que Escarlata es una mujer que se ata matrimonialmente a novios que no quiere, sin dejar de ser fiel al dueño de su corazón, el noble caballero del Sur ocupado en la guerra. De cuando en cuando, el valiente guerreador le ofrece el consuelo de un beso, de una caricia, pero nunca se da del todo. Ahora bien, Escarlata al fin vence.
El caballero del Sur se queda viudo y pobre, y a ella la cortejan vividores y estraperlistas de fortuna privada, hombres que viajan con frecuencia al extranjero y le traen regalos que en Tara escasean. El final de Lo que el viento se llevó queda abierto a un posible romance, pero no es feliz. El jugador de ventaja se aleja de la casa; Escarlata le mira. ¿Habrá dejado escapar al único hombre digno de ella? Afortunadamente, y pese a los desgastes de la guerra, Escarlata aún se mantiene seductora, y las columnas de Tara están en pie.
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