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Las exigencias del guión

Comentábamos en otro artículo aquello de los actores y de las actrices que se declaran dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de que lo exija el guión. ¿Pero quién es ese guión para exigir? ¿Con qué criterios exige algo ese señor guión? Generalmente, el guión suele exigir cosas más bien a las actrices que a los actores, por aquello de que en realidad tales exigencias tienen poco o nada que ver con determinados propósitos; dramáticos o estéticos y mucho o todo con otras exigencias: las del mercado a cuyo servicio se pone, con mayor o menor inteligencia o sensibilidad, la mayor parte del sistema productor cinematográfico, en el que el guión forma parte del producto de tal manera que es capaz de devorar a los pobres escritores que se acercan a ese aparato o máquina infernal. Escritores como Scott Fitzgerald. y otros no me dejarán mentir.Pero en este momento se me ha ocurrido pensar, a propósito de esta anécdota más o menos divertida -que una se desnuda, ¿sabe usted?, ante las cámaras si lo exige el guión-, en que la condición del actor está siempre prendida de exigencias que poco o nada tienen que ver -salvo excepciones- con sus propios imperativos, más o menos categóricos. En general, el actor y la actriz son, en el escenario o en el plató, lo que no son; pues, a ver, por ejemplo, qué pinta la propia ideología de un actor agnóstico en su vida privada cuando lo contratan para hacer, por ejemplo, el Anas Vercors de La anunciación a María, de Paul Claudel, y en la escena suena el canto de un pájaro, y él ha de decir -y lo dice- que Ia oropéndola canta... ¿Qué dice? Dice que Dios existe, que Dios es grande...". Estoy citando de memoria, recordando que yo fui Anas Vercors -encarné ese personaje, si así quiere decirse- en una representación que hicimos de esta obra de Claudel en la facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria; y conste que a mí, en aquellos momentos, se me podían llenar los ojos de lágrimas de auténtica emoción personal ante la idea de que Dios canta en el canto de la oropéndola, pero lo que ahora me estoy planteando es el caso de un actor al que se le encomienda expresar sentimientos que para nada son los suyos propios. ¡Ya está! El oficio del actor consiste en prestar su cuerpo y su voz para decir esto y lo otro y lo de más allá. Louis Jouvet lo dijo y lo escribió muy bien para quienes tengan esa concepción del actor como mera disponibilidad para lo otro: el actor -según él- es un hueco (un creux). Sistema ante el que hay, por lo menos, dos modos de rebelarse, uno muy sentimental y otro altamente crítico.

El primero es el que practicaba mi admirado amigo el actor Manuel Dicenta: sencillamente él se negaba a decir en escena algo con lo que no estuviera de acuerdo. O, por lo menos, algunas veces era así, como cuando durante los ensayos de Casa de muñecas, de lbsen, se negó a pronunciar cierta frase. "No voy a decirla", nos explicó, "porque una frase así yo nunca se la diría a mi mujer". Había quedado muy escaldado, al parecer, de cierta temporada en el teatro Español, en que se había prestado a hacer Ricardo III, de Shakespeare, un personaje malo que no se correspondía con su natural bondad y con su acendrado humanismo; ello le había producido bastante repugnancia, pero además le había marcado de modo infamante ante sus admiradores. También era partidaria de este sistema del

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Las exigencias del guión

Viene de la página 11rechazo moral de determinados personajes, en función de la mala imagen que ello producía en la clientela de uno, la actriz Tina Gascó, y lo sé porque, habiéndome encargado que le escribiera una obra, hice yo tina que se titula Ana Kleiber y que ella desistió de hacer por este tipo de argumentos: "¿Qué va a decir mi público, amigo Sastre?". (Su marido, Fernando Granada, era algo parecido, lo cual quiere decir que no se trata de una extravagancia en el mundo del actor español de aquella época: él quiso hacer su personaje andaluz de un apoderado taurino que yo había escrito de otra manera. O sea, que él quería decir lo suyo, tomando corno pretexto el personaje: esto, cuando el actor es inteligente, es, desde luego, una opción muy aceptable; no seré yo quien diga lo contrario. ¡Pero, ay, en aquel caso el guión exigía no ser andaluz!).

Precisamente, el otro planteamiento en el que el actor salvaguarda su propia personalidad y su propia ideología frente a la invasión del personaje que trata de ocuparlo y tomar posesión de él, tiene que ver algo con la absorción andalucista del actor andaluz al que acabo de referirme. Es el planteamiento brechtiano del asunto: el actor cuenta a los espectadores que hay un personaje que se llama Anas Vercors, el cual oye la voz de Dios en el canto de la oropéndola; para ello, nuestro actor pone cara de oír un mensaje divino -hace como si lo oyera al escucharse en el teatro la grabación electrónica del precioso pajarillo cantor, puesto que ciertamente el guión no puede exigir del actor agnóstico o decididamente ateo, que de todo hay en la viña del Señor, una prestación superior a ésta- Apurando la tesis brechtiana, en este caso el actor tendría que, además, indicar sutilmente que en el canto de la oropéndola es posible escuchar otros mensajes, entre otros nada menos que... el canto de la oropéndola.

Desde luego que hay guiones y guiones; y las exigencias que algunos plantean son de lo más aceptable, hay que reconocerlo. Por ejemplo, aquel guión que exige del actor que tome una calavera en sus manos y diga algo así como aquello de: "¡Pobre Yorick! Aquí mismo estaban aquellos labios que yo he besado no sé cuántas veces....!".

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