El milagro Soviético
La victoria en México puede significar una compensación moral importante para los soviéticos. Ningún deporte entusiasma tanto en este país como el fútbol, y ninguno como éste logra convertirse en un "poderoso sedante nacional", según la vieja expresión del escritor Yuri Trifonov. De hecho, en ruso, al seguidor de un equipo se le llama boleichtnick, es decir, "el enfermo por su equipo", y si éste gana, su estado nervioso mejora al momento. El palmarés del fútbol soviético, en cuanto a clubes se refiere, no es nada despreciable. Este año, el Dinamo de Kiev ha renovado el éxito de 1975 y ha ganado por segunda vez la Recopa.En 1981, el Dinamo de Thilisi la conquistó también por un año; sin embargo, se trata de algo poco relevante en un país que cuenta con el mayor número de: jugadores del mundo. ¿Podrá salir acaso un día, de entre esta marea de jugadores, un equipo invencible que pueda entrar en la historia del deporte? ¿Es acaso el Mundial de México la ocasión propicia? En Moscú nadie piensa en esa posibilidad, empezando por el entrenador del equipo nacional, Valeri Lobanovski -seleccionador de los 22 futbolistas, escogidos entre experimentados jugadores, casi todos veteranos del Campeonato del Mundo en España-, quien, según declaraciones a Pravda, confia más en la experiencia que en la genialidad.
De esta forma se intenta explicar por adelantado que la Unión Soviética no hará un mal papel en México, pero que se considera más bien un outsider en esta competición. Su figura principal, la más alabada por el diario Pravda, sigue siendo Oleg Blojin, estrella del Dinamo de Kiev, quien a sus 34 años ha vestido 101 veces los colores del equipo nacional, con 37 goles, récord en la Unión Soviética. "No vamos al Mundial sencillamente a jugar", declaró en el momento de partir hacia México. "Sabemos que se espera que consigamos éxitos".
El capitán del once soviético, Rinat Dasaev, portero del Spartak y niño mimado de todo Moscú, es más explícito. Asegura que no hay ningun gol que sea imparable, y que entrará al terreno de juego "dispuesto a pararlos todos". Su talento debe ser apreciado en todo el mundo, puesto que no hay en fútbol portero invincible; es más, los equipos importantes son aquellos que marcan muchos goles. Por ejemplo, el Brasil de Pelé, la Holanda de Cruyff o, hablando de clubes, el Liverpool de Kevin Keegan.
El entrenadorLo que choca en el caso del entrenador Lobanovski es que mencione como líderes de su formación tan sólo defensas: Alejandro Tchivadze, del Dinamo de Thilisi (número 3), Viadim-ir Besonov (número 2) y Anatoli Demianienko (número 5), todos ellos del Dinamo de Kiev. En el ataque, jugadores como Yaremtoxhouk (número 7), Yakovlenko (número 8), Zavarov (número 9), Kouznietzov (número 10) y, naturalmente el eterno Blojin, con el número 11.
Hace ahora tres años, cuando un equipo de provincias, el Dniepr, para sorpresa general, consiguió ser campeón de la URSS, los soviéticos creyeron descubrir por fin una pareja de ataque destinada a llegar muy lejos. Se trataba de Oleg Protasov y Guenadi Litovtchenko, ambos áctualmente en México como reservas, con los números 13 y 18.
A pesar de ese deslumbrante despegue, no han conseguido convertirse en auténticos supercampeones al estilo de lo que el Sovietski Sport (el diario deportivo de mayor difusión) menciona como figuras que crean auténtica expectación en el Mundial, jugadores tales como Emilio Butragueño (España), Gary Lineker (Inglaterra) o Claudio Gorghi (Argentina).
De no haber grandes sorpresas durante el Mundial de México, los soviéticos deberán replantearse el camino que han de seguir para lograr mejorar el nivel de su fútbol. En 1986, y contrariamente a lo ocurrido en 1982, las reformas están a la orden del día en todos los sectores de la vida soviética. Esto supone, por tanto, múltiples discusiones en lo concerniente al deporte preferido. Los clubes, hasta ese momento subvencionados por grandes fábricas, ministerios y sindícatos, deberán asegurar, su rentabilidad palabra de moda en Moscú- llenando los estadios. Para lograr ese objetivo, el calendario futbolístico, algo caótico hasta el momento, se jugará regularmente en sábado o domingo.
Es curioso apreciar cómo ha cambiado el punto de vista de los soviéticos en lo referente a estas discusiones previas desde 1982. En ese tiempo se pensaba que el sistema de grandes primas desnaturalizaba el fútbol. En este país, los jugadores de los seis primeros equipos del campeonato y los cuatro semifinalistas de la Copa de la Unión Soviética reciben automáticamente el título de maestros del deporte, lo cual supone una serie de privilegios nada despreciables. Se decía que estos maestros, a menudo muy jóvenes, perdían la cabeza ante esa súbita. riqueza y, finalmente, arruinaban sus carreras.
"¿No es acaso estúpido", comentaba un crítico del Literaturnaia Gazeta, "darle el título de prima ballerina a una joven de 18 años?, eso no existe en el mundo de la danza".
Actualmente, el asunto de los títulos es algo muy discutido, pero ya no lo es tanto el tema de las primas. Se trata de recompensar a cada jugador según sus méritos, olvidándose del antiguo cerco nacional; es más, los clubes que hagan mejores taquillas en los estadios podrán utilizar ese dinero para pagar mejor a sus figuras y reclutar otras en los equipos menos afortunados. ¿Se llegará tan lejos como abrir las fronteras y ceder los propios jugadores a clubes extranjeros? En lo que respecta a ese punto las cosas Po están muy claras, si bien se habla mucho de eso en Moscú. Por ejemplo, el Spartak acaba de ceder su delantero centro -Gavrilov- al Rapid de Viena. Sin embargo, cuando en 1975 Oleg Blejin, en lo mejor de su carrera, había sido coronado como el mejor jugador europeo, Gianni Agnelli, el patrón de Fiat, hizo una importante oferta al Dinamo de Kiev a fin de tener al jugador en la Juventus de Turín. Los soviéticos, a pesar del agradecimiento por la Fiat y su notoria simpatía hacia el patrón, habían dicho "niet" (jamás). ¿Puede cambiar esta actitud?
La experiencia parece demostrar que, al margen de todas las consideraciones posibles sobre la cuestión financiera, la integración de los grandes jugadores en equipos extranjeros acaba por enriquecer el fútbol del país de origen.
Veamos, por ejemplo, el caso de Zibi Boniek, llamado el Blojin polaco: ¿acaso no aporta a su equipo nacional una enorme experiencia, adquirida en Turín y Roma? ¿Cómo habría podido conseguirla si hubiese continuado jugando en Polonia con su equipo de Lotz?
Si bien no se confirma la posibilidad de los traspasos, los soviéticos no se dejan engañar sobre el juego de aficionados de sus jugadores.
El Pravda, en sus alabanzas a Oleg Blojin, no dice que juegue por placer, más bien insiste sobre su capacidad de sacrificio en favor del fútbol y su renuncia a tantos placeres que ofrece la vida normal. Algo que debe pagarse en la URSS, que cada vez se inspira más en el modelo occidental.
K. S. Karol es escritor y periodista francés, de origen polaco, experto en temas soviéticos.
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