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Tribuna
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Suquía

Lo ha dicho el cardenal Suquía: "Todas las crisis de la Iglesia las superan siempre los santos". El cardenal ha clausurado el ciclo de balance sinodal del Postconcilio. Nuestro arzobispo, el arzobispo de Madrid, monseñor Suquía, nos ha recordado que "la diócesis madrileña no puede proyectarse hacia el futuro sin tener en cuenta las enseñanzas del Vaticano Il". Distante, papalicio, elocuente, refulgente, monseflor Suquía es un pastor con cayado de oro, que no ha conseguido ni intentado nunca pastorearnos a los madrileños, ni de cerca ni de lejos, ni como pastor de almas ni como he¡deggeriano "pastor del ser". Ahora, monseñor Suquía expresa abiertamente su aristocratismo vaticano: "Las crisis las superan siempre los santos". Frase con la que, por una parte, margina a quienes él llama "los teorizantes", o sea, los nuevos teólogos y los cristianos críticos. Y, por otra parte, olvida y aleja la tradicional "fe del carbonero" (el pueblo siempre tiene una carbonería). Santa Teresa, San Juan, San Ignacio, son la santísima trinidad mística, irracional, iluminada, que nos presenta Suquía, promocionando una "pastoral de santidad", frente al racionalismo/humanismo inicial de Juan XXIII y el Vaticano II, que ahora se pretende desarrollar, cuando en realidad se trata de cambiar el expediente de negociado, en el cielo. A medida que el hombre va conquistando su propia razón y racionalizando, mundanizando el mundo, entoña en la Iglesia un nuevo brote de irracionalismo, un salto atrás, oscurantista, casi ocultista, que está encarnado y animado, aquí en Madrid, por monseñor Suquía, frente a tantos curas jóvenes, "sociales", "obreros", como el que hace poco me escribía en este periódico desde lo más terrestre de su fe.Claro que no se olvidan, Suquía y sus santos, de "una opción preferencial por los pobres", que ya en el enunciado suena a caridad burocrática.

Lejano, vaticanal, insinuante, pontificante, el arzobispo de Madrid no ha condescendido jamás a su pueblo. Pero es que ahora se autosacraliza, abiertamente, en la elite irracional de los místicos. Para "medio fraile", como San Juan, le sobra medio obispo, leproso de oro.

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