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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La derrota de Marchais

DE LOS aspectos de las últimas elecciones francesas, el que ha causado mayor sorpresa ha sido el descenso del voto comunista por debajo del 10%, al mismo nivel prácticamente que el de los racistas de Le Pen. Sin duda, la tendencia hacia la baja se venía manifestando desde hace varios años; pero esta última caída ha sido más pronunciada que lo previsto. El Partido Comunista Francés (PCF) parece ya irremisiblemente condenado a convertirse en un factor menor de la política del vecino país, con escasa capacidad de influencia. Para medir el cambio que ello implica conviene recordar que en Francia, contrariamente a Italia y muchos otros países, los comunistas han sido desde su nacimiento, salvo cortos períodos como el de la ocupación alemana, un partido parlamentario con un peso sustancial en las Cámaras. Después de la guerra, con un fuerte arraigo entre los obreros y los intelectuales, tenían aproximadamente un tercio de los votos; se definían como "el primer partido de Francia", desde luego muy por delante de los socialistas. Aún en 1975, el PCF consideraba que la unidad de la izquierda tendría que reconocer, al menos de modo implícito, esa "superioridad" numérica comunista.Sin embargo, 1968 marcó ya un momento de declive, sobre todo en Cuanto a la influencia entre las masas juveniles y los círculos intelectuales; Georges Marchais acentuó al máximo un obrerismo reivindicativo y un tacticismo sin perspectiva, mientras reforzaba su posición dirigente apoyándose sobre todo en un extenso aparato de funcionarios, tanto del propio partido como de sindicatos, municipios y otras entidades públicas; tal es la razón de su estabilidad como secretario general, a pesar de reiterados fracasos políticos. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1981, Marchais obtuvo un 15,4% de los votos, frente al 26% de Mitterrad; ello indicaba que, dentro de la gran ola progresista que se levantaba con la esperanza del triunfo de la izquierda, se apuntaba ya un retroceso serio del PCF. Por ello, la posibilidad de entrar en el Gobierno Mauroy fue, en aquella circunstancia, una salvación para los comunistas. En realidad, el nuevo partido socialista creado por Mitterrand en 1971 demostraba una capacidad muy superior a la de los comunistas para abordar los nuevos problemas que el desarrollo social y cultural plantea para una política de izquierda. Los comunistas se atrincheraban en sectores obreros tradicionales, cuyo peso decrece en la sociedad. Cuando el PCF reúne su congreso en 1985, con resultados electorales que han bajado al 11 % en las elecciones europeas, y subido algo, al 12,5%, en las cantonales, Marchais impone la estrategia que ha llevado al último descalabro: los socialistas tienen la culpa de todo; hay que borrar la colaboración ministerial, atacarles a fondo y recoger los votos del descontento popular.

No era sólo un falso cálculo político; denotaba una pérdida de contacto con la realidad, con los cambios objetivos en la base social. Salvo en sectores particularmente atrasados, la tendencia a votar de una manera crítica se entrelaza con la búsqueda de soluciones alternativas susceptibles de mejorar la situación. Eso es lo que el PCF no ofrece desde hace tiempo, cuando la demanda de tal actitud política es cada vez mayor incluso entre los sectores obreros, tradicionalmente de izquierda. Esta manera más racional de situarse ante el voto explica la relativa recuperación del PSF en las últimas elecciones, y el fracaso de los comunistas. La irracionalidad exasperada ha sido captada con más eficacia con la demagogia racista del llamado Frente Nacional.

No es fácil saber cuáles van a ser las reacciones dentro del PCF después de esos resultados lamentables. Siempre han existido en el comunismo francés personas, o grupos, que se han esforzado por italianizarle; la imagen de un Partido Comunista Italiano más flexible, más creador, más democrático, fue causa de permanente incomodidad para los máximos dirigentes franceses; ayer Thorez, hoy Marchais. Muchos italianizantes fueron eliminados en uno u otro momento. Actualmente, Pierre Juquin defiende, con prudencia, la necesidad de una profunda renovación de la política y del funcionamiento del partido. Que los hechos le han dado la razón parece una verdad indiscutible. Pero la lógica del aparato es otra: y puede imponerse el inmovilismo, o retoques de fachada, que lleven a nuevos desastres. Por otro lado, no se puede olvidar que, al pasar a la oposición, los partidos socialistas demuestran siempre una propensión a asumir posiciones de izquierda. En el PSF existe hoy un debate más o menos intenso entre diferentes tendencias; y es probable que una parte al menos de las actitudes críticas provocadas por la gestión gubernamental de los últimos cuatro años se encauce ahora en el debate del propio Partido Socialista. Lo cual acrecería la dificultad de los comunistas para definir y extender su espacio.

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