Quién canta victoria
EL RECUENTO de votos en el referéndum ha dado una clara victoria al sí. Con ello podría pensarse que termina uno de los episodios más controvertidos y esquizoides de la nueva democracia española. Para nada es eso. Más bien comienza ahora una tarea de reconstrucción del marco político y del escenario en el que nos movemos.Este referéndum ha arrojado algunos datos novedosos y serios sobre la situación española. El primero -el menos sorprendente, pero el más satisfactorio- es la sensatez de un pueblo dispuesto a ir a las urnas y dar muestras permanentes de su capacidad democrática, pronunciándose libre y pacíficamente. El segundo es el oportunismo y la sinrazón de la gran parte de la clase política, del Gobierno a la oposición, que ha culminado en un espectáculo de contradicciones, confusión y hastío que sería injusto que no pagaran sus responsables.
El Gobierno puede sentir la tentación de apuntarse este resultado como una victoria en su haber. No cabe duda de que los sondeos le anunciaban perdedor en la consulta, y de que el esfuerzo desarrollado por Felipe González y su equipo ha sido meritorio. Pero no cabe duda tampoco de que las manipulaciones, presiones, nerviosismo y estupor que los socialistas han desparramado a su alrededor no les permiten presentarse hoy con la cabeza alta, y sí pidiendo perdón, a un país al que han hecho pasar lo que no se merecía. La apreciable diferencia respecto a los votos negativos no habría sido, seguramente, posible sin el esfuerzo de reflexión que se ha exigido a una parte del electorado, que con gran probabilidad ha cambiado el significado de su voto en los últimos días e incluso en las últimas horas.
Esta jornada es, en primer lugar, el triunfo de un sistema que ha permitido a los españoles pronunciarse sobre una cuestión capital como la política militar y de defensa de su país. En el comportamiento mayoritario de los ciudadanos ha tenido que sumarse una gran heterogeneidad de factores hasta orientar su decisión, y entre ellos, no han podido pecisar únicamente los que afectaban al contenido de la pregunta. Si bien es verdad que los españoles se han pronunciado sobre la OTAN y la permanencia en ella, no es menos cierto que lo han hecho atendiendo a factores de continuidad política y de garantías para el futuro democrático más que a la cuestión misma de Europa y la política de bloques. Caben pocas dudas de que el voto útil, en una nueva y genuina versión, ha vuelto a funcionar: no se ha querido debilitar la estabilidad de la mayoría parlamentaria y del Gobierno, y se ha pretendido nominar el prestigio de las instituciones de la democracia representativa, ante una opción en realidad inexistente -no cambiaban las condiciones de integración militar en Occidente ganara el sí o ganara el no-, cuando se temía que la derrota del Gobierno fuera rentabilizada por sectores antidemocráticos de este país. Pero frente a este comportamiento popular -que ha exigido no pocos retorcimientos de la conciencia individual y un sentido profundo de las responsabilidades adquiridas por el pueblo en la democracia-, el de los partidos ha seguido con demasiada frecuencia las guías de sus ventajas sectarias y no de los destinos de los ciudadanos. Habiendo abusado hasta el ridículo todos los líderes -conservadores, socialistas y comunistas- del más burdo patrioterismo, en sus apelaciones agotadoras al interés de España y en el resurgimiento verbal del señuelo nacionalista, han recibido hoy una lección memorable. No es preciso hacer ahora un catálogo de actitudes chuscas ni rememorar las muchas y muy diversas tonterías que desde las plataformas del sí y del no, o de la abstención, se han dicho con facundia digna de mejor causa. Escuchando a personajes de la derecha preconizar la abstención ha cundido el escalofrío. Resulta que unos sedicentes demócratas y atlantistas abandonaban las urnas cuando la Alianza Atlántica les solicitaba el sí, y todo por pura, y equivocada, estrategia electoral. Sectores del centro-derecha que se alzaban como esperanza o reserva para este país (Pujol, Roca, Suárez) han renegado de su condición de orientadores de la masa refugiándose en la cómoda indefinición del silencio -siempre ocultadora de la ignorancia o del oportunismo-, justo en los momentos en que su opinión era más requerida. Los pacifistas y antiatlantistas responsables han sido asaltados en su propio terreno por el electoralismo del partido de Gerardo Iglesias y por el de sectores histriónicos de la marginalia política que nos prometían una nueva Guerra de la Independencia, con su Agustina de Aragón y todo, pero esta vez contra los americanos, o una balcanización de la Península Ibérica. Por último, el Gobierno ha utilizado toda clase de recursos a su alcance: ha llevado la manipulación televisiva hasta el límite, ha presionado a los militantes socialistas, ha enfatizado los aspectos carismáticos del liderazgo del presidente, ha implorado, sugerido, amenazado y prometido como nunca, e incluso se le ha visto dispuesto a implantar la censura de Prensa en el día de las votaciones respecto a la publicación de resultados provisionales. Todo ello para ganar una convocatoria destinada a un solo fin: demostrar que era el Gobierno el que tenía razón y los demás quienes estaban en el error. Ya hemos visto las caras de satisfacción de los analistas de presidencia señalando cómo sus sondeos eran los únicos válidos y cómo todo el mundo estaba equivocado salvo ellos. Pero si Felipe González pudiera escrutar hoy el corazón de cientos de miles de votantes, sabría cómo cambiaron su voto negativo o su abstención por el sí con la única esperanza no de reforzar su Gabinete o su persona, ni mucho menos de santificar popularmente la OTAN, sino de ver garantizado para ellos mismos un futuro político estable. No se atrevería entonces el presidente ni siquiera a pensar que él es el vencedor de esta crispada y apasionante batalla verbal en la que los españoles han gastado dinero, energías, amistades y pasiones exactamente para nada: para que nos quedemos como estábamos. Los votantes han encontrado en la elección de su pronunciamiento toda la oscuridad, todas las dificultades imaginables, y prácticamente ningún aporte de razón y debate para su esclarecimiento. Lo que es hoy, con el grado de participación registrado, un sólido triunfo de la sociedad española, es también, a poco que se eche la vista atrás, un fracaso de la comunicación entre representantes y representados. El Gobierno, que eligió defender una postura contraria a la que sostenía apenas tres años antes, contaba de antemano con los costes que iba a reportarle la consulta. La cuestión ahora es saber si ese desgaste no será aún mayor al de sus cálculos. Ni en la campaña de sus líderes significados, ni en las reiteradas y aparatosas intervenciones del presidente, los socialistas han recuperado el grado de credibilidad que ostentaban. No debe engañarles ahora este resultado favorable: han ganado el referéndum contra sus propios errores, y es lícito y justo que la sociedad española pase factura de incompetencia y arrogancia a un partido y a unos dirigentes que dilapidan tan salvaje como alegremente su mayoría absoluta. Al deterioro que conlleva la acción de gobierno, esta campaña ha añadido sobre los dirigentes del PSOE -pese a lo que el resultado del voto pudiera aparentar- un distanciamiento de la conciencia social, patentizada todavía más en el espectáculo mismo del prerreferéndum, en la torpeza de sus discursos públicos -más atentos a otros líderes que a sus propios oyentes- y en el menosprecio que supone haber soslayado una cabal información y un debate sobre la política de bloques a cambio de atronarnos los oídos con algo tan abstracto y discutible, tan difícil de unívoca representación, como es el interés de España. El triunfo del sí contribuye a preservar la normalidad, mantiene el statu quo internacional y regulariza las expectativas respecto al discurrir de la política española. Pero el Gobierno ha adquirido compromisos definidos: a partir de ahora los términos que matizaban la permanencia en la OTAN (desnuclearización del territorio, reducción de la presencia militar norteamericana y no integración en la estructura militar de la Alianza) se traducen en requerimientos urgentes. La desnuclearización y reducción de efectivos militares americanos en España conduce a buscar la inmediata denuncia del tratado militar con Estados Unidos y la reducción de las bases extranjeras y su personal. Por lo demás, no podrá seguirse negando Felipe González a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear -otra promesa electoral del PSOE más fácil de cumplir que el referéndum y sobre la que ha hurtado hasta ahora el bulto-. Y los españoles que viven cerca del peñón de Gibraltar merecen algo más que palabras oscuras de un Gobierno aliado como es el de Londres sobre la nuclearización o no de la Roca. Pues, ¿de qué sirve a los malagueños o gaditanos haber ratificado la repulsa a las armas nucleares si la base naval dela Alianza allí instalada recibe la visita de submarinos con armamento atómico? Por añadidura, en coherencia con el sentido con que se ha expuesto la voluntad de permanecer en la OTAN, el Gobierno español está comprometido a promover la distensión y hacer avanzar la consolidación de la unidad política de Europa. La no integración en la estructura de mando militar -también aprobada en esta fecha del 12 de marzo- merecería cuando menos una reflexión sobre la oportunidad o no de que España permanezca en el Comité Militar de la Alianza: pero no es de esperar rectificación alguna sobre ello. Y las promesas de aumentar el sentido europeo de la OTAN, frente a la omnipresencia norteamericana, deben transmutarse en acciones efectivas. Todo lo que no sea un relevante protagonismo en estas tareas por parte del Gobierno español infrigiría las condiciones en las que ha obtenido el refrendo a su propuesta. Queda otro débito del sí que habrá de satisfacer particularmente este Gobierno y con el que puede empezar a contar. Es el de la factura que habrán de presentarle sus propios militantes, violentados por el giro de la dirección socialista, y el que le pasará buena parte de esa ancha masa de diez millones de electores que han aplazado lo que el propio presidente del Gobierno llamara su voto de castigo para los comicios generales. El PSOE recibió la confianza de la mayoría absoluta para hacer posible el cambio, y a la vista está la impericia e incapacidad para administrar ese caudal de confianza política. Frente a la comunidad internacional de Occidente, que empezando por no entender la oportunidad de la convocatoria no ha entendido nunca bien la zarabanda surrealista de la campaña, el triunfo del sí será recibido con alivio, pero para nada debe ser interpretado como un auxilio a loi males de la política de bloques. Merece la pena ser conscientes de lo extenso del sector de la sociedad española contrario a la política aliancista y dispuesto en cambio a aumentar sus gastos de defensa en armas convencionales con tal de alejar el peligro de guerra nuclear de Europa. Cuestiones que el Gobierno no puede dejar de tener presente en un futuro. Al margen añadidos espurios, en el corazón del no late un sentido de protesta y de angustia ante la carrera armamentística, ante el peligro de destrucción nuclear, ante la persistente división de Europa, ante la inexistencia de la búsqueda de un proyecto común de este continente que logre librarle de sus vasallajes a las superpotencias. Valores que deben y tienen que ser incorporados a una política de paz en el seno de la Alianza si Felipe González no quiere traicionar sus promesas, hechas durante la propia campaña del referéndum. Finalmente, queda por analizar lo sucedido con la llamada a la abstención. El mismo líder que empujara a las masas al voto durante los referendos de la dictadura ha pretendido distanciarlas de las urnas en la consulta de la democracia. El aprovechamiento ilegítimo de la abstención técnica en el análisis de los resultados pone más aún, de relieve la inclinación a la argucia de sus patrocinadores. Los tres cabezas de Coalición Popular (Fraga por los conservadores, Alzaga por los democristianos y Segurado por los llamados liberales, cuando los liberales son bien otra cosa) se han pronunciado por la abstención en un acto de insolidaridad con sus electores y con sus partidos homólogos europeos. Con mimbres así esta derecha no tiene futuro como alternativa, ni credibilidad en su programa, ni talla en su liderazgo. Es una derecha que no representa al pensamiento demócrata conservador, sino a los intereses particulares del aparato que la nutre. Los órganos de opinión que han servido a su suicida estrategia se han visto abandonados hasta de sus propios financiadores. Pese a sus intentos obstruccionistas, la abstención es la perdedora de la jomada. La democracia, la única que puede cantar victoria.
Quién canta victoria
Viene de la primera páginaEsta jornada es, en primer lugar, el triunfo de un sistema que ha permitido a los españoles pronunciarse sobre una cuestión capital como la política militar y de defensa de su país. En el comportamiento mayoritario de los ciudadanos ha tenido que sumarse una gran heterogeneidad de factores hasta orientar su decisión, y entre ellos, no han podido pecisar únicamente los que afectaban al contenido de la pregunta. Si bien es verdad que los españoles se han pronunciado sobre la OTAN y la permanencia en ella, no es menos cierto que lo han hecho atendiendo a factores de continuidad política y de garantías para el futuro democrático más que a la cuestión misma de Europa y la política de bloques. Caben pocas dudas de que el voto útil, en una nueva y genuina versión, ha vuelto a funcionar: no se ha querido debilitar la estabilidad de la mayoría parlamentaria y del Gobierno, y se ha pretendido nominar el prestigio de las instituciones de la democracia representativa, ante una opción en realidad inexistente -no cambiaban las condiciones de integración militar en Occidente ganara el sí o ganara el no-, cuando se temía que la derrota del Gobierno fuera rentabilizada por sectores antidemocráticos de este país.Pero frente a este comportamiento popular -que ha exigido no pocos retorcimientos de la conciencia individual y un sentido profundo de las responsabilidades adquiridas por el pueblo en la democracia-, el de los partidos ha seguido con demasiada frecuencia las guías de sus ventajas sectarias y no de los destinos de los ciudadanos. Habiendo abusado hasta el ridículo todos los líderes -conservadores, socialistas y comunistas- del más burdo patrioterismo, en sus apelaciones agotadoras al interés de España y en el resurgimiento verbal del señuelo nacionalista, han recibido hoy una lección memorable.No es preciso hacer ahora un catálogo de actitudes chuscas ni rememorar las muchas y muy diversas tonterías que desde las plataformas del sí y del no, o de la abstención, se han dicho con facundia digna de mejor causa. Escuchando a personajes de la derecha preconizar la abstención ha cundido el escalofrío. Resulta que unos sedicentes demócratas y atlantistas abandonaban las urnas cuando la Alianza Atlántica les solicitaba el sí, y todo por pura, y equivocada, estrategia electoral. Sectores del centro-derecha que se alzaban como esperanza o reserva para este país (Pujol, Roca, Suárez) han renegado de su condición de orientadores de la masa refugiándose en la cómoda indefinición del silencio -siempre ocultadora de la ignorancia o del oportunismo-, justo en los momentos en que su opinión era más requerida. Los pacifistas y antiatlantistas responsables han sido asaltados en su propio terreno por el electoralismo del partido de Gerardo Iglesias y por el de sectores histriónicos de la marginalia política que nos prometían una nueva Guerra de la Independencia, con su Agustina de Aragón y todo, pero esta vez contra los americanos, o una balcanización de la Península Ibérica. Por último, el Gobierno ha utilizado toda clase de recursos a su alcance: ha llevado la manipulación televisiva hasta el límite, ha presionado a los militantes socialistas, ha enfatizado los aspectos carismáticos del liderazgo del presidente, ha implorado, sugerido, amenazado y prometido como nunca, e incluso se le ha visto dispuesto a implantar la censura de Prensa en el día de las votaciones respecto a la publicación de resultados provisionales. Todo ello para ganar una convocatoria destinada a un solo fin: demostrar que era el Gobierno el que tenía razón y los demás quienes estaban en el error.Ya hemos visto las caras de satisfacción de los analistas de presidencia señalando cómo sus sondeos eran los únicos válidos y cómo todo el mundo estaba equivocado salvo ellos. Pero si Felipe González pudiera escrutar hoy el corazón de cientos de miles de votantes, sabría cómo cambiaron su voto negativo o su abstención por el sí con la única esperanza no de reforzar su Gabinete o su persona, ni mucho menos de santificar popularmente la OTAN, sino de ver garantizado para ellos mismos un futuro político estable. No se atrevería entonces el presidente ni siquiera a pensar que él es el vencedor de esta crispada y apasionante batalla verbal en la que los españoles han gastado dinero, energías, amistades y pasiones exactamente para nada: para que nos quedemos como estábamos.Los votantes han encontrado en la elección de su pronunciamiento toda la oscuridad, todas las dificultades imaginables, y prácticamente ningún aporte de razón y debate para su esclarecimiento. Lo que es hoy, con el grado de participación registrado, un sólido triunfo de la sociedad española, es también, a poco que se eche la vista atrás, un fracaso de la comunicación entre representantes y representados. El Gobierno, que eligió defender una postura contraria a la que sostenía apenas tres años antes, contaba de antemano con los costes que iba a reportarle la consulta. La cuestión ahora es saber si ese desgaste no será aún mayor al de sus cálculos. Ni en la campaña de sus líderes significados, ni en las reiteradas y aparatosas intervenciones del presidente, los socialistas han recuperado el grado de credibilidad que ostentaban. No debe engañarles ahora este resultado favorable: han ganado el referéndum contra sus propios errores, y es lícito y justo que la sociedad española pase factura de incompetencia y arrogancia a un partido y a unos dirigentes que dilapidan tan salvaje como alegremente su mayoría absoluta. Al deterioro que conlleva la acción de gobierno, esta campaña ha añadido sobre los dirigentes del PSOE -pese a lo que el resultado del voto pudiera aparentar- un distanciamiento de la conciencia social, patentizada todavía más en el espectáculo mismo del prerreferéndum, en la torpeza de sus discursos públicos -más atentos a otros líderes que a sus propios oyentes- y en el menosprecio que supone haber soslayado una cabal información y un debate sobre la política de bloques a cambio de atronarnos los oídos con algo tan abstracto y discutible, tan difícil de unívoca representación, como es el interés de España.El triunfo del sí contribuye a preservar la normalidad, mantiene el statu quo internacional y regulariza las expectativas respecto al discurrir de la política española. Pero el Gobierno ha adquirido compromisos definidos: a partir de ahora los términos que matizaban la permanencia en la OTAN (desnuclearización del territorio, reducción de la presencia militar norteamericana y no integración en la estructura militar de la Alianza) se traducen en requerimientos urgentes. La desnuclearización y reducción de efectivos militares americanos en España conduce a buscar la inmediata denuncia del tratado militar con Estados Unidos y la reducción de las bases extranjeras y su personal. Por lo demás, no podrá seguirse negando Felipe González a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear -otra promesa electoral del PSOE más fácil de cumplir que el referéndum y sobre la que ha hurtado hasta ahora el bulto-. Y los españoles que viven cerca del peñón de Gibraltar merecen algo más que palabras oscuras de un Gobierno aliado como es el de Londres sobre la nuclearización o no de la Roca. Pues, ¿de qué sirve a los malagueños o gaditanos haber ratificado la repulsa a las armas nucleares si la base naval dela Alianza allí instalada recibe la visita de submarinos con armamento atómico?Por añadidura, en coherencia con el sentido con que se ha expuesto la voluntad de permanecer en la OTAN, el Gobierno español está comprometido a promover la distensión y hacer avanzar la consolidación de la unidad política de Europa. La no integración en la estructura de mando militar -también aprobada en esta fecha del 12 de marzo- merecería cuando menos una reflexión sobre la oportunidad o no de que España permanezca en el Comité Militar de la Alianza: pero no es de esperar rectificación alguna sobre ello. Y las promesas de aumentar el sentido europeo de la OTAN, frente a la omnipresencia norteamericana, deben transmutarse en acciones efectivas. Todo lo que no sea un relevante protagonismo en estas tareas por parte del Gobierno español infrigiría las condiciones en las que ha obtenido el refrendo a su propuesta.Queda otro débito del sí que habrá de satisfacer particularmente este Gobierno y con el que puede empezar a contar. Es el de la factura que habrán de presentarle sus propios militantes, violentados por el giro de la dirección socialista, y el que le pasará buena parte de esa ancha masa de diez millones de electores que han aplazado lo que el propio presidente del Gobierno llamara su voto de castigo para los comicios generales. El PSOE recibió la confianza de la mayoría absoluta para hacer posible el cambio, y a la vista está la impericia e incapacidad para administrar ese caudal de confianza política.Frente a la comunidad internacional de Occidente, que empezando por no entender la oportunidad de la convocatoria no ha entendido nunca bien la zarabanda surrealista de la campaña, el triunfo del sí será recibido con alivio, pero para nada debe ser interpretado como un auxilio a loi males de la política de bloques. Merece la pena ser conscientes de lo extenso del sector de la sociedad española contrario a la política aliancista y dispuesto en cambio a aumentar sus gastos de defensa en armas convencionales con tal de alejar el peligro de guerra nuclear de Europa. Cuestiones que el Gobierno no puede dejar de tener presente en un futuro. Al margen añadidos espurios, en el corazón del no late un sentido de protesta y de angustia ante la carrera armamentística, ante el peligro de destrucción nuclear, ante la persistente división de Europa, ante la inexistencia de la búsqueda de un proyecto común de este continente que logre librarle de sus vasallajes a las superpotencias. Valores que deben y tienen que ser incorporados a una política de paz en el seno de la Alianza si Felipe González no quiere traicionar sus promesas, hechas durante la propia campaña del referéndum. Finalmente, queda por analizar lo sucedido con la llamada a la abstención. El mismo líder que empujara a las masas al voto durante los referendos de la dictadura ha pretendido distanciarlas de las urnas en la consulta de la democracia. El aprovechamiento ilegítimo de la abstención técnica en el análisis de los resultados pone más aún, de relieve la inclinación a la argucia de sus patrocinadores. Los tres cabezas de Coalición Popular (Fraga por los conservadores, Alzaga por los democristianos y Segurado por los llamados liberales, cuando los liberales son bien otra cosa) se han pronunciado por la abstención en un acto de insolidaridad con sus electores y con sus partidos homólogos europeos. Con mimbres así esta derecha no tiene futuro como alternativa, ni credibilidad en su programa, ni talla en su liderazgo. Es una derecha que no representa al pensamiento demócrata conservador, sino a los intereses particulares del aparato que la nutre. Los órganos de opinión que han servido a su suicida estrategia se han visto abandonados hasta de sus propios financiadores. Pese a sus intentos obstruccionistas, la abstención es la perdedora de la jomada. La democracia, la única que puede cantar victoria.
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