La construcción de la plaza de Dalí descubre los sótanos de la vieja plaza de toros de la Villa
Los vientos de la modernidad de los años veinte barrieron del mapa urbano madrileño la plaza de toros de la antigua carretera de Aragón, que fue escenario ole la edad de oro del toreo. La fiesta de toros se la llevaron a los barrancos del arroyo del Abroñigal, camino del cementerio, y en el desmonte de Las Ventas del Espíritu Santo, rodeado de chabolas, metieron el nuevo coso. Las excavaciones que se están llevando a cabo para la construcción de la plaza de Dalí han hecho aflorar los sótanos de aquella vieja plaza.
Los aficionados estaban en contra, por la indignidad del entorno y por el encanto ele la plaza que iban a perder. La plaza de la carretera de Aragón, cómoda y armoniosa, había enriquecido su prestigio mediante la belleza añadida de un toreo en plenitud y una ganadería de bravo en sazón como nunca hubo antes ni se conoció después.Aquel ruedo diáfano y próximo a todas las localidades -porque el tendido estaba dispuesto de tal forma que hasta el tercer piso de las andanadas parecía bajo- era palestra donde habían dilucidado competencias y hegemonías Lagartijo y Frascuelo, Bombita y Machaquito, Joselito y Belmonte, y tantos más. Allí lucieron su arte y su técnica Antonio Fuentes, Maera, El Gallo, divino calvo; el Papa Negro, fundador de la dinastía de los Bienvenida, y Sánchez Mejías, vara de nardo; El Algabeño recio; Marcial, eres el más grande; Domingo Ortega, el maestro de Borox. Allí Bombita se dejó el talón de Aquiles en el fragor de la lidia de un Miura. Y aún peor: un toro le destrozó la cabeza a Granero; otro, Miura de leyenda, corneó espeluznantemente a Espartero hasta matarle. Allí maduró la fiesta, hasta alcanzar la cumbre de torear con José y Juan.
Dicen que la gente acudía a la plaza en jardinera y que los tranvías llegaban abarrotados de aficionados, todos con sombrero -que en verano era jipi-japa-, bastón y un caliqueño echando humo. Añaden que desde la desaparición de la moda del bastón los toreros torean peor; es decir, que el público les infunde menos respeto. Seguramente son cosas de viejos. Las cuadrillas también llegaban en jardinera y era un espectáculo. Por aquellos años de fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la corrida era de tronío (por ejemplo, la de Beneficencia), la afición pobre -casi toda ella- empeñaba el colchón para comprar la entrada. Otros aún más pobres iban pronto para disfrutar del ambiente y presenciar la llegada de las cuadrillas, y luego escuchaban la corrida junto a las paredes del coso. Los había expertos en interpretar aplausos y gritos, según la hora en que se producían, y comunicaban sus averiguaciones a los no iniciados: "Fortuna ha pinchado en hueso".
Estaba la plaza donde hoy el Palacio de Deportes, en medio de una gran explanada que las tardes de toros abarrotaba un gentío de aficionados, curiosos, escuchadores, tomadores del dos, algunos curas, barbianas al acecho y aguadoras con impoluto delantal. Las aguadoras cantaban su mercancía con un soniquete característico: "¡Agua fresquita, querían aguaaa!". Esta industria tuvo aún continuación en Las Ventas durante muchos años, y los días de corrida su cantinela se escuchaba desde Manuel Becerra.
Esta plaza fue inaugurada en 1874, acausa de la construcción del barrio de Salamanca y la reordenación de la plaza de la Independencia. El anterior coso de la c´Alcalá, con tanta solera como escaso mérito arquitectónico, estorbaba los planes urbanísticos del marqués de Salamanca, que dirigía: Carlos María de Castro, y fue derribado en agosto de 1874.
Un bello edificio mudéjar
El banquero José Salamanca intervino en la permuta de terrenos que ocupaba la vieja plaza por el solar que a la derecha del carnino de Aragón iba a ocupar la nueva. Los arquitectos Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez Capra fueron sus autores. Construyeron un bello edificio de estilo mudéjar en el que destacaba un amplio arco de herradura de 10 metros de altura ornamentado con labores de ladrillo recocho, según concreta el Cossío. Tenía tres pisos con armadura de hierro, los tendidos eran de piedra, había un palco regio y daba cabida a 13.210 espectadores, todos sentados.La inauguración tuvo lugar el 4 de septiembre de 1874 -semanas después de cerrada la plaza vieja-, y se hizo con un magno cartel. Y de ahí en adelante, durante 60 temporadas, tarde a tarde aconteció lo más granado de la historia del toreo.
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