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El Real Madrid no perdona al Estudiantes

Luis Gómez

El pabellón de la Demencia lució una nueva moda, que será rápidamente copiada en otras canchas, como viene a ser habitual. El colorido del escenario adquirió un nuevo tono estético con la proliferación de bufandas con los colores azulados del equipo. Pero, advertido el personal del intratable estado de juego del Real Madrid, el ambiente, por una y otra razón, se limitó a la estética. El vocerío, la presión ambiental, los cánticos... quedaron para otro día. Realmente, poco había que hacer.Para remate,el partido empezó con un desolador 2-14, que amenazaba, dada la seriedad del Real Madrid en estos días, con una paliza escandalosa. Así, lo mejor que se le ocurrió al Estudiantes fue pelear desordenadamente. No consiguió en esta ocasión que el rival entrara al trapo y el Real Madrid se empeñó en mantener la ortodoxia de su juego y la efectividad de una defensa que, en los primeros minutos, parecía empeñada en mantener el marcador a cero. Sabido es que el Estudiantes tiene la innata facilidad de hacer jugar a los demás a su estilo y es éste tan peculiar que bien puede afirmarse que sólo el Estudiantes lo domina adecuadamente. El Real Madrid no se desordené, aunque aceleró su ritmo más de la cuenta. El forcejeo en la lucha por balones sueltos permitió que el marcador se estabilizara en torno a los 10 o 12 puntos de diferencia como mal menor durante algunos minutos. Al descanso, sin embargo, la diferencia era ya abrumadora (34-52).

En la reanudación, el Real Madrid se escapó a los 30 puntos, pero no pudo consolidar una paliza abundante. Sucedió que, dado que la táctica del desconcierto no rindió sus frutos, el Estudiantes entró en un comportamiento más cómico, muy teatral. Así, Fernando Martín perdió los estribos cuando se encontró con el saltador Montes colgado a sus espaldas y el público saltó de sus asientos. También Iturriaga tuvo un careo ininteligible con Pinone, que le propinó un balonazo y una larga parrafada mientras tiraba uno y otro tiro libre. El público exclamó improperios.

Pedro Rodríguez, harto de toparse con el brazo erecto de Romay, buscó acciones burlescas para romper tamaño marcaje y a fe que lo consiguió a base de conseguir tres canastas tan heterodoxas que bien pudieran marcar un estilo. Con tanta infracción seguida, el Real Madrid no pudo por menos que sorprenderse y, un poco, perder el ritmo.

Fue entonces cuando el marcador se redujo hacia los 20 puntos de diferencia. Por supuesto, el público, con sus bufandas de estreno, encontró justificación al encuentro y celebró la reducción como una victoria. Poco después, aclamaba a aquellos jugadores que iban siendo expulsados por personales e incluso obligaba a saludar al preparador físico del equipo, echado de la cancha por un gesto de rabia hacia los colegiados. Así, una vez más, el Estudiantes se permitió el lujo de abandonar victorioso la cancha tras una derrota abultada. Es la razón de una sinrazón o el ejemplo de cómo es posible divertirse a toda costa.

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