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La televisión planetaria entra en la vida cotidiana

Hay inventos que tienen una proyección inmediata en la vida cotidiana, mientras otros tardan en llegar al ciudadano de a pie. Cuando todavía hay seres humanos que dudan seriamente si es verdad que el hombre llegó a la Luna hace 17 años o si se trataba de un montaje de los norteamericanos, nada tiene de raro que muchos ciudadanos desconfiados sólo crean en los satélites de comunicaciones como un símbolo, sin existencia real.Tales artilugios se refieren a una tecnología que jamás llegará a la calle porque su lugar natural son los papeles impresos o los informes ultrasecretos de los ministerios de Defensa de todo el mundo, según se tercie. Pero eso era antes, porque ahora esos espejos electromagnéticos, aparentemente inmóviles en el espacio, no son sólo patrimonio de los Gobiernos, sino que están literal mente al alcance de los habitantes de la Tierra, siempre que tengan dinero suficiente para pagar el coste del servicio.

Ya es posible, con un poco de suerte, asistir al gozoso espectáculo que ofrecen algunos grandes almacenes o locales comerciales especializados cuyos receptores de televisión acondicionados al efecto recogen en directo las emisiones de países muy lejanos, siempre que la señal atraviese, sin problemas, las barreras propias de la distancia y del reflejo sutil en el cielo.

Mi propia experiencia como atento espectador de esas recepciones en los últimos meses es muy positiva, y desde luego presentan una gran calidad de imagen y sonido, pese a los numerosos obstáculos que debe vencer esa información viajera. Si no hubiera sido por las diferencias de lengua y otros pequeños signos, claramente perceptibles ante la observación atenta, hubiera podido creer que los locutores y locutoras se encontraban en Madrid en lugar de hablar desde París, Roma, Londres o Bonn. La evolución técnica multiplica (en éste caso como en tantos otros) la capacidad humana y amplía las dimensiones de nuestros sentidos en un verdadero salto al vacío, temporal y espacial, como había profetizado tiempo atrás un filósofo, irónico y escéptico, llamado MacLuhan, menos recordado en nuestros días de lo que se merece, excepto por su amigo Woody Allen.

Otras voces, otros ámbitos

La televisión por satélite es ya, pues, una realidad viva incluso entre nosotros, a condición de que tengamos los millones necesarios para comprar las antenas adecuadas, porque de otra manera tendremos que conformarnos con atisbar sus resultados en los locales públicos donde nos lo permitan. Todavía son demasiado caras, pero sus logros valen la pena y es de esperar que con el tiempo desciendan los precios y se pongan al alcance de los ciudadanos normales.Ya ahora, en esta época de tanteos y ensayos, se trata de un sistema eficaz para ampliar nuestros conocimientos sobre el mundo en el que nos ha tocado vivir de una manera simple y directa. La tele planetaria no sustituye la visión directa ni suplanta la experiencia viva, pero sí nos ofrece un trozo representativo de los sueños colectivos ajenos para compararlos con los propios. No todo lo que sucede pasa por el ojo de la cámara, pero algo de lo que ocurre sí alcanza a registrarse en estos mecanismos de la visión y del recuerdo.

Quizá no sea suficiente ni represente a la totalidad, y es posible que esa impresión esté deformada o distorsionada, pero algo traspasa esa pequeña pantalla con la convicción que nace de lo auténtico, de lo que late con el mismo pulso de la vida. Aunque sea poco, ese espacio televisivo que nos llega del cielo, literalmente, amplía nuestra mirada y nos permite comprobar que la televisión europea, se parece mucho en todos los países. Hay diferencias, claro está, pero el conjunto ofrece una gran homogeneidad y semejanza, como si surgiera de un modelo común.

Hay una programación uniforme, que alterna los diversos espacios de acuerdo con un ritmo parecido -educación, información, propaganda, publicidad, esparcimiento-, y en el que las sorpresas son mínimas porque todo está atado y bien atado. Los presentadores construyen sus palabras con una energía idéntica, y las excentricidades son recibidas con una tolerancia cansada, análoga a la que se practica con los niños y los locos. Cadenas públicas o privadas, del Norte, Sur o del Oeste, todas se acomodan a un mismo patrón y a una sabiduría semejante que nos mide por un rasero análogo.

El problema no es simple ni intrascendente y tiene unas consecuencias innegables e inmediatas. Cuando las fronteras físicas retroceden ante la voluntad de integración univeirsal, los satélites nos miran desde los cielos para recordarnosque esas barreras han sido borradas ya por las señales electrónicas. No se pueden poner puertas al campo y, para bien o para mal, el hombre de hoy y el del mañana van a ser un blanco inerme para todas las televisiones del continente e incluso del mundo entero, con lo que podrá elegir mejor, pero también será dorránado con mayor facilidad si no sabe oponer la razón y la capacidad crítica al sutil dominio de las conciencias.

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