Machado machacado

Estaba llamada a ser una, gran película. Su propuesta recorría, humilde, modesta, la gran palabra de Antonio Machado en La tierra de Alvargonzález, un nutrido conglomerado de raíces, espectros telúricos y reflexión social al alfiler sobre los campos de Castilla. El cine como hermeneuta visual que centrifuga y desvela la poesía escrita. Pero no.La laguna negra, que así se llama la operación, defrauda no sólo a la buena literatura sino al buen cine. Es una adaptación huera, sin tripas, y un viaje moroso a la tradición rural de nuestra piel de toro -tan reluciente hoy en el cine tras Los santos inocentes-.

En esa tradición se han detenido los siglos desde quién sabe cuándo: la figura supersticiosa del buhonero, la perfidia asociada a las herencias del suelo, el pecado y su implacable castigo... son todo aspectos que acentúan aun más lo que ya en su esqueleto se refleja axioma antediluviano.

En Machado, ese flujo continuo y aromático de las tierras y sus gentes y sus miserias cobra el sentido de una tragedia casi bíblica; en Arturo Ruiz Castillo, director de La laguna negra, el objetivo, a pesar de tratarse de un autor excelente en el campo del documental, se oscurece, el drama se desproporciona y se pierden las sustancias.