La capa de Superman y el sombrero de Wayne
Se lo han puesto muy difícil al viejo Superman. No solamente deberá luchar hoy, sábado, contra los efectos disolventes de la kriptonita y un perverso ordenador de cuatro pisos de la sexta generación, sino contra dos héroes de dimensiones míticas -graníticas- aún más colosales que las del hombre de acero: Robert Mitchum y John Wayne. Por la noche, el vuelo de efectos especiales de Superman; pero por la tarde el duelo de titanes de Eldorado.Lo lógico hubiera sido reservar la sesión adulta del sábado para este inoxidable western de amistades geológicas y colocar en la sobremesa infantil al héroe de las dos caras, la cara tímida y la cara dura.
Porque cuando esta noche Superman surja en mi pantalla con sus fabulosos atributos disuasivos a cuestas, como un misil de capa colorada, no podré evitar la comparación odiosa con las imágenes todavía frescas, polvorientas, de los dos gigantes de Howard Hawks agarrados a los Winchesters (o Springfields, ahora no recuerdo), protegidos por sudados sombreros de ala ancha y que un día se hicieron amigos porque cabalgaron juntos por los horizontes de grandeza.
Y ésa es una pésima comparación para la doble personalidad de Clark Kent. Al lado de las estaturas míticas de Robert Mitchum y John Wayne, el superhombre de Salkind y Lester nos parecerá hoy muy poquita cosa a pesar de su mirada de rayos X, con su velocidad de sonido y su cuerpo de acero no reconvertido.
Ni siquiera cuando este tercer Superman se emborrache con whisky pendenciero y deje de afeitarse tipo modelo Adolfo Domínguez logrará evitar el agravio comparativo de la sobremesa: todavía es Robert Mitchum el mejor y más desaliñado borracho de la historia del cine.
Sigue resistiendo el western el paso del tiempo, de las fronteras y de los formatos, pero este cine fantástico de hace una década, el de esos efectos especiales de los estudios Pinewood que simulan galaxias, naves, o catástrofes no resiste el paso por televisión.
El vuelo
Ese vuelo de Superman producido por el truco del zoom óptico que un día de 1978 tanto nos fascinó, exige para su disfrute los espacios de la gran pantalla, el atronador sistema Dolby, la calidad del Panavisión y sobre todo la fascinación de la vieja sala oscura repleta de espectadores.
Entre otras razones, porque ese tipo de cine espectacular, fantástico y de presupuesto millonario surgido a mediados de los setenta, fue justamente una reacción desesperada de la industria cinematográfica norteamericana contra la competencia de la televisión para recuperar la audiencia perdida y hallada alrededor del tótem catódico.
Lo que en definitiva hicieron Lucas, Spielberg, Scott, Salkind y compañía fue reinventar un espectáculo grandioso que desbordara la pequeña pantalla del living y obligara a las gentes a salir de casa y a hacer cola.
Un cine litúrgico para contemplar en las últimas catedrales de lo social, rodeados de fieles seducidos, incluso fanatizados, y que devolviera al público la primitiva capacidad de asombro del invento. En realidad, la estrategia de los Lucas y los Spielberg con el cine es idéntica a la estrategia llevada a cabo últimamente por el papa Wojtyla para ganar también por la vía del espectáculo y del exotismo la clientela perdida.
El ciclo
No sólo la vuelta al latín, la sotana, el incienso, el gregoriano y demás efectos especiales, sino el recurso desesperado a los grandes «temas de la teología fantástica: por un lado, la recuperación del cielo,, del diablo y de los milagros; por el otro, la recuperación de las galaxias, de los monstruos infernales y de los superhombres voladores. Es natural que el espectáculo que se perpetró contra la televisión no funcione cuando lo ofician por el televisor, ni Superman ni la misa del gallo.
Eldorado se emite a las 16.00 horas, por TVE-1. Superman III, a las 22.30 horas, por TVE-1.
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