_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Audrey, feliz regalo de Navidad

Varios milagros se pisaron los talones, pero uno, en 1957, decisivo. En ese año llegó Funny face, o Una cara con ángel, cine sedoso y aterciopelado, musical de altos vuelos donde Edith Head y Givenchy vestían la desnudez de una actriz jovencita, Audrey Hepburn, mientras Avedon la fotografiaba muy especialmente en los créditos; Astaire, eterno Fred, danzaba a su lado los etéreos compases de Gershwin, y Donen, con su no femenina, pero sí delicada dirección, daba forma a una loca parodia sobre el intelectual francés de superficie. El triunfo, en suma.Audrey Hepburnno era una recién llegada. Previamente había sido princesita de Vacaciones en Roma, también Sabrina, de Wilder, y una estilizada Natasha para Guerra y paz, Tolstoi recreado por Vidor. En otras palabras, que por esas fechas la joven actriz se estaba cincelando rápidamente la fama. Entró en la década romántica por antonomasia, que habría de ser suya y sólo suya, con carné de primera.

Audrey, o las películas de Audrey, miran a menudo hacia Europa. Audrey, actriz anglosajona aun nacida en Bruselas -los actores no nacen donde nacen, sino donde se hacen-, es el emblema de una nueva ciencia exacta: el arte cosmético, concebido a orillas del Sena, elegante y decorativo; art déco mismamente. Y en ese contexto, la segunda Hepburn del cine monopolizaba con su tentadora inquietante presencia virginal un nuevo concepto de actriz y de sexo, a la vez glacial y fogoso, que se daba de bofetadas con la naciente tempestad de las stars femeninas, todo sexo y nada seso: Ursula Andress, en aquellos días, salía del mar con su concha y su largo cuchillo; nacía la Bond girl..

Sexualidad de porcelana

La primera en la frente de los sesenta, sin embargo, fue, cosas de la vida, un westem, de Huston, Los que no perdonan. La sexualidad de porcelana de Audrey, ahí, se codeó con el sexo tallado en bruto del bruto Lancaster, en liza con los indios y entre no sé cuántos problemas familiares. La película es una rareza de las que no se olvidanDel Oeste al Este. A Nueva York, desayunando con diamantes en Tiffany's de la mano de Blake Edwards y el feo de Truman Capote. ¡Qué película! Lo más sofisticado, elegante y sensible, con Dos en la carretera , de la década. Revisar ahora Desayuno con diamantes, esa obra maestra de la comedia sentimental, es lo mejor que nos depara este ciclo que empieza hoy en TVE. Desayuno con diamantes, además, es un barómetro; mide con precisión la atmósfera del momento en la sociedad norteamericana y lo hace, decorosamente, desde la atalaya del lujo, el aparta mento gatuno y la crencha rubi cunda de George Peppard, el amigo fiel. Es, sin lugar a dudas, un lí cito análisis al microscopio de la cultura norteamericana realizado en la superficie; tan lícito como el realizado, esta vez desde el subsuelo, por Cassavetes en Shadows, fruta del mismo tiempo.Otros delirios refinados de la década, como la ya mencionada Dos en la carretera, de Donen, hacen de la actriz la reina del arte ligero, de los mil peinados prét-áporter y de la ambigüedad sexual. Ese sello se repite en Charada, de Donen, en Encuentro en París y en My fair lady, de Quine y Cukor, respectivamente, inmortalizando para siempre a Audrey en el papel higiénico del celuloide.

Con la muerte de los sesenta se fue nuestra princesita, para volver, en los setenta, aunque encantadora, rota y cosida, pocha, arrugada como una chufa. Richard Lester tenía que ser quien la sacara del fango de los crepúsculos para devolvérnosla, mejor actriz. que nunca, en Robin y Marian, una parodia dulce, serena y muy romántica, del arquero de Sherwood. A su lado, otro sexo de los sesenta, éste con menos sensibilidad y psicología que una oruga menopáusica, desmitificaba la figura de Errol Flynn con sus prominentes michelines, su calva reluciente y unas abruptas cejas dignas de Víctor Mature: Sean Connery. Connery y Hepbum estuvieron eminentes en Robin y Marian, descorchando la vieja memoria de nuestro tránsito por los sesenta y el sexo feroz de .los sesenta, sea del lado fino y reflexivo, sea a través del arquetipo más grotesco del macho con licencia para copular.

Peter Bogdanovich también expurgó, con Todos rieron, el pecado del olvido. Lástima que un año antes el patán de Terence Young hiciera lo propio, rescatarla, con una bobada llamada Lazos de sangre. Y es que Audrey no debería volver así como así a las pantallas; es un recuerdo de imagen concreta, delicada hierba aromática de un pasado que conviene guardar en la caja limpia de la memoria o, ahora, en la más tonta del televisor. Un ciclo, un recuerdo fugaz, una llama viva. Feliz regalo de Navidad.

El ciclo dedicado a Audrey Hepburn empieza a emitirse hoy, a las 22.30 horas, por TVE-1

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_