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Tribuna:MEMORIAS DE UN HIJO DEL SIGLO
Tribuna
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32 / Los tremendistas

No consta quién fue el crítico (no consta y es una pena) que llamó "tremendismo" por primera vez a lo que hacía Cela en los primeros cuarenta. CJC se ha defendido mucho de esta calificación / clasificación, pero a mí nunca me pareció desacertada ni peyorativa. Después del Pascual Duarte, en seguida salieron otros tremendistas: Miguel Delibes y Carmen Laforet, -los más importantes. Y un interminable parvulario de escritores que creían que la fórmula estaba en sacar a un chepudito beneficiándose a una huérfana, sin saber que eso ya no era tremendismo, sino la peor degeneración de la novela gótica. El Pascual Duarte es la "respuesta" del campo español al triunfalismo metropolitano de la Victoria. Entre la sumisión a la Victoria (Carrêre), la literatura oficial (el Arriba) y la abolida libertad del escritor, Cela encontró la fórmula genial: la violencia despolitizada, el recurso a la violencia, pero despojada de connotaciones políticas, para pasar censura. Sin duda, el Pascual Duarte pasó porque era un caso "pintoresco", casi folklórico, como de las crónicas de El Caso, exactamente, que por entonces era revista muy leída, o lo fué poco después. El pueblo no cree en paraísos terrenales, y menos cuando son creación tipográfica del BOE, de modo que al pueblo le tira más que el BOE la crónica negra, que es la realidad de la verdad de la vida. Muchos años niás tarde, un director (1) ha llevaclo al cine el Pascual Duarte (con José Luis Gómez, prodigioso, en el personaje), y ha cometido el error cle politizar toda la conducta irracional de Pascual Duarte, haciéndola así racional, testimonial. Se lo dije a Camilo en un reservado de Zalacaín, después de habernos cantado unas joticas con Vitín de la Serna:-¿Qué te ha parecido la peli del Pascual?

-Eso no tiene nada que ver conmigo.

La denuncia implícita de la violencia de la Historia, aparte de más eficaz, es incluso poética: el libro. La denuncia explícita, una historia de urnas y caciques, se queda en el documento amañado. De poesía nada, por mucho que se cuiden los encuadres.

En 1944, gracias al premio Nadal (creo que fue el 44), se refuerza la corriente tremedista, y además con una mujer, Carmen Laforet, lo que resulta aún más espectacular. Nada, el título de la novela, está lomado de un poema de Juan Ramón: "Qué quietas se están las cosas / y qué bien se está con ellas". El poema figura como lema del libro y, con este motivo, JRJ hizo a la novela una crítica, me parece que interpersonal, en carta a la autora, donde viene a decirle que le gusta la primera parte, donde en verdad pasa nada. La segunda parte, donde se quiere dar profundidad a los personajes mediante una historia tremendista, desmiente el título y le gusta mucho menos al poeta. Muy difícil que a JRJ le interesase el tremendismo. Pero la historia que yace bajo una vida monótona de tediosa clase media baja, en Barcelona, se encrespa de oscuros conflictos en la segunda parte de Nada (novela yo diría que influida por la italiana Mili Dandollo con El ángel ha hablado, como la literatura y el cine estaban entonces influidos por Italia). El mismo premio Nadal descubría, en 1947, a Miguel Delibes, un nuevo tremendista (supongo que tampoco le gustó nunca la palabra, pero lo eran, porque cultivaban lo "tremendo", como hoy se cultiva lo "veneciano"), con La sombra del ciprés es alargada. La primera parte de este libro es autobiográfica y abulense, y algunos críticos dijeron que proustiana (cuando yo sabía que Miguel para nada había leído a Proust). Claro que se puede tener influencias de autores que no se ha leído, y quizá son las más eficaces. Luego, Delibes se lanza a un tremendismo desbocado con Aún es de día y otros muchos libros, como el de los cazadores / comedores de ratas de río (2), y así hasta su última obra maestra, Los santos inocentes, donde saca un hombre/perro (genialmente hecho en el cine por Alfredo Landa). Yo diría que Delibes ha sido y sigue siendo el maestro del tremendismo español, que Cela alterna con el lirismo y hasta con la erudición, pero Miguel no. Lo que pasa es que, al contrario de lo que suele ocurrir con las definiciones, que duran más que lo definido, el tremendismo ha durado más que su nombre.

El nombre, siendo bueno, no ha hecho fortuna. Pero tremendista fue Aldecoa (un tremendista tranquilo, digamos), tan grande como los citados anteriormente, sólo que murió joven y, por otra parte, escribía cuentos, mayormente, y aquí no hay un dios que venda un cuento si no es de Borges, ché, no más. En la España de los 40, los escritores podían ser tres cosas, a saber:

-Oficiales.

-Retóricos.

-Tremendistas.

"Oficiales" fueron Federico de Urrutia (3) o Xavier de Sandoval. No los voy a citar a todos. "Retóricos" fueron Pedro de Lorenzo y los de la Juventud Creadora, que querían ser exentos, puros, como un 27 que hubiese cambiado a Góngora por Garcilaso. Pero estaban subvencionados por Juan Aparicio. La fontana clara de su pureza era el dinero turbio de Juan Aparicio. Decía Paul Morand que los luises de oro que le pagaba la Administración eran un dinero limpio. El dinero de la literatura le parecía sucio. Tuvieron que cambiar mucho, el mundo y él, para que Morand comprendiese que era exactamente al contrario, aunque la literatura no pague en luises de oro. Tremendistas fueron los tres que he dicho y otros muchos, flor del fango de un día de postguerra. En esto como en todo, las escuelas no son salvaciones colectivas, sino que, dentro de una escuela, se salva sólo el que es de verdad, el que se habría salvado igual por libre. No hay que decir que la juventud de los 40 y la pubertad de los 50 caímos sobre los tremendistas, como escritura nueva y como narradores que nos narraban la verdad, ignorando en absoluto a los otros escritores, salvo los articulistas, en casos tan particulares como el mío (pero de ellos ya se han ocupado estas fieles memorias). El último tremendista, sin saberlo o sin quererlo, fue, sí, el gran Ignacio Aldecoa, máximo escritor de la generación de los cincuenta, que ni imita a Joyce (Martín Santos) ni hace ejercicios gramaticales novelados ni coñas.

Ignacio Aldecoa, a quien traté mucho en los cafés, y que algunas tardes me llevaba de copas por su ruta del alcohol, hablándome tanto y tan bien, a quien le gustaba mucho mi cuento de las modelos, y que tan hospitalario fue conmigo en Ibiza, un verano (él moriría ese invierno), es el gran escritor de la generación de los cincuenta o ni ños de la guerra, es decir, quienes hoy andan alrededor de los 60 años, y que, con un Aldecoa vivo y maduro seguirían en la penumbra burocrática de que nunca debieron salir. En este país de machos/machistas, doña Sagrario, se tiene la idea de que quien hace un libro de cuentos es porque le falta vegada para hacer una novela. A los latinochés, en cambio, se les acepta por los cuentos -Borges, García Márquez, Cortázar, Rulfo, etc-, y de este machismo crítico sufrió mucho Aldecoa -yo lo veía cada tarde en el café- con su flequillo estudiantil y su sonrisa partida. Hizo dos novelas que no ha iguala do nadie y de las que nunca se habla (y que yo me sé de memoria: las releo todos los veranos). El fulgor y la sangre y Con el viento sola no. Hizo otras novelas, hizo nove las cortas. Recuerdo ahora, de un cuento suyo, un tabernero que se pasa la lengua por sus muelas po dridas, "recreándose en sus caries". Esto es tremedismo por lo menudo, tremendismo/preciosismo. Aldecoa menudeaba/miniaba así su prosa. Sus cuentos comple tos están en dos hermosos tomos. ¿Por qué no se habla de él? Lo de menos, para una lectura de hoy, serían sus temas de postguerra. Lo importante es su prosa de orífice, que no por eso mata la lozanía del relato. La literatura no es sino un inmenso equívoco, como ya vieran Larra y otros, un equívoco que exalta mediocres y entierra muertos irrepetibles (a veces en vida). Pero, como vitalidad tremenda, subrayante de su tremendismo literario, está y estaba la de Cela, y los españoles vieron en él (esto es también "antropología literaria", como he dicho a propósito de Ortega) un español vital que se lanza ba a descubrir la España hermosa y maltrecha, verdadera, para contarla, al margen de la España oficial del parte.

Cela supo ser el buen salvaje en una España que odiaba a Rousseau. "Rousseau, ese hombre nefasto", había escrito J. A. Primo de Rivera. Gracias a Cela, los españoles que leíamos tuvimos un espectáculo de hombre natural, raigal, violento, saludable, optimista de la Naturaleza, no de la Historia, que nos enseñó con su ejemplo a pasar (entonces no se decía así, claro), de la España oficial. Yo creo que, aparte sus libros, de eso ha vivido Cela, más que de sus liquidaciones literarias, durante cincuenta años. Cela, a los niños de la otra guerra, la mundial, nos suena a celaje, a cancela, a celo primaveral, en fin. Es una incercia de infancia. Acertó con un estilo que actualizaba el castellano del XVII, salvando así a España de España. Pero, sobre todo, acertó con una actitud vital que era como el "Fósforo Ferrero" y literario de las nuevas generaciones. Fue un profesor de energía.

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