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Reportaje:

La boda del atleta y la gimnasta

Colomán Trabado y Marta Cantón se conocieron en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles

El 29 de julio de 1984 los deportistas españoles se disponían a realizar el desfile de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. En un ambiente de jolgorio para unos y de responsabilidad para otros, los 250 miembros de la expedición no se conocían entre ellos. Ni siquiera sus nombres les decían algo.

En el deporte es frecuente esta incomunicación. A un deportista sólo le suele interesar lo que se escribe de él y, como mucho, de una figura consagrada. Colomán Trabado no sabía quién era Marta Cantón y viceversa. Coincidieron simplemente en la inauguración y tuvieron que preguntarse lo de qué haces tú en un sitio como éste. Trabado y Romay, el jugador de baloncesto, eran los extrovertidos del grupo y no tuvieron mejor ocurrencia que irse por las niñas de la gimnasia, que las tenían al lado.

Colomán, 16 meses después, revela un secreto: "Me enamoré tanto de Marta que me perdí las finales olímpicas de atletismo por verla a ella. En cuanto me lesioné dejé de ir al Coliseo para estar todas las tardes en el pabellón de la universidad de California donde se celebraba la gimnasia".

Marta se dio cuenta inmediatamente de las intenciones de Colomán. Allá donde fuera siempre se lo encontraba. En cierto modo le halagaba esa persecución. Pero tampoco le hacía mucho caso "porque era un chico majo, simpático, que nos reíamos mucho con él, pero nada más".

Plantón en California

La despreocupación de Marta llegó a darle un plantón el último día de estancia en Los Ángeles. Colomán se lo tomó tan a pecho que para conquistarla optó por el conducto más serio que se le ocurrió. Cuando llegó a Madrid llamó directamente a Emilia, la entrenadora de gimnasia: "Mira, que quiero salir con Marta, quiero que me des su teléfono y ver qué tal te parece".Las relaciones se formalizaron hasta el extremo de que Marta deja ahora la gimnasia para casarse: "La situación se hacía insostenible porque, por ejemplo, con motivo del Mundial de Valladolid nos concentraron tres meses antes y sólo nos permitían recibir llamadas telefónicas los miércoles y los sábados, y visitas los domingos".

Entre la gimnasia y el matrimonio, Marta no lo ha dudado: "Mi deporte me obliga a ocho horas diarias de entrenamiento. Dejo la gimnasia no porque sea mayor para su práctica, al contrario, quieren que siga porque soy la única del equipo que no gano nunca peso. Me he cansado ya de tanta vida monacal; quiero vivir y hacer lo que me apetezca en cada momento".

La boda, en cambio, poco afectará la vida deportiva de Colomán Trabado. El seguirá haciendo lo de siempre, correr; lo único que ahora lo hará acompañado de Marta. Cuando sea invitado a correr en una reunión su única condición es que le envíen dos billetes de avión en lugar de uno.

Así, entre salto y salto, piensan completar su viaje de novios. Ahora Colomán tiene que preparar muy en serio la pista cubierta. Los Campeonatos de Europa son en Madrid y quiere quedar campeón. Aprovecharán la concentración que tendrá Trabado en Canarias durante las navidades y luego, en verano, la gira europea, para realizar la luna de miel.

Ambos piensan formar un matrimonio clásico. Creen en él como una vía de respeto mutuo: "Vivir juntos sin estar casados sería como no respetarnos el uno al otro. Nos han educado así". Piensan tener hijos, pero nunca antes de tres años: "En 1988 serán los Juegos Olímpicos de Seúl y un hijo siempre es una preocupación", dice Colomán, "yo lo sufriré menos que Marta, pero basta una tontería, un catarro, para que ya no puedas entrenarte, competir o viajar con plena tranquilidad".

Marta tiene ahora 19 años; Colomán, 28. Han tenido 16 meses de noviazgo. "Para qué más", contestan. Vivirán en Madrid. De momento, en un piso alquilado. La semana pasada aún no lo tenían. Buscan en la zona de Princesa, y ahí los alquileres rondan las 70.000 pesetas mensuales. No quieren otro sitio porque sus vidas se desenvuelven entre las pistas del INEF, en la Ciudad Universitaria, y en el colegio Alonso de Madrigal, en Boadilla del Monte, donde ambos dan clases de educación física; Colomán a los niños y Marta a las niñas.

Vivir fuera del casco urbano aterroriza a Marta: "Puede ser muy bonito una casa o un chalé con jardín, en un medio natural, sin contaminación, pero yo necesito la ciudad para salir cuando Colomán esté entrenándose o compitiendo".

Habituados a la multitud

En la boda habrá 200 invitados. Se casan en Ponferrada, de donde es Colomán, porque tiene más familia que Marta en Barcelona. No les asusta una ceremonia multitudinaria. "Estamos acostumbrados a vernos siempre rodeados de personas y periodistas. Si ganas, porque has ganado; y si pierdes, porque has perdido".Ambos reconocen que su unión va a despertar expectación. Un matrimonio entre deportistas siempre se vende bien. Las revistas del corazón les han tanteado para una posible exclusiva de la boda. "En ningún momento hemos pensado venderla, porque lo que te pueden ofrecer es un millón de pesetas, dos como mucho. Eso no nos va a sacar de pobres y sí, en cambio, nos enemistaría con los demás medios de comunicación. Y no merece la pena".

Colomán y Marta no buscan la popularidad, pero tampoco la rechazan, porque llevan años compartiendo sus vidas con ella. No saben quién es el más famoso de los dos. Colomán dice que "por lógica, tenía que ser Marta, porque en su palmarés tiene un sexto puesto en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles y un noveno en los Campeonatos Mundiales, pero el atletismo llega más a la gente que la gimnasia, y un atleta pueda ser más conocido sin ser un fenómeno, mientras que una gimnasta tiene que ser buenísima para que se entere la gente de que existe".

Las lágrimas de Marta

La suya es una vida difícil, que se traduce siempre en lágrimas; por el triunfo o por el fracaso. Marta ya está acostumbrada a ellas. Colomán las ha visto y enjugado: "Había que verla en Los Angeles cuando después de estar en la lucha por la medalla de oro se esfumaron todas las posibilidades el último día. Yo comprendí su llanto porque ya sabía de qué iba la cosa. Habían sido muchos meses de trabajo para en determinado día y en determinada hora no sólo mostrar al mundo lo que se era capaz de hacer, sino demostrar que se hacía mejor que nadie. Un atleta puede tener más oportunidades, pero para una gimnasta no hay más que juegos olímpicos o campeonatos mundiales".El consuelo ofrecido por Trabado en aquel momento le hizo pensar a Marta que "Colo no era un muchacho más que sólo buscaba una aventura". Al día siguiente él se deshizo en atenciones para que Marta olvidara la ingratitud del deporte. Alquiló un coche para ella y otras gimnastas y se recorrieron Los Angeles buscando emociones fuertes en La Montaña Mágica, un parque de atracciones apto exclusivamente para no cardiacos.

Colomán, días antes, también había sentido esta ingratitud. Faltaban minutos para celebrarse la semifinal de 800 metros. Se calzó las zapatillas de clavos para saltar a la pista y se dirigió hacia el pasillo de salida al Coliseo. La moqueta escondía un piso de madera. Uno de los clavos la atravesó y quedó encajado en una junta. El pie restalló. Media hora después, pasada ya la oportunidad de su vida, estaba sentado, la cabeza entre las manos, a las puertas del Coliseo. Eran momentos amargos. Él entonces no tuvo a nadie a su lado. Marta aún no sabía que lo necesitaba.

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