Los bajos mundos

Las películas de boxeo, de buena tradición en el cine norteamericano, una rama del cine negro -hasta el punto de que es impensable concebirlo como deporte limpio, sin acompañamiento de gánsteres y pólvora-, reverdecen de tanto en tanto en las pantallas con algún título importante, como El toro salvaje, del director Martin Scorsese. Sin embargo, nunca ha poseído el subgénero -como nunca lo ha po seído el género en que se inscribe- tanta intensidad como en los años treinta. Varios son los motivos, principalmente sociológicos y cinematográficos.En el primero de los casos, los duros tiempos de la depresión ausfficíaron, a la par que el musical y la fantasía en todas sus vertientes -esto es, la ficción-, la realidad, y ningún género mejor, ni siquiera el documental, para ahondar en la atmósfera del momento que el cine negro.

Por lo que respecta al apartado puramente cinematográfico, cabe considerar los nutridos equipos y el buen engranaje con que contaba la máquina hollywoodiense en aquellos días, muy dotados, además, de rostros y tipos que nunca han sido superados, ni probablemente lo serán jamás.

Máquina engrasada

Kid Galahad, de Michael Curtiz, es un espléndido ejemplo de esa máquina bien engrasada y de esos rostros y tipos que, nada menos que con la participación de Edward G. Robinson -un nervio, como James Cagney- y Humphrey Bogart en cabeza, dieron horas de gloria al cine negro, más allá de sus convencionalismos, porque, eso sí, hay una trama convencional en esta historia sórdida de boxeo.Hay un joven muchachote, que no llega ni a promesa, capaz de bloquear al campeón y, lo sabemos, llegar a serlo él mismo. Hay el manager, o los managers, aunque pequeñajos, soberbios y ambiciosos, arrolladores. Hay la chica dura -Bette Davis-, estupenda, y la chica frágil, casi chicha.

En esta película hay también turbulencias y submundos muy bien retratados por la nómina Warner de la época, buena cosecha.

Kid Galahad se emite esta noche, a las 22.05 horas, por TVE-2.