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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hablar y guardar la ropa

Vicente Molina Foix

No hay nada como ser fino para dar bien en televisión. Aunque parecería que el medio, por el propio grosor de la materia y su indefinición de imagen, favorece el brochazo, el grito, la espesura, lo cierto es que cuando en pantalla surge un rostro delicado o una dicción correcta, nuestra alma se serena. Iñigo era eficaz; Pepe Navarro, basto; Rosa María Sardá, excéntrica; lo bueno, lo elegante, era oír a Mercedes Milá. Y ahora, ver el programa civilizado de Pablo Lizcano.Fin de siglo, título quizá excesivamente optimista respecto a sus previsiones de mantenimiento en las antenas, se presenta como el chat show del momento, como el esto es lo que hay de la palabra televisada. Sucede a otros programas con ley inexorable: siempre ha de haber en ese medio hecho a medida de los cruzados de la fe hogareña un programa-espectáculo de entrevistas con el que se intente el milagro de la multiplicación visual de la palabra.

Y Pablo Lizcano ofrece la ventaja de su refinamiento, que no ha de estar reñido, como indican los más estrictos manuales de urbanidad, con la tenacidad. Una saña educada que sin duda fue adquiriendo a lo largo de sus muchas y buenas entrevistas en el desaparecido programa Autorretrato, y que el primer día de Fin de siglo le sirvió para paliar su nerviosismo; sobre todo, el que se hizo patente en pantalla, cuando un fiero Fernando Morán le reprendió por hacerle preguntas no consensuadas acerca de la OTAN, revelación de un pacto secreto que un diplomático nunca debería haber hecho ante las cámaras.

Fue el mismo ex ministro quien, con la autoridad de su veteranía negociadora en las mesas redondas del planeta, puso en la picota la mesa cuadrada del programa. En un bonito decorado de gran ciudad moderna, el bastión de madera tras el que se sentaba el presentador el primer día establecía una separación semántica demasiado brusca con el desnudo saloncito de espera de los entrevistados. Por fortuna, ya el segundo día venció el metacrilato y la línea esquemática, y anteanoche, la nueva mesa de Fin de siglo pareció acercar mucho más no sólo a las personas que supieron estar como en su casa -la embajadora Mercedes Rico-, sino hasta a los que, como Tony Curtis o Martín Villa, iban a lo que siempre van los profesionales a la tele: a hacer propaganda de su mercadería.

Relumbrón político

Y ese es un riesgo que yo veo a Fin de siglo. Caer en lo que ya cayeron programas parecidos de TVE: el relumbrón político. Es demasiado pronto aún para poder culpar a Pablo Lizcano de una selección excesivamente acomodaticia y previsible depersonajes, pero no lo es para recordar que un'programa que por ahora fluye con tan agradable y refinada ligereza puede encallar en el pedrusco de los figurones. Aparte de los buenos momentos de tertulia conjunta que se han logrado ya en el programa, el modelo de entrevista ha sido, para mí, la del pasado miércoles con Mercedes Rico. Ahí, una figura de actualidad por su cargo evító convertir el plató en púlpito, y ni siquiera se mostró segura de sí misma; oportunamente espoleada por Pablo Lizcano, la primera mujer embajadora de España habló del baile y de la soltería, del amor y, no sofocada por el peso de la púrpura, tuvo el valeroso gesto de humor de recordarle a Rodolfo Martín Villa sus antiguas cargas policiales.

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