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¿Quién nos defiende de los periodistas?

El periodismo es una dura profesión; y no me refiero a aspectos relacionados con la materialidad del trabajo del periodista, acuciado por el tiempo y el afán de primicia, ni a los riesgos, incluso físicos, que en ciertos casos son evidentes; el periodismo es una dura profesión porque consiste, esencialmente, en escribir (hablar) a sueldo o, si se quiere, por un sueldo o una paga: a sueldo del Estado, del partido, de la Iglesia, del empresario periodístico, del sindicato; y no se trata de escribir sólo sobre minucias marginales. Prácticamente, nada de lo que se opina es minucia ni es marginal, aunque se trate de los peces de colores, pues la independencia, la sumisión y la manipulación también pueden brillar cuando se escribe (habla) de los tan manoseados peces.La libertad de expresión del propio pensamiento es uno de los derechos fundamentales y, más aún, el quicio de la dignidad de cualquier hombre que pretenda expresarse. Pero el periodista no sólo quiere expresarse, sino que hace de esa manifestación su vida misma, en el sentido de la actividad que desarrolla y en el de la compensación económica que de ella tiene que recibir para, precisamente, vivir.

Pero el que paga el sueldo, sea quien sea, no lo suele hacer con el exclusivo objeto de que quienes pretendan tener esa profesión den lucidas pruebas de capacidad de pensamiento y libertad de expresión. Los medios de comunicación tienen siempre un sentido más o menos apostólico o económico; existen, se crean, para algo que no es sólo el irrefrenable apetito de que la gente esté bien informada; se trata de apoyar, defender, definir, satisfacer una ideología, una religión, un partido, unos intereses, que puedan ir desde los llamados intereses patrios, sagrados o no, hasta el beneficio puro y simple del empresario periodístico. El que paga tiene sus ideas o sus intereses, y precisamente paga para verlos satisfechos. El que paga también, al pagar, está haciendo un uso de su libertad de expresión.

De ahí que se produzca, funcionalmente, una tendencia a transformar al trabajador a sueldo en un trabajador al dictado o al servicio. El que escribe tendrá que manejarse en el triángulo que forman su libertad de expresión, sus necesidades económi-

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cas y las pretensiones del pagador. Por eso creo que la profesión periodística es dura: el periodista tratará de mantener su independencia y su nivel de vida en el seno de una empresa con finalidades o condicionamientos ideológicos y económicos.. Eso no es nada fácil, en no escasas ocasiones. Someter a disciplina ajena la expresión pública de las propias ideas es tarea ardua. Hay otras. profesiones en que, en mayor o menor medida, pueden aparecer conflictos semejantes: la enseñanza, por ejemplo, y hay diversas fórmulas de solución y de no solución.

Todas las profesiones, libres o no, han de ejercerse de acuerdo con unos criterios que tienden a proteger al ciudadano, cliente o destinatario de su actividad, frente al engaño o incompetencia profesional. Casi siempre, esos criterios se transforman en normas jurídicas que resultan de obligado cumplimiento: para ser profesor en ciertos lugares hay que demostrar (Sabía que demostrar, más bien) unos conocimientos; un arquitecto o un ingeniero, para dar salida a su capacidad creadora, tendrá que cumplir unos requisitos legales precisos sobre seguridad en la construcción.

Hay algunas profesiones en que muy especialmente resulta difícil establecer normas jurídicas que pongan límite a los abusos del profesional incompetente o desvergonzado. Porque esas normas chocan, o pueden chocar, con ese derecho que pertenece al fundamento mismo de la vida en libertad: el de la libre expresión del propio pensamiento; así, en la profesión periodística, o en la de escritor, o en la enseñanza. Es fácil que la regulación de esos ejercicios profesionales pueda ser una. limitación anticonstitucional de aquel derecho. Aunque esos límites jurídicos existen o pueden existir mediante el ejercicio de esas profesiones se pueden realizar acciones que el derecho, de acuerdo con la opinión general y la moral predominante, considere delitos; o, sin cometer delito, el ejercicio de esas profesiones puede producir daños a terceros, que mediante aquel ejercicio pueden verse perjudicados en otros derechos igualmente constitucionales, como el del disfrute pacífico de sus bienes, o el derecho a la intimidad; y la norma jurídica les protege.

En cualquier caso, es sabido que algunas conductas de esos profesionales, aun siendo jurídicamente correctas, pueden resultar claramente deshonestas. Un profesor puede estar engañando y manipulando a sus alumnos, y un periodista puede estar. engañando y manipulando a sus lectores, sin incurrir en violación alguna de las normas jurídicas. Y no parece que sea necesario explayarse mucho sobre este punto. Por lo demás, en numerosas profesiones, no ya la ética profesional, que está más allá del derecho, sino el derecho mismo, no puede ser aplicado más que por y con la colaboración de otros miembros de esa profesión. Los jueces difícilmente podrán condenar a un arquitecto por negligencia, culposa en la construcción si otro arquitecto o técnico no les presta ayuda para demostrarla. Y la negligencia grave en el ejercicia de la medicina, con daño, por ejemplo, de muerte, no podrá demostrarse sin el concurso de otros médicos.

Por ello, y no sólo por razones históricas, en gran medida los profesionales son necesarios para conseguir la garantía última de la ética profesional de los mismos profesionales. Sin ellos, a veces, no hay manera de demostrar la deshonestidad de sus pares. Y ésta es, en mi, opinión, la fundamentación última (aunque no, claro, la única finalidad) de las corporaciones de profesionales, que tienen que cuidarse especialmente de la tentación corporativa, que es la de transponer, en virtud de una misteriosa hipóstasis, la dignidad de la profesión, en abstracto, a la de cada uno de sus miembros, para bien o para mal, según el principio no escrito "hoy por ti, mañana por mí".

Y esto es válido también, si no especialmente, para las profesiones que hacen vida del ejercicio de la libertad de expresión, y entre ellas, el Periodismo. Lo que será, a su vez, el mejor procedimiento para evitar las tentaciones de extender la protección jurídica de los ciudadanos hasta extremos sospechosos, o más que sospechosos, de vulneración del derecho de libertad de expresión.

Pero lo que vemos, oímos, leemos todos los días no es precisa mente esto; con demasiada frecuencia vemos, o veo, a perioditas cubriendo, al menos con el silencio, actitudes de otros periodistas que, en privado rechazan y califican muy duramente. Y ese espíritu gremial lleva a actitudes que, con todo respeto, producen risa, o indignación; porque a algunas personas les in digna ser tratadas como idiotas. Recientemente ha ocurrido algún incidente que ha hecho llegar las cosas más allá de lo grotesco. A mí me parece, sin embargo, que hay algunas ideas que se pueden considerar claras:

- En el periodismo, como en cualquier profesión, el ataque global e indiscriminado a un conjunto de profesionales es sólo tan estúpido como la defensa global e indiscriminada de ese mismo conjunto.

- Cuando un medio resulta deshonesto o con una actitud rechazable, puede considerarse razonable concluir que, probable mente, algún o algunos profesionales han realizado esa deshonestidad o actitud rechazable. Porque, que yo sepa, los periódicos y los programas no se hacen solos; aunque quién sabe. Muchos medios son los que opinan lo peor de la televisión estatal. Concluir de ahí que eso no va con ninguno de los profesionales de la televisión parece 9paradig ma de la incoherencia. Algunos medios califican a otros de manera dura: prensa amarilla, diario gubernamental, etcétera; si un medio es amarillo, algún o al gunos profesionales son los que hacen eso posible. Del mismo modo que si la enseñanza en tal lugar es detestable, no parece que pueda decirse que ninguno de los profesores tenga nada que ver en el asunto. Otra cosa es el resultado del enjuiciamiento del profesional; aquí es donde habrá que tener en cuenta la dureza de la profesión periodística, que puede llevar a situaciones patéticas, entre la depuración, el hambre (o, al menos, la necesidad personal), y la más amarga de todas las indignidades, la que uno ve dentro de sí mismo, Y habrá que tener en cuenta también que en resultados de un trabajo colectivo caben intervenciones per sonales muy variadas.

- La pertenencia de los periodistas a los partidos políticos no está prohibida por ley alguna, que yo sepa, ni debe considerar se irregular. Si se me permite, es mejor mantener la claridad de juicio con carné que ser un entu siasta acrítico sin carné. El deseo de aparentar o ser independientes, y otras motivaciones que tienen que ver con el miedo, la conveniencia, el gusto, la preferencia o la indiferencia, hacen que a muchos periodistas, y a muchos lo son, les parezca oportuno no definirse mediante la pertenencia a un partido político. Situación respetable, tanto como la de tener carné. Pero ya que todos tenemos nuestros idola tribus, no está mal que quienes ejercen de una manera más o menos anónima la profesión de opinar en público den a entender con ni tidez-la tribu a la que pertenecen o, al menos, los ídolos que adoran. No parece. razonable. que los periodistas tiendan a ser los únicos excluidos del objeto cuasi universal de la crítica que realizan los mismos periodistas, sin que esto suponga incitación al insulto periodístico cruzado, vía la descalificación global, tajante e, indiscriminada. Hay que reconocer que este sistema de protección mutua es una de las formas peores de autocensura, ya que todas las demás profesiones y actividades pueden ser, y son, criticadas en los medios de comunicación (por ejemplo, la de los profesores universitarios), pero nadie que no sean los propios profesionales puede ejercer una crítica de difusión equivalente sobre los profesionales de la información, precisamente porque no disponen de medios de comunicación.

Quizá no sería malo que los periodistas utilizaran su lógico sentido corporativo para conseguir una más cuidadosa aplicación de la ética profesional en aquellos espacios no amparados por la protección de, las leyes y tribunales, y aun dentro de dichos espacios; quizá no sería malo que los periodistas ejercieran su libertad de crítica también sobre sí mismos; quizá así habría menos manipulación, más credibilidad, más amplio reconocimiento de su dignidad profesional, y mejor información.

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