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'Rock' desde la barra del 'pub"

A falta de escenarios apropiados, los grupos madrileños sobreviven en pequeños locales

Este otoño de 1985, año en el que la movida madrileña ha visto aplaudida su existencia por amplio número de sectores sociales, no sólo del país, es el primero desde hace cuatro años en el que el rock madrileño no cuenta con un santuario propio. Extinta ya la sala Rock-Ola, verdadera meca para los músicos de cualquier punto del país, y cerrada la Astoria, su continuación aparente, tan sólo los heavies disponen de un local de entrada media donde celebrar conciertos: la sala Canciller, antes cine. Para llenar estas ausencias, un escaso número de pequeños locales intenta mantener las actuaciones en directo.

La razón de esta disminución de salas de conciertos estriba en que sólo el Ayuntamiento, como ha demostrado este año, puede cargar con los gastos de una programación continuada de grupos de rock.

Sólo dos alternativas escapan a este control institucional de la música en directo. Por arriba, la celebración de dinosáuricos conciertos de monstruos sagrados del pop -artistas de la talla de Bob Dylan, Dire Straits, etcétera- que, gracias al apoyo prestado por las multinacionales del disco, suelen venderse por sí mismos ante cualquier audiencia. Pero este tipo de recitales masivos suelen producirse con más frecuencia en el período estival y al aire libre.

Por abajo la solución viene dada por la adopción de una costumbre netamente anglosajona: los pubs con escenario, aunque la peculiar idiosincrasia de la ciudad los acerque más al bar hispánico que al modelo inglés. En estos ambientes, nombres novísimos como The Nativos, Fantasías Animadas, Funciones Vitales, Reuniones Nocturnas, Misión Imposible o 6:16 pugnan cada noche por coger tablas ante una audiencia reducida en número pero comprensiva en su actitud.

Los problemas con los que cuenta este tipo de locales son coincidentes: quejas del vecindario, con mejor o peor intención según los casos, acerca del ruido -la correcta insonorización resulta carísima- o los escándalos a altas horas, la falta de un equipo de sonido propio y el tema de los permisos legales. Sobre esta última cuestión existe un vacío jurídico que nadie intenta solucionar. El Ayuntamiento se limita a semiotorgar un permiso de café-teatro, pero siempre existe la posibilidad de cerrar un local alegando que no están todos los papeles formalizados.

Uno de los establecimientos que posee estas características es el San Mateo, situado en el número 6 de la calle del mismo nombre. Con el espacio en disposición alargada, potente iluminación y una pequeña tarima al fondo, a modo de escenario, este bar cuenta con los dos entretenimientos básicos en la actual noche madrileña: una mesa de billar americano y una espendorosa máquina de pin-ball. Los grupos que allí actúan tienen que poner todo el equipo de sonido y han venido cobrando hasta el momento 1.000 pesetas por músico cada noche, más un 20% de la taquilla durante las dos horas entre las, que transcurre el concierto, que suele comenzar a las 22.30 horas para terminar obligatoriamente a las doce en punto.

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10.000 pesetas por 'show'

No muy lejos de allí, en el número 22 de la calle de la Madera, casi haciendo esquina con la calle del Pez, está situado el Ágapo. El local ha sido reformado hace poco tiempo, perdiendo un poco de su anterior aspecto de cueva y ganando en espacio y luz. Es uno de los más frecuentados en las últimas horas de la noche, momentos en los que más copas se consumen y, por tanto, mayor recaudación se hace. De todos los bares con escenario es el que mantiene una programación musical más regular. El horario de actuaciones también es de 22.30 a doce horas, y últimamente los dueños del local barajan la posibilidad de adquirir equipo de sonido propio para dotar a los grupos que actúan de un sonido decente, efecto que redundará sobremanera en el prestigio del local. Los grupos que actúan en Agapo reciben el 30% de la recaudación que se realiza hasta las dos de la mañana, lo que supone unas 10.000 o 15.000 pesetas por grupo cada noche de show.

En una zona inusual para las manifestaciones nocturnas del rock, las inmediaciones de las plazas de las Descalzas, Callao y ópera, justo en la calle de Trujillos, número 7, un nuevo establecimiento inicia su andadura en el negocio de los conciertos en directo: el Templo del Gato. Como pone claramente en la puerta, es el estilo californiano el que se trabaja. Una barra en la planta baja, y otra, además de la cabina del pinchadiscos y un pequeño escenario enrejado, en el primer piso, poca luz y la música a un volumen correcto, sin molestar. Cuentan ya con un experimentado organizador de conciertos: Pepo, ex Rock-Ola, ex Astoria. Cada grupo que actúa allí se lleva un fijo de 20.000 pesetas por noche. Las copas suben de precio durante el rato que dura la actuación. Una cerveza se cobra a 300 pesetas, a 350 los combinados y a 500 el escocés.

La ruta de los conciertos concluye en un recinto de relativa veteranía como establecimiento público, ya que lleva bastantes años abierto, aunque ha cambiado de orientación y aspecto varias veces. Se trata del bar Ava-Piés, situado en el número 3 de la calle de Lavapiés. La última reforma ha posibilitado un pequeño escenario que viene siendo utilizado tanto por grupos pop como por pequeñas compañías de teatro. Dada la ausencia de conciertos en la zona, son frecuentes los toques de atención por parte del vecindario, pero hasta la fecha no se ha cometido ninguna infracción que justifique una denuncia. Aquí las condiciones para los grupos son de un porcentaje sobre las copas mientras dura la actuación, asegurando un mínimo de 10.000 pesetas. La consumición mínima durante el concierto es de 200 pesetas.

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