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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Portugal, ante las urnas

HOY SE celebran en Portugal elecciones generales para elegir los 250 diputados del futuro Parlamento; y de un modo indirecto, los miembros portugueses del Parlamento Europeo, ya que un acuerdo entre los partidos estipula que la distribución de los 25 escaños atribuidos a Portugal se hará en función de los resultados que salgan hoy de las urnas. La campaña electoral ha sido intensa, con escasez de debates programáticos, pero con la utilización por los diversos partidos, en mayor grado que en anteriores ocasiones, de los procedimientos más publicitarios para jalear a sus candidatos y manifestar su presencia. Las fiestas, desfiles y concentraciones no han podido disimular un nivel preocupante de apatía en amplios sectores del electorado. En los sondeos realizados en fechas ya muy cercanas a 1a de las elecciones, el rasgo más notable es que el porcentaje de indecisos era superior al de los ciudadanos que ya habían escogido el partido al cual iban a dar su voto.Este cansancio o desgana de un sector sustancial de la ciudadanía tiene causas comprensibles. Los claveles de abril de 1974 se han marchitado. El recuerdo de la revolución que estableció la democracia, después de una época histórica larguísima de dictadura, se ha esfumado; o sirve, en muchos casos, para una reflexión bastante triste sobre la diferencia entre las esperanzas en parte utópicas que entonces nacieron, y las realidades grises vividas en los últimos años.

Los comicios de hoy son consecuencia de una disolución del Parlamento, debida a la ruptura que se produjo a principios de este año entre el Partido Socialista y el Partido Socialdemócrata Pero este tipo de situaciones se ha convertido casi en una regla en el país vecino. Desde 1974 han tenido lugar 10 elecciones generales. Y ninguna de las asambleas elegidas -salvo la Constituyente en 1975- ha Negado al término legal de su mandato. Esta inestabilidad no puede por menos de generar un desgaste de la clase

política y del sistema; crece la sensación de que los estados mayores de los partidos están más preocupados de las pugnas entre sí, del reparto de zonas de poder, que de abordar los problemas reales de la población. La tela de fondo es una situación económica y social gravísima; Portugal sigue siendo el país más pobre de Europa, si se descarta Turquía, y sufre un deterioro sensible del nivel de vida, con zonas de auténtica miseria.

Este marco ha dado rasgos particulares a la campaña electoral: en el fondo ningún partido quiere hacerse responsable de la política aplicada en los últimos años; incluso los que han desempeñado los sucesivos Gobiernos. El Partido Socialista argumenta que nunca ha tenido mayoría absoluta; que ha tenido que aliarse con la democracia cristiana en un período, y desde 1983 con el Partido Socialdemócrata; por ello no ha podido aplicar su programa; y pide a los electores que esta vez le den la mayoría absoluta y así podrá hacerlo. Sin embargo, no es fácil disimular la responsabilidad esencial del partido de Mario Soares en la política de austeridad económica, que ha permitido mejorar la posición portuguesa en el plano exterior, pero con el coste altísimo de un descenso de las condiciones interiores, sobre todo entre las capas más humildes. El Partido Socialdemócrata hace todo por borrar sus años de colaboración gubernamental con los socialistas; con su nuevo dirigente, Cavaco Silva, ha dado un neto giro a la derecha y se presenta como abanderado del liberalismo. Ello puede estrechar el margen electoral de la formación más netamente derechista, el Centro Democrático y Social (CDS), que se esfuerza por capitalizar su ausencia en los últimos años, de las poltronas ministeriales. El Partido Comunista tiene un voto bastante estable entre los sectores obreros y populares más golpeados y radicalizados por las consecuencias de la crisis.

Merece un análisis especial, en este esfuerzo por capitalizar el ambiente de disgusto y desaliento de los portugueses, el nuevo Partido Renovador Democrático (PRD), fundado por los amigos, e incluso los familiares, del presidente de la República, Ramalho Eanes. Ha decidido afrontar los riesgos de una ',batalla electoral a pesar de su creación muy reciente. La ventaja del PRD es que puede dirigirse prácticamente a todos los sectores descontentos, sin limitaciones clasistas o ideológicas; reivindicando, sobre todo en zonas de izquierda como el Alentejo, los valores de la revolución de 1974, y a la vez en otras regiones valores más tradicionales, la lucha contra los clientelismos y la corrupción, la necesidad de hombres honrados para gobernar el país. En una campaña caracterizada por un personalismo exacerbado, la figura de Eanes, que se perfila detrás del PRD, tiene un peso indiscutible. La eventual presencia del PRD en el futuro Parlamento, aunque sea modesta, introduciría en todo caso un factor nuevo en el panorama político. Pero todo indica que las elecciones de hoy no pueden introducir un cambio radical en la situación. En diciembre tendrán lugar las elecciones presidenciales, y es muy probable que sólo entonces se definan con claridad los caminos por los cuales marchará el país.

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