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Mandlikova da el golpe en Flushing Meadow al derrotar a Navratilova

Alex Martínez Roig

La checoslovaca Hanna Mandlikova, de 23 años, se proclamó ayer campeona del torneo femenino del Open de Estados Unidos al vencer en la final a la norteamericana Martina Navratilova, por 7-6 (7-3), 1-6 y 7-6 (7-2). Mandlikova cobrará 1.87.000 dólares (alrededor de 30 millones de pesetas), mientras Navratilova recibirá 93.750 dólares (15 millones de pesetas). Esta es la primera vez, desde que Tracy Austin lo consiguió en 1979, que una jugadora gana a Chris Evert y Martina Navratilova en un mismo torneo. Previamente, John McEnroe (EE UU, 1) se había clasificado para la final del torneo masculino al vencer a Mats Wilander (Suecia, 3), por 3-6, 6-4, 4-6, 6-3 y 6-3. A la hora de cerrar esta edición aún no había comenzado la otra semifinal entre Jimmy Connors (EE UU, 4) e Ivan Lendl (Checoslovaquia, 2). La final masculina comenzará hoy a las diez de la noche (TVE).

La final entre Martina Navratilova y Hana Mandlikova fue el partido del absurdo. Primero, Mandlikova jugó 25 minutos perfectos que la colocaron con ventaja de 5-0 en el marcador. Entonces tuvo una pelota de set que perdió. Luego, con 5-1, dispuso de dos bolas más para ganar la manga. Pero ese juego parecía ya una enorme montaña en el cerebro de Mandlikova. En ese momento se puso a jugar Martina Navratilova, que quizás pensaba demasiado en Chris Evert, y ganó cinco juegos seguidos con su tenis arrasador. Pero tampoco concluyó el trabajo y, en la muerte súbita, fue Mandlikova la que venció.Más absurdo. La segunda manga, prácticamente no existió, porque Martina no dejó de aprovechar los ya famosos vacíos mentales de Hana, que suele desaparecer de la pista durante varios minutos en los partidos importantes.

Y, en la tercera manga, reapareció Mandlikova, de nuevo con su tenis agresivo, con potente saque y rápidos movimientos en busca de la volea. Justo el mismo juego que ha convertido a Martina Navratilova en la mejor. Y entonces Mandlikova completó su pareado. Tras los aciertos, los errores. Después de romper el servicio de Navratilova se colocó 5-3 y fue incapaz de terminar el partido, pese a poseer el saque. Pero, como en la primera manga, tuvo una segunda oportunidad en una muerte súbita eléctrica, en la que se escapó por 6-0 y, tras dos puntos de Navratilova, concluyó lo que debe considerarse como una hazaña.

Mandlikova había tenido, como siempre, un vacío de juego, que finalmente pudo superar. La checa jugó, durante muchos momentos, como si la maestra fuera ella, adelantándose a los pensamientos de Martina y, sobre todo, con sensacionales restos, que dificultaban sobremanera el juego ofensivo de la siempre número uno. Mandlikova fue tan extrovertida corrió importante había sido su victoria. Se arrodilló, tiró su raqueta al suelo, se acostó en la pista y levantó los brazos al cielo. Luego, tras abrazar a Martina, que había cruzado la red, lloró mientras su rival se tapaba la cara con una toalla. Mandlikova ya había ganado en Roland Garros en 1981 y en el Open de Australia en 1980.

La victoria de McEnroe

El año pasado, la jornada del sábado del Open de Estados Unidos quedó marcada en la historia del tenis. En todos los partidos se llegó al máximo de sets permitidos: tres en la final de jugadores veteranos (Smith-Newcombe), tres en la final femenina (Navratilova-Evert) y cinco en las dos semifinales masculinas (Lendl-Cash y McEnroe-Connors). La jornada duró entonces desde las once de la mañana hasta las once de la noche. Muchos de los espectadores no pudieron resistir tanta emoción en sus asientos y se marcharon antes de que concluyese el enfrentamiento entre sus dos favoritos, Connors y McEnroe.

Ayer, el sábado comenzó de la misma forma. John McEnroe y Mats Wilander se enfrentaban en la primera semifinal. y llegaron a las cinco mangas permitidas. McEnroe, el vencedor, estuvo siempre por debajo en el marcador, más lento y con menos talento que en otros años. Si contra Nystroem en cuartos de final jugó un metro dentro de la pista, ayer lo hizo detrás de la línea de fondo, y subió a la red menos de lo que él acostumbra. Los 47 grados de temperatura al sol, acompañados de una tremenda humedad, le hicieron cambiar de táctica y ahorrar al máximo sus fuerzas.

McEnroe tenía ambición de victoria, pero, a diferencia de otras veces, no la expresaba exteriormente. Apenas discutió, sólo pidió por dos veces que los fotografías no disparasen sus cámaras cuando él se disponía a servir, y su rostro se mantuvo serio y concentrado durante todo el partido.

La primera manga tuvo un desenlace previsible. McEnroe parecía inseguro en sus movimientos y no acertaba en sus primeros servicios. El especialista en saque y volea parecía más bien Wilander. Poco a poco, el jugador sueco ha ido variando sus golpes. Ya no es el típico seguidor de la escuela de Borg que se mantiene siempre en el fondo. Suelta el brazo en su revés, que muchas veces golpea con una sola mano, se marcha a la red en puntos complicados, y no rehuye las provocaciones, en forma de dejadas junto a la red que McEnroe le tiende. Es un nuevo Wilander.

El sueco, que sin duda ayer se despertó antes que McEnroe, cometió un error de cálculo en la segunda manga, que al final le costaría el partido. Wilander perdió este set de la manera más tonta, con 5-4 en contra y su servicio. Fue un tremendo error de Wilander, desconcentrado momentáneamente, y una tremenda suerte para McEnroe. Así lo entendió su novia, Tatum O'Neal, que aplaudió freneticamente mientras abría y cerraba la boca para degustar su goma de mascar.

Wilander volvió a poner los pies en el suelo en la tercera manga. El sueco vio la debilidad de McEnroe, que presionado por la. calor, parecía uno de esos turistas de piel blanca en su primer día de playa. La cuarta manga parecía la definitiva al romper Wilander rapidamente el servicio de McEnroe. Pero McEnroe pertenece a una raza que desconoce la palabra rendición. A partir de ese momento, McEnroe comenzó a acertar en su saque, en sus restos, y aumentó la velocidad de sus piernas. Excitó al público, hasta entonces dividido por la difícil cacofonía entre Mac y Mats, y se despertó justo en la última llamada para embarcar en el avión de la final.

La quinta manga ya fue otro McEnroe el que estaba en la pista. Y ni Wilander, con toda la paciencia del mundo, pudo frenarle. "Es un gran luchador", dijo Wilander, "de repente, cuando ya no lo esperaba, se puso a jugar bien". Para McEnroe, el partido de ayer era quizás el más importante del año: "Si no llego a ganar, no habría sido el número uno en 1985. Y quiero serlo. Si gano en la final tendré todas las posibilidades".

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Sobre la firma

Alex Martínez Roig
Es de Barcelona, donde comenzó en el periodismo en 'El Periódico' y en Radio Barcelona. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Deportes, creador de Tentaciones, subdirector de EPS y profesor de la Escuela. Ha dirigido los contenidos de Canal + y Movistar +. Es presidente no ejecutivo de Morena Films y asesora a Penguin Random House.

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