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China, así que pasan 20 años

En septiembre de 1965 se data con precisión confuciana el comienzo de la última gran pugna de Mao por imponer en el Imperio del Medio una cierta idea de China. La llamada Revolución Cultural, de cuyo estropicio se cumplen 20 años, ha sido universalmente considerada como una tentativa de mantener viva la práctica revolucionaria, la famosa tensión para crear el hombre nuevo del socialismo. Sin embargo, la historia de la revolución cultural, que en chino se llama Gran Revolución para Establecer una Cultura Proletaria, tiene sobre todo un sentido interno que es el de la lucha por el poder entre Mao y la fuerza cortesana del partido.La historia del maoísmo es la de una sucesión de fracasos insertos en una epopeya aparentemente triunfal. La constitución del partido comunista chino de 1945 proclama a Mao jefe del Estado, presidente del comité central, presidente del politburó, y secretario general del PCH. En el congreso del partido de 1956 pierde este último puesto que se otorga a su gran rival Deng Xiaoping, así como se crea un comité restringido del politburó, en el que pasa a ser sólo primus inter pares. Cuando en febrero de 1957 el líder chino exhorta en el episodio de las Cien Eores, a que se liberen las capacidades críticas del sistema, y tiene unas semanas más tarde que liquidar el experimento, nos encontramos ante algo más que una reacción táctica provocada por la primavera polaca y el otoño blindado de Budapest. Quiere organizar un primer ensayo de revolución cultural en el que los intelectuales ataquen a los cuadros del partido, descubriéndose a su vez para la purga, después de haber desacreditado a las fuerzas de palacio.

Tras esa primera prueba de caos controlado el Gran Timonel se presenta ante su adversario, el aparato burocrático, como la única garantía de permanencia frente a la histórica inestabilidad de cualquier situación política en China. Se está creando en esos años el Estado chino moderno, algo que jamás había existido durante el último siglo del Imperio hasta 1912, ni mucho menos en el interregno de guerras civiles bajo Sun Yat Sen y Chiang Kai Chek que enlaza con la II Guerra. El Estado moderno en China es la creación de una red de comunicaciones, la extensión de los servicios estatales hasta las provincias más alejadas, la consolidación manu militari de la soberanía del Tibet, la capacidad de hacerse obedecer de unas autoridades ya no lejanas como en tiempos del Imperio, sino representadas en todos los rincones del país por los nuevos hombres de Pekín. Por primera vez en la Edad Contemporánea el chino percibe no sólo la exacción del Estado, sino su beneficio y su poder como algo regulado y permanente. La realidad de una Administración es el cuadro marco, del anonadamiento positivo del ciudadano; China existe de nuevo tras un siglo y medio de caos y desintegración. Por eso con las Cien Flores Mao advierte sutilmente que solo él tiene el poder de mantener esa sinecura nacional- El ensayo del falso advenimiento ajardinado es una advertencia y una primera escaramuza para la consolidación de su poder.

El segundo momento agitador se produce en 1958 con el Gran Salto hacia Adelante. Se trata de llevar a China al nivel de desarrollo del Reino Unido en un plazo de 15 años. Es la lucha por la industrialización que ha de multiplicar por factores enésimos la producción de carbón, acero y demás elementos que explican la supremacía de Occidente. Pero la experiencia es caótica y a fines de año el partido logra parar a media carrera el salto cuando los intermediarios, la corrupción, y el hambre campesina lesionan la

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utopía. El líder debe abandonar la presidencia de la República en la que le sucede Liu Chao Chi y una especie de NEP, con el restablecimiento de salarios regulares en contra del destajo, prueba la fuerza del aparato.En los años sesenta la pugna se mantiene indecisa, pero los hombres de Deng logran abortar el prólogo de la revolución cultural, la Campaña para una Educación Socialista que, proclamada en 1962, apenas pasa de los borradores del Gobierno. En septiembre de 1965, finalmente, la representación de una obra teatral La destitución de Kau Jui escrita por una, de las plumas del jefe del partido en Pekín, Peng Cheng, se interpreta, bajo su decorado imperial y legendario, como una crítica al líder por el forcejeo con el partido de 1958-59. Mao responde con un artículo de un joven publicista reclutado por su esposa, Chiang Ching, que aparece el 10 de noviembre en la prensa de Shanghai, y en el que la crítica al texto no oculta la carga de profundidad contra Peng. Es tiempo de fabricar el contrataque, puesto que de los siete miembros del comité restringido del politburó el líder sólo cuenta con el concurso de Lin Piao y quizá del siempre escurridizo primer ministro Xu Enlai.

En la primavera de 1966 concluye el primer asalto revolucionario. Aprovechando un viaje al extranjero de Liu Chao Chi, Mao fuerza en abril la destitución de Peng Cheng y de todo el liderazgo del partido en la capital. En mayo anuncia la creación de un directorio de la Revolución, a cuyo frente están su antiguo secretario Chen Pota y Chiang Ching, convertida en zarina de la nueva cultura revolucionaria; por último, el 25 de ese mes aparece el primer mural en la universidad de Pekín, cuyo texto se di funde en la prensa y la radio nacionales. Comienza la guerra de los dazibaos, en la que inicial mente como en el episodio de las Cien Flores se entrecruzan los mensajes en ambas direcciones ideológicas; los hombres del aparato también tienen amanuenses de pared. El 16 de julio Mao marca un hito en la campaña con el histórico chapuzón en el Yang-tsé. En 65 minutos recorre 15 kilómetros batiendo todos los récords olímpicos, pero, sobre todo, transmite un mensaje fluvial a la nación: ni siquiera las corrientes burocráticas más poderosas serán capaces de detener la energía de las masas río abajo.

Pese a todo, pocos líderes han perdido su escaño, las corrientes del Yangtsé están equilibradas, Xu Enlai suelta lastre desprendiéndose de algunos colaboradores, pero nada fundamental ha cambiado. Es preciso recurrir a un nuevo arma: los guardias rojos aparecen el 1 de agosto en la plaza Tienamen de Pekín en un espectáculo digno de los mejores días de La Bastilla. Una comuna revolucionaria está en gestación, en la que Chiang Ching pide la creación de una asamblea revolucionaria que nombre y destituya a los dirigentes como las secciones del pueblo parisino en la ceremonia macabra del Terror. Mao, encantado, afirma que cada cien años hay que celebrar dos o tres revoluciones culturales.

Los guardias rojos inundan las ciudades, descoyuntan las universidades, se dividen en facciones rivales -de las que las más extremistas acusan a Mao de embalsar la revolución- se enfrentan a los trabajadores encuadrados por el partido, e infectan el país de un sarpullido de guerras civiles. Mao tiene que recurrir al ejército ordenando el 23 de enero de 1967 que intervenga para reforzar la acción revolucionaria. Al Gran Timonel le inquieta aquella ópera sangrienta con partitura de Chiang Ching y prefiere ponerse al frente de la intervención militar antes que sufrirla contra su voluntad. La milicia dispone la creación de comités revolucionarios que serán las carabinas de la revolución haciéndola entrar en su primer termidor. Mao, aún en su repliegue, espera de los comités revolucionarios que. barran a la antigua burocracia del partido, como ocurre con Liu y Deng que son destituidos. y vejados ante tribunales de los guardias rojos, aunque salvan la vida.

Durante 1968 y comienzos de 1969 se produce el último acto de la revolución. Los guardias rojos irrecuperables, los estudiantes sin escuela, los trabajadores sin trabajo, los campesinos rebotados a la ciudad, aquellos a los que ha movilizado la revolución son reencaminados junto con los jerarcas caídos a las explotaciones agrarias, a las fronteras desguarnecidas, a las colonizaciones futuras. El ejército asiente por que es la forma de librarse de una agitación. Mao ha conseguido descabalar el partido pero a un precio: los militares han adquirido un papel político que el tiempo revelará conservador. El último gran espasmo del líder será un fracaso como los anteriores, pero apenas nadie puede entonces percibirlo.

En abril de 1969 se celebra el noveno congreso del partido en el que Lin Piao, gran ponente, rehace la historia de la revolución cultural reconociendo que hay que volver a los orígenes: la confianza en la clase trabajadora después de tanto exceso que, sin embargo, hay que considerar positivo. La cúpula del politburó la forman Mao, Lin Piao, Chen Pota, Xu Enlai y el radical Kang Sheng, y aunque se hace ley el culto a la personalidad del líder, nuevamente las apariencias engañan. El politburó se llena, en revancha, de militares. El líder, ya en sus años de decrepitud se ve obligado a asumir la dirección de la coalición vencedora; ha dejado en la práctica de gobernar y es Xu Enlai el que, probablemente, dirige la eliminación de Lin Piao, cuando éste se revuelve contra Mao en 1971. La revolución se transforma en una consigna, un gesto, un ditirambo maoísta, cuanto más éste queda arrinconado. Los restos del partido se rehacen pactando el retomo a la normalidad con el duradero Xu Enlai, aunque las grandes rehabilitaciones como la de Deng no se confirmarán hasta después de la muerte del líder y del propio primer ministro en 1976.

Veinte años después China hace una crítica cautelosa del mito, pero quiere olvidar el alpinismo político de Mao convirtiéndose en un Estado predecible, socialista pero obediente a unas leyes intangibles de la economía, realizador del milagro de loposible. ¿Ha perdido entonces China el tiempo irreparable de una generación? Seguramente no. Para. que se impusiera el nacional comunismo hacía falta un mito más que un hombre y la figura imperial del maoísmo daba cobertura a ese Estado de obras que transformaba el paisaje nacional. Una vez consolidada esa realidad era preciso santificar a los gigantes pero dejando que la común especie de los Deng Xiaoping se pusiera a trabajar. La China de los ochenta es hija de los fracasos del líder más que de sus aciertos, puesto que de esos espasmos revolucionarios en la lucha por mantener el poder, ha nacido la ajetreada prudencia de los hombres hoy en el poder.

Una parte importante de los cientos de miles de jóvenes intelectuales y cuadros del partido que a fines de los sesenta partieron hacia el frío, la aspereza y el destierro, volvieron un día a retomar su vida allí donde la dejaron. Uno de tantos es Cheng, economista despachado durante cinco años al Tibet para reeducarse las manos. Hoy es vicepresidente del comité de planificación económica en Pekín y director del principal diario económico chino con una difusión de dos millones de ejemplares y portavoz de la nueva China. Pese a todas las dificultades sobrellevadas Cheng jamás ha pronunciado, el nombre de Mao en vano. Hay muchas formas de creer aunque no se practique.

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