Una hecatombe evitable
LA SEGURIDAD en sí mismo, la confianza en la acción, la solvencia para llevar a cabo la tarea, son grandes virtudes que en estas fechas pueden dejar las carreteras sembradas de cadáveres. Las carreras hacia el descanso necesitan más bien que las personas que toman bajo su responsabilidad el transporte de sus familias y se enfrentan con otras en la misma situación pierdan el espíritu de concurrencia y el de valor personal, sean capaces de sacudirse la prepotencia que pueda dar la velocidad y sobre todo que conozcan la situación en que se encuentran: un país con malas carreteras, de señalizaciones abandonas, unas máquinas apenas revisadas y unos conductores que han pasado el año con el regateo mezquino que es conducir en la ciudad y que se encuentran con un trabajo completamente distinto.Nadie está por encima de la copa, del dibujo de sus ruedas o del líquido de sus frenos; sobre todo nadie está por encima del descuido de los demás, de la chapuza de algún mecánico o de un peón caminero, de la inconsciencia de una gallina o la serenidad vital de un perro que atraviesa la carretera.
Salir de veraneo conduciendo el automóvil es una cuestión de cultura, es decir, de una capacidad receptiva para las continuas campañas que se realizan en favor de la seguridad. Mucha gente conduce por instinto y no por conocimiento, y están en riesgo. Hay que conducir por los otros, incluyendo en los otros desde el ministro de Transportes al tractorista acostumbrado a la soledad, pasando por el vecino brioso que quiere quedar bien delante de sus hijos y es capaz de estamparlos para ello en árbol o muro. Aquí nadie es Mike Hammer. Ni allí.
Cualquier insistencia en que hay que hacer una especie de ejercicios espirituales cívicos antes de lanzarse a la carretera es insuficiente. Es preciso aprender humildad, modestia, perder sentido de la concurrencia, de la vanidad, ante los otros. Es preciso saber que la media no es nada, que establecer cada año una marca respecto a sí mismo no tiene ningún sentido y que el exceso de velocidad apenas supone unos minutos menos en el recorrido. Habría casi que leer el Eclesiastés. Pero por lo menos habría que leer los periódicos y saber en qué punto están los fallos de estas carreras mortales y tratar de evitarlos.
Sin por eso dejarse ganar por el miedo. Tampoco es un buen automovilista de vacaciones el que tiembla y se aferra a su derecha para avanzar lentamente. Lo que hay que saber es que se trata de un trabajo, qu es un trabajo duro, especializado y de una gran responsabilidad, y abordarlo, por tanto, sin orgullos personales y con el objetivo único y primordial de dejar a los nuestros en las playas o en las montañas. Se trata de una hecatombe evitable.
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