Antonio Grippo,
un italiano de 37 años, constató en sus propios huesos que el sueño de Ícaro era eso, un simple sueño. Grippo se rompió un brazo y una pierna al lanzarse, desnudo, desde lo alto del altar de La Confesión -unos cuatro metros- sobre la tumba de San Pedro, en la Basílica vaticana que lleva su nombre, ante la sorpresa de los visitantes y la fallida acción de dos guardias que intentaron impedir su vuelo. Grippo fue escueto al explicar su acción: "Quería volar".
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