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Tropelías en el estadio

Se ha abierto una caja de Pandora con los acontecimientos del estadio Heysel de Bruselas? Algunas reacciones públicas podrían dar a entender que sí.Los alborotos en el fútbol, incluso los terribles, no son catástrofes como las desencadenadas por las fuerzas de la naturaleza. Los resultados de los estudios empíricos pertinentes lo desmienten sin duda alguna.

En la internacional del alboroto hay tanto similitudes como grandes diferencias y tradiciones diversas. Por ejemplo, en la República Federal de Alemania, el desempleo no juega -todavía- el papel preponderante que se le atribuye, a diferencia probablemente del Reino Unido; los alborotadores en modo alguno pueblan únicamente las capas mas bajas de la sociedad. El alcohol no es más que un factor en el amplio espectro de detonadores.

Los hinchas tienen una relación especial con su cuerpo. Las normas de fortaleza corporal, que en parte son una reliquia de la cultura obrera y en parte una demostración de juventud patentemente manifestada, regulan el rápido empleo de los puños y una ética de la acción. El placer por el riesgo corporal y las formas de afán aventurero se deben a una orientación de autoafirmación masculina. La disponibilidad para la fuerza, unas estética y una estructura emocional específicas, normas de relaciones grupales, historias de aprendizaje sobre la efectividad del empleo del cuerpo y una mayor dureza ante el dolor forman un conjunto sistemático, que permite sustituir argumentos Por actos físicos, cuyo reconocimiento hace que las heridas se curen antes y da prestigio a las cicatrices.

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El aspecto teatral de la. aparición de los hinchas -su voluntad de exhibición-, su actuación pública y los aspectos de voluntad escenificadora que conlleva muestran ya que las hipótesis de comportamiento instintivo y ciego son insuficientes. Uno se hace hincha por un proceso social en el que se adquiere y representa un papel social.

Los estímulos son muchas veces modelos drásticos, no pocas veces ritos de iniciación, y una fascinación por la estética de la violencia y de la acción. Participan alumnos de enseñanza media y no pocos aprendices con un contrato de formación -hijos de empleados, funcionarios, trabajadores especializados-, que relativizan con ello la teoría de la capa inferior de la sociedad.

Las clases sociales altas en modo alguno son inmunes a la estética y la moral de la violencia. También en el Reino Unido hay un dandismo de la violencia en grupos de la clase media alta, y un erotismo de los actos perversos. Las chicas, claramente subrepresentadas, son un capítulo especial de la sensibilidad de los grupos de hinchas. El trato con las novias de los hinchas también está sometido a normas, es rígido y ordenado.

Los hinchas, precisamente en sus versiones más agresivas, representan roles públicos, en forma de los cantos de batalla de las columnas de marcha, las banderas, las pancartas, los uniformes marciales y la explícita disponibilidad de abandonar en cualquier momento los papeles civiles y salirse de las casillas. Hay en juego mucha mascarada. Las caravanas de hinchas, fianqueadas por la policía cuando cruzan la ciudad desde la estación al estadio, muestran rasgos operísticos -de hecho, la plebe no podría encontrar mejor representación.

TEORÍA DE LA REPRESENTACIÓN

Vibran los escaparates y los transeúntes. No obstante, las acciones casi siempre son mucho más inocuas que su imagen; tienen mucho más de simbolismo y de dramaturgia que de realidad. La procesión militante y estrepitosa es una especie de película natural en pantalla panorámica: hay espectáculo y teatralidad; se juega a los indios; hay cacerías de cabelleras, juegos al gato y al ratón con la policía, regularidades, sensibilidades y aspiraciones a una buena representación.

Se trata de representar. Los grupos de hinchas son Dramatis personae como nosotros, en parte grupos fijos, en parte casi-grupos informales, pero también colectividades de espectadores en localidades de pie, luego la policía, naturalmente también los grupos de hinchas rivales y, finalmente, también los probos pero asustadizos ciudadanos. Por último, en los medios de comunicación de masas podremos ver al coro de la antigüedad, que conserva los hechos para la posteridad y pronuncia el comentario general.

Por paradójico que pueda parecer, la captura de botines preciada por los hinchas violentos, la caza de trofeos y las numerosas pruebas de valor presuponen una cierta estabilidad. Para que sea posible el desorden, la action, el alboroto, es preciso el orden, no sólo el orden que se quiere perturbar e irritar y que se necesita como estimulante; también requiere el orden en el campo propio, cuya capacidad de caos es sólo limitada.

El empleo masivo de la fuerza, el juego con el riesgo y los actos de violencia aislados exigen las debidas porciones de moral. La conquista de bufandas, gorras, mascotas de los hinchas rivales, y hasta la bandera, exige un esfuerzo psíquico y creativo. La dinámica de la acción, el constante estar a punto para saltar, exige tanto motivos como principios morales y vuelve a afirmarlos una y otra vez.

Los rituales regulan y controlan tanto emociones como actos. Algunas cosas son sacralmente serias, corresponden a ellas conceptos como el de honor, ideas de fidelidad, vinculación, solidaridad y estructuras de motivaciones casi religiosas. Los hinchas las hacen valer con sus cuerpos, con sus músculos y con andares a grandes zancadas. Escenifican la exhibición de la hinchada.

De hecho, las personas en este caso asumen totalmente sus actos -como decía Hegel de los héroes de la antigüedad- y ellos mismos son estos actos. Así los hinchas adquieren poder con el tiempo. Sus aspiraciones concretas frente a la realidad se corresponden con ello y existe, así, la aspiración de vivencias dramáticas y más intensas.

Es una opinión expresada por más del 50% de los hinchas alemanes que en el estadio son posibles cosas habitualmente vedadas, según un estudio del psicólogo social de Colonia Hans Stollenwerk. Bajo las banderas y los atuendos cuajados de enseñas brilla el yo y se disfruta de un espacio social con menos controles y la consiguiente mayor seguridad en uno mismo.

El ambiente de los estadios de fútbol, sobre todo el que aprecian e intensifican los hinchas, se alimenta de diversas fuentes y aportaciones. En una memoria social están almacenados los perfiles sociales y las contiendas de los clubes enemigos y de su folclor de hinchas como en una especie de historiografía bélica. El puesto en la clasificación, las jugadas sucias en el campo, el curso de la disputa en el césped, son otros factores que conforman el ambiente. A ello se añaden imponderables de la estructura de grupos, en cuya autorrepresentación actúan histriones, gentes que dan el tono, el ritmo y las palabras claves y que son pequeños actores.

HEROíSMO MEDIEVAL

No es una rebelión de las masas, más bien habría que pensar en la medieval Canción de Roldán, en las epopeyas de las grandes gestas de héroes valerosos, en situaciones sin salida, en la autoafirmación. Aunque la calidad literaria de los cantos de batalla de los hinchas sea poca, en cambio sí reflejan en gran parte un mismo fondo de heroísmo.

Las manifestaciones de los hinchas, que pueden volverse locuaces en el uso del cuerpo y en el alarde, responden a un sistema de normas propio de la sed de gestas. Blandir los puños genera lirismos de una peculiar especie. Las descripciones de los actos realizados no necesitan -casi al estilo de Hemingway- apenas psicologización, son lacónicas, casi existenciales y conforman una sucinta prosa de hechos. Un buen western funciona visualmente con las mismas metáforas y mitos.

El cuerpo, sobre todo sus orificios y excreciones, también penetra en el lenguaje. Paralelamente a una ética de la gesta, hay una ética de la injuria -injurias fecales, obscenidades, escabrosidades, verdaderas enciclopedias de denuestos-, y salen a la luz pública hallazgos siempre nuevos de un espíritu entregado sin tregua a la búsqueda. Son emociones habladas, cantadas, gritadas y entonadas. Sometidos a un imperioso afán de superación, no se abstienen de ninguna obscenidad y representan una cultura somática de rasgos especiales.

En otros lugares surgen acciones en las que metódicamente se lleva al cuerpo a situaciones desagradables y se le impone la acción. Para eso se pueden usar montañas, un desierto cruzado a pie, un tramo de aguas turbulentas, el Atlántico. Renunciar a la máscara de oxígeno, al motor, es negarse comodidades para generar emoción. Pese a todas las diferencias en la forma de crear tensión, los hinchas recurren a un modelo viejo, y no están demasiado lejos de Reinhold Messner y de otros artistas y virtuosos de la agudización de excitaciones.

Lo que para unos son el Everest, el At

Volker Rittner dirige el Instituto de Sociología Deportiva y Pedagogía del Tiempo Libre de la Escuela Superior Alemana de Deporte de Colonia.

Tropelías en el estadio

lántico o la jungla, para otros son las estaciones, los vagones de tren, el centro de las ciudades, el estadio. Una vez superado, todos contentos. Los medios de comunicación de masas estaban allí, se pueden coleccionar recortes de periódicos, organizar archivos o clasificar trofeos como recuerdos.Las distancias son un asunto delicado en el estadio. Los bastones, las llaves americanas, las cadenas de bicicleta, tienen un alcance limitado y están atadas a la mano. Las botellas, si se logra meterlas en el estadio, alcanzan una distancia claramente mayor, como las serpentinas y los rollos de papel higiénico. Hay campos sensibles de distancia directa comprometedora, la cercanía de¡ puñetazo. Hay distancias de afrenta sin que se imponga actuar, también distancias para vocear y grandes distancias visuales, que ya son más espirituales.

La cercanía obliga. Si los grupos de hinchas enemigos se acercan demasiado, apenas pueden evitar llegar a las manos. Naturalmente, hay violaciones del territorio Hay que actuar, aunque sólo sea por compromiso moral con uno mismo. La identidad del grupo consiste en la imposición de las fuerzas de autorrepresentación. Una realidad ordenada, graduada, y que normalmente guarda indulgentemente las distancias, se vuelve fatal por la geografía. La mayoría de las veces el entramado de normas de los grupos es lo bastante firme como para superar con buena moral la prueba real con los puños y los objetos contundentes.

Una deficiente presencia visual o real de la policía puede tener efectos desequilibradores. El mirar fijo, que antes se consideraba un desafío para el duelo, puede convertirse en piedra de toque para un ciudadano normal. Son importantes el momento y la dosificación; la intervención de la policía puede pecar de negligente, de rigurosa respecto a la situación, o de poco discriminatoria frente a la multitud vocinglera.

¿Qué se puede hacer para prevenir? En primerísimo lugar, las maldiciones demoniacas impiden una observación diferenciada, confunden tanto las causas como la lógica del desastre y la desgracia y hacen improbables las intervenciones mesuradas. Las dosis excesivas no calman al paciente; le excitan. Lo que en el estadio quizá se reprime por fuerza puede manifestarse en el vagón del tren, en la estación o en la caravana de hinchas, o la situación puede perder su apariencia demostrativa.

Es importante tener en cuenta las reglas que componen el suceso. Lo que conforma los acontecimientos, les da forma y tiene forma en sí mismo es también susceptible de conformación. Esas observaciones crean condiciones operativas para la prevención y la terapia. Con los calendarios rituales de los grupos de hinchas, con su memoria social, con su pasión y con su afán de aventura y emoción se pueden hacer cálculos exactamente igual que con los ferrocarriles.

EL PAPEL DE LA PRENSA

Hay dos aspectos de la creación de ambiente, de su conformación y de su control que requieren mayor atención en el futuro: por una parte, los locutores del estadio, que a menudo buscan ambiente al estilo de un pinchadiscos y que no suelen recibir ninguna formación sistemática; por otra parte, los reporteros en busca de sensacionalismo. Los archivos y recortes de periódicos de los hinchas muestran que la Prensa participa más en la creación de un ambiente de lo que a veces sería deseable.

La fuerza teatral del estadio de fútbol hace que incluso acontecimientos fútiles, que en otros terrenos no son dignos de una línea, se conviertan en acontecimientos. Si vienen los ingleses, no son sólo los hinchas los que se arman.

Los disturbios en el fútbol, los tumultos, las ocupaciones del césped y el vandalismo no son inventos de nuestros días. Entre los antecedentes históricos del deporte futbolístico, muertos y heridos estuvieron mucho más al orden del día.

Tampoco actualmente son ninguna novedad los disturbios. Hay que mantenerse escéptico frente a las tesis de una creciente violencia en los últimos años. No obstante, con la internacionalización y la profesionalización del fútbol puntero hay nuevos elementos en el origen de los desórdenes en el fútbol. Un factor es que la distancia social ocasionada por la profesionalización rompe los lazos tradicionales y desorienta los sentimientos.

Por ejemplo, la introducción de la liga en la República Federal de Alemania en el año 1963 trajo consigo una primera fase de ruptura de las viejas culturas del fútbol y de las redes sociales vinculadas a ellas. Las cantinas, tabernas, locales del club, la calle, salvaban las posibilidades de comunicación. La estrella comprada es anónima, ya no es palpable ni es uno de nosotros.

Tampoco es un compañero de trabajo potencial, no se tropieza con él en la taberna. Terminada la carrera, en lugar de poner un estanco con venta de lotería, o el quiosco de la esquina, o una tasca, la estrella se convierte en representante general o director, con las conocidas señas de la inaccesibilidad, la falta de tiempo y la lejanía.

LA EROSIÓN DE VIEJAS LEALTADES

Si los profesionales al jugar observaran por lo menos las elementales reglas de la cultura somática de sus partidarios y se volcaran de verdad y cultivaran el alma futbolística, los honorarios de las estrellas no serían un impedimento para el amor, la pasión, la entrega, la admiración y sus formas de expresión reprimidas. Es patente que se ha iniciado un proceso de erosión de las viejas lealtades.

Una de las consecuencias es que el deteriorado caldo de cultivo del viejo entusiasmo por el fútbol disminuye el sentido de la responsabilidad del hincha tradicional. Incluso si no surgen reventadores, la influencia estabilizadora de los hinchas y los clubes de hinchas serios se pierde y, en un terreno movedizo, el peligro de avalancha aumenta.

La observación de las normas que componen el ambiente en el estadio y las medidas adecuadas a ellas permiten posibilidades de intervención. Pero los clubes y las federaciones de fútbol tendrán que pensar más en cuestiones de principio. El panorama futbolístico que los soporta, en parte cambiante, junto con sus estructuras, requiere una mayor atención y un cuidado más intenso.

No escasean las emociones, pero probablemente sí las posibilidades de vínculo que las regulan. No son sólo condiciones del orden en el estadio, sino también cuestiones de orden en la tesorería. Las decrecientes cifras de espectadoras son otra manifestación de la falta de apego y del efecto erosionador de una profesionalización a menudo mal ejercida.

Los unos son amenazantes; los otros, amenazados. Cada día se avanza un poco más hacia la extinción de la especie de los hinchas viejos y leales y la cultura del fútbol se pierde. Tanto más fácil es que las cosas se salgan de madre.

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