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Crítica:VISTO / OÍDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La casa de ejercicios de los clanes de Falcon Crest

La regla del telefilme de masas es justamente la inversa de la regla del arte y ensayo de elite: el nunca pasa nada se transforma aquí en el siempre pasa todo. Los diversos clanes de Falcon Crest andan ahora obsesionados por el control de El Globo, el influyente periódico del condado, pero eso no impide que en cada siesta ocurran toda clase de complicaciones a ritmo de fórmula 1.Un telefilme es como aquel jardín de Borges, el de los senderos bifurcantes, pero de escala selvática. Las peripecias de un solo capítulo de la serie Falcon Crest servirían para abastecer de materia prima a la mayor parte de las industrias cinematográficas europeas, especialmente al llamado cine de autor suizo, alemán, yugoslavo o español.

Al estreñimiento narrativo de esos guiones mínimos que hacen salivar de gozo a los cinéfilos se opone esta diarrea narrativa en unos guiones excesivos, inmoderados, cuya misión principal consiste en saturar la pequeña pantalla de acontecimientos con el fin de impedir la reflexión o la distracción.

Lógica del telefilme

La lógica del telefilme, en definitiva, es la misma que utilizó Ignacio de Loyola cuando inventó sus célebres ejercicios espirituales. El ejercitante, como el televidente, no debe de tener un solo momento de respiro y su mente ha de estar ocupada durante todo el día por imágenes y palabras codificadas para evitar que su imaginación y su palabrería vuelen por otros derroteros.La genialidad de san Ignacio de Loyola, como la de los guionistas de Falcon Crest, consiste en construir una oración (un relato) sin fisuras, desprovista de tiempos muertos y en donde cada acontecimiento origina a su vez otra serie de situaciones arborescentes, y así hasta el delirio.

Como se sabe, la táctica jesuítica de los ejercicios fue una reacción contra los peligros de la espiritualidad mística, cuyos relatos estaban basados en presupuestos religiosos de arte y ensayo, casi casi de cine de Elías Querejeta: tiempos muertos, silencios prolongados, primado de la contemplación, ciencia infusa, morosidad adquirida, rechazo de los géneros litúrgicos de acción e interpretaciones muy abiertas.

En la era de la Inquisición, lo mismo que la era de la Televisión, la diferencia hay que buscarla entre la calidad (espiritual) y la eficacia (religiosa).

Con telefilmes como Falcon Crest no se alcanza el cielo de los cinéfilos pero se logra la atención de los telespectadores. Juzgar esta serie de la siesta por el mismo rasero que se juzga las películas somníferas de cineclub de la segunda cadena carece de sentido. Es un problema de escala. La de Falcon Crest es una escala de masas, más atenta a la repetición un¡versal que a las diferencias artísticas, cuya única finalidad es la eficacia comercial.

Al telefilme se le puede reprochar todo menos el que intente ocultar sus groseros objetivos materialistas. Lo único que se le puede criticar a estas series no es que sean de baja calidad, sino que sean de baja audiencia. Toda la maquinaria del guión está basada en el principio jesuítico de la eficacia televisiva.

Lo demás es redundante, incluso ingenuo, porque desde la sintonía de los títulos hasta el final de cada capítulo nada ni nadie intenta disimular en Falcon Crest que aquello es un producto de consumo, masificante, estandarizado, de usar y tirar, únicamente construido para crear adicción y ganar dólares.

Es lo mismo que criticar a los ejercicios de san Ignacio que intenten producir almas en gracia de Dios de acuerdo con la ortodoxia católica. Uno entra en las mansiones de estos telefilmes de la misma manera que entra en una casa de ejercicios jesuíticos, sabiendo perfectamente a qué se expone, qué pretenden de él y cuáles serán los métodos de lavado de cerebro.

Narrar el presente

Pero este descaro telefílmico otorga a series como Falcon Crest nada menos que el privilegio (y el poder) de narrar el presente.Se trata de una obscena caricatura del presente, claro, pero resulta que estos folletines de la siesta o de la noche son en la actualidad las únicas narraciones que nos hablan del mundo actual, dado que la novela y el cine de calidad han desertado del presente desde hace años y por razones que ahora no vienen al caso (seguramente para no traicionar la calidad).

De la misma manera, por cierto, que también los ejercicios de san Ignacio introdujeron en la espiritualidad el tema del presente e hicieron de él su gran instrumento de proselitismo religioso.

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