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¿Es difícil ser pacifista?

Planteada la pregunta que encabeza este artículo en tan escuetos términos, la respuesta espontánea -me parece- vendría dada por un rotundo no; no es nada difícil ser pacifista, sino, muy al contrario, representa el pacifismo una actitud sumamente natural y comprensible en la humanidad actual. Tras haber asistido a la sucesión de conflictos que llena nuestro siglo, con el espectáculo de destructividad que la industrialización del fenómeno bélico conlleva, y ante la perspectiva de la aniquilación que una contienda nuclear podría producir, es inevitable que se genere una reacción de repulsa ante la guerra. Y esta reacción resulta tan extendida que casi nadie se atreve a confesarse paladinamente belicista, de tal modo que el armamentismo se justifica en términos de disuasión y la política militar -como los antiguos ministerios de la guerra- se cobija bajo el lenguaje de la "defensa". Llegamos a la superrealista situación según la cual la posible destrucción de la humanidad en un conflicto nuclear constituiría un acto defensivo.En esta tesitura no debería ser causa de extrañeza que muchos seres humanos, guiados por las luces de su sentido" común, entiendan el rechazo de la guerra de la manera que parece más natural, como desarme y como superación del antagonismo entre las alianzas político-militares hostiles, permaneciendo consecuentemente impermeables al difícil discurso que presenta como una defensa de la paz el incremento del arsenal destructivo y la extensión, el reforzamiento de la dinámica de bloques con la consolidación de nuestra precipitada y oscura entrada en la OTAN. Ahora bien, al cristalizar en tales y tan consecuentes términos los genéricos ademanes e invocaciones en favor de la paz, se convierte el pacifismo en algo muy concreto y nada fácil de ejercitar. Efectivamente, no sólo entra en contradicción con los viejos hábitos de violencia y narcisismo colectivo, sino con la estructura de poder decisiva en nuestra sociedad: la potente economía de las armas y el imperialismo de las grandes potencias. Y en profunda unidad con la patentización anterior, nos percatamos del sentido hondamente creativo del pacifismo, de su capacidad de trascendencia hacia un futuro no sólo de supervivencia -como pretenden las lecturas más elementales-, sino de desarrollo de posibilidades humanas hoy reprimidas. Valor agudizado por el hecho de haber brotado el movimiento pacifista de la lucidez espontánea de múltiples y diversos sectores sociales: científicos enfrentados con la perversión bélica de su actividad, mujeres mentalizadas frente a la violencia patriarcal, trabajadores azotados por la crisis, jóvenes simple y radicalmente deseosos de vida y libertad.

Mas no hay que sorprenderse entonces de que el pacifismo comience a convertirse en la bestia negra de todas las lealtades al poder establecido, rompiendo viejos esquemas y definiendo la actual frontera entre conservadurismo y avance histórico. Observemos lo que está ocurriendo. En el orden más elemental, son significativos los aspavientos atónitos e irritados que las últimas movilizaciones contra la OTAN han producido y que se han traducido en variados y muy pintorescos denuestos, inmadurez infantil, grosería, criptomilitarismo, tercermundismo -en el curioso uso peyorativo que se da a este término por nuestros bisoños descubridores de Europa-. Y es que los grandes y pequeños programadores de nuestra sociedad tienden siempre a pensar que "todo está atado y bien atado" desde las cumbres o montículos del poder, y les cuesta mucho aceptar la novedad y espontaneidad propias de la historia, resultando de ello que periódicamente se llevan unas sorpresas mayúsculas. Tal ocurrió -por no aludir a los procesos revolucionarios- en los años sesenta con los movimientos de contestación estudiantil, imprevistos -como subrayó Searle- por la sociedad de la época y sus sesudos saberes sociales; como sucedió, no mucho después, con. la crisis económica. Ahora es la oleada pacifista lo que no se puede asimilar. Después de haberle dicho -aunque no explicadoal pueblo con el mayor énfasis qué es lo que le conviene, y tras haber ernitido en televisión toda la serie sobre la tercera guerra mundial, amén de infinidad de películas sobre el heroísmo y altruismo de los soldados arnericanos, ¿cómo permanece la gente tan empeñadamente tozuda, tan reacia a la idea de engancharse a la locomotora del progreso occidental, guiada por la firme mano de Reagan?

Si uno se obstina en negar la espontaneidad de las reacciones populares y se aferra a la dialéctica de los poderes establecidos como únicas fuerzas movilizadoras, no queda más posibilidad que pensar en la acción críptica del poder contrario, en la infiltración, la quintacolumna. Aemás, la imagen del enemigo, como ya veía Marcuse en su época, define un elemento esencial de la sóciedad industrial represiva. Hoy constituye una apelación imprescíndible para justificar la escalada armamentista; como explicó hace unos años Richard Perle desde la Secretaría de Defensa, el sentimiento de peligro es necesario, pues sin él las democracias no están dispuestas al sacrificio.

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¿Es difícil ser pacifista?

Viene de la página 11 encabritaban los universitarios y pedían algo tan primordial como las libertades consustanciales a la cultura, un ministro llegó a hablar, con musicales resonancias de Borodin, de la subversión organizada desde "las grandes estepas del Asia Central". Y cuando los trabajadores luchaban por sus derechos sindicales, se pensaba que por sus manos curtidas necesariamente tenía que correr el oro de Moscú y de Praga como explicación de tan peregrinas ocurrencias. Mas, ¿qué pasa ahora? Quizá con nuestro estreno en la Comunidad Económica Europea nos hemos convertido en Escocia, porque lo cierto es que regresan los fantasmas habitantes del viejo castillo. Y si recientes informaciones de Prensa no son erradas, los grupos pacifistas y el movimiento anti-OTAN son espiados por la policía para detectar sus conexiones soviéticas, e incluso se había proyectado alquilar un chalé junto a la Embajada de la URSS para otearles entrando en dicho recinto recubiertos por gruesos gorros peludos. Quizá con tal seguimiento se descubriría a los pacifistas comunicándose sigilosamente en ruso y libando vodka en secreto. Definitivamente, se trata de demostrar que bajo las pieles de oveja del pacifismo se encubren, ya que no, como en la denuncia evangélica, lobos feroces, sí por cierto osos rusos, cuya domesticidad -como dijo Franco en un discurso- no es en modo alguno cierta.La pretensión de encajar todo el dinamismo histórico en la tensión Este-Oeste, tan obsesiva en la política de Reagan -que en otro terreno está perturbando tan visiblemente el desarrollo propio, independiente, de la revolución nicaragüense-, no es sólo cuestión de miopía, responde a la lógica que trata de destruir toda innovación superadora, cuya mera irrupción desestabiliza automáticamente el actual sistema de dominación. Entonces, volviendo a nuestro tema, si no basta con el intento de descalifi.car al pacifismo presentándolo como un movimiento de penetración soviética, se puede ir más lejos y rodearlo por el aura siniestra del terrorismo. La infiltración, exhibición y manipulación del fenómeno terrorista ante el ciudadano inseguro de nuestra época constituye, en efecto, una de las grandes armas conservadoras. No hace mucho se nos informaba, a través de la Prensa, de la última hipótesis que al parecer maneja la policía respecto al extraño atentado contra el restaurante El Descanso: su autoría por parte de grupos anti-OTAN. Resulta, sin duda, máximamente correcto el que las hipótesis policiales en una investigación cubran el campo más amplio imaginable. Pero entonces es lógico incluir otra posibilidad: la de la provocación, la de descalificar el movimiento antiotanista, cuya vitalidad acaba de ser elocuentemente mostrada. El curioso caso es que en un atentado, según tal hipótesis policial, dirigido contra militares norteamericanos sólo hubo víctimas españolas, y resulta bastante ridículo pensar que alguien con una acción de esté tipo se creyera capaz de conmover los programas de la Administración Reagan. Concluyamos nuestra reflexión: parece que ser pacifista, pronunciarse contra los bloques, resulta bastante difícil, escandaloso y creador.

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