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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sonrisa elemental

Dice un sabio chino contemporáneo que el sentido del humor sirve para compensar el abismo que media entre lo real y lo ideal, actuando como un colchón neumático que amortigua caídas y frustraciones. Dentro de esta perspectiva, Televisión Española ha reconocido por fin la deuda que tiene contraída con los humoristas; la distancia entre la televisión real y la televisión ideal es tan enorme en este caso que sólo puede ser rellenada en parte con la ironía, la sátira o la caricatura.Con enfoque realista, los responsables de la programación comenzaron hace algún tiempo por dotar de contenidos paródicos precisamente al programa en el que se presentaban las novedades de la semana, y Televisión Española se reía de sus espacios e ironizaba sobre sus propias maldades a cara descubierta.

Luego, en otro de esos programas raros e impresentables de la segunda cadena, un tal José Miguel Monzón, apodado el Gran Wyoming en los circuitos underground madrileños, al salirse de un guión de escasos alcances se burló con desfachatez sin precedentes de la cuantía de los premios, de la inanidad de las preguntas y de la inexpresividad de los concursantes. Como justo castigo a su perversidad, Wyoming fue encargado de sustituir al equipo de Y sin embargo te quiero, para seguir sodomizando los contenidos audiovisuales semana a semana.

Galería de monstruos

Hasta entonces los humoristas de Televisión Española, salvo escasas excepciones, como Tip y Coll, formaban una galería de monstruos que hubiera sido el orgullo de cualquier museo de los horrores y de las zafiedades (cómo no estremecerse ante el recuerdo de Manolo de Vega o ante la milagrosa supervivencia de Bigote Arrocet). La convocatoria en un solo programa de fin de año de los más selectos representantes de esta escuela provocó serios trastornos en el sueño de miles de niños españoles, que sufrieron espantosas pesadillas hasta bien entrado el mes de enero.

Ante tanto exceso, Televisión Española halló el paradigma de la austeridad: Eugenio, honrado funcionario del humor, archivero de chascarrillos, sin mover un músculo de la cara, la cabeza gacha, quizá por el peso de su ostentoso colgante pectoral, recitaba con voz nasal, sin matices, los chistes recogidos en la calle, antiguos y modernos, buenos y malos, verdes y negros, archisabidos y cuasi inéditos en muy raras ocasiones. Eugenio funcionaba como un expendedor automático de gracias y gracietas al por mayor, en el contrapunto de Milikito, antes de que éste optara definitivamente por lo suyo: el circo en sus más variadas especialidades.

La mejor comicidad de Televisión Española está actualmente en el programa La bola de cristal y en sus guionistas, y tiene a Enredo a la cabeza de los productos de importación. Lo de Pedro Ruiz es punto y aparte.

En este país, en el que los filósofos quieren ser humoristas y los humoristas filósofos, las vedettes intelectuales y los intelectuales vedettes, Pedro Ruiz no iba a ser una excepción; de notable capacidad histriónica y agudeza verbal exhibicionista hasta la médula y ego céntrico hasta la expiación, este pequeño dictador es un auténtico hombre-orquesta, y, como ya se sabe, los hombres-orquesta desafinan en algún punto, aunque lo dan por bien empleado con vistas al resultado final.

En este caso, una colorista paella valenciana pasada de punto, en la que se mezclan detalles ingeniosos con burdas dramatizaciones, ternurismo de Petete y filosofía de baratillo, un plato fuerte que tiene como ingrediente fundamental la carne y la sangre de Pedro Ruiz, profeta y mártir, con todos sus defectos y virtudes. Su velazqueña estampa le condicionó quizá a seguir por los caminos del humor con la mordacidad de los españolitos de a pie y su inequívoca fascinación por lo hortera, pero en ese pequeño cuerpo -y él quiere hacérnoslo saberse alberga una fórmula explosiva.

Pedro es un truhán y es un señor, mitad Quijote y mitad Sancho. Le hubiera gustado ser una mezcla de Joan Manuel Serrat y Fernando Savater, pero se ha quedado algunos centímetros más bajo que José Luis Coll, al que intenta utilizar, sin conseguirlo plenamente, como comparsa de lujo en su programa.

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