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La guerra del balón

El sociólogo italiano señala que el fútbol forma parte de la cultura europea, incluso un lazo de unión de Inglaterra con el continente. Para el autor, la propuesta de prohibir la entrada de aficionados ingleses en el continente es absurda y racial. Las 38 muertes del estadio belga de Heisel forman parte del riesgo del deporte.

Como sociólogo sé que el deporte es la sublimación de un conflicto. Sé que un partido de fútbol es la sublimación de una batalla. Sé que la gente lanza gritos de guerra, hace explotar petardos, agita lanzas, banderas, realiza desfiles. Sé que, tras la victoria, celebra el triunfo corriendo por las calles, gritando, insultando al enemigo vencido, abandonándose a los excesos, hasta llegar a la orgía. Esto sucede en Italia, en Inglaterra, en todas partes.Sé que esta violencia colectiva e individual corre el peligro, en cada ocasión, de llegar a superar las barreras psicológicas y sociales que hacen que siga siendo un deporte. Sé que siempre se produce alguna ruptura. En Bruselas se ha producido un desgarro mayor. Las fuerzas que debían controlar la agresividad colectiva han sido ínsuficientes. Demasiado poco autocontrol, demasiados borrachos, demasiado poca policía, demasiada agresividad. Faltó, sobre todo, la capacidad técnica de administrar las grandes, emociones colectivas, la violencia latente en las muchedumbres deportivas.

Por muy grave que sea lo que ha sucedido, no nos hallamos, aun así, ante algo inaudito o monstruoso, sino ante algo que pertenece al depótte. Como los accidentes en las carreras de Fórmula 1, como la muerte de un boxeador en una pelea, como la masacre de un avión que cae sobre el gentío en un vuelo acrobático. No quiero disculpar a nadie. Ni a los ingleses borrachos, ni a los belgas incapaces de administrar un estadio. Pero he de recordar que también el fútbol tiene su grado de riesgo intrínseco porque no deja de ser, inconscientemente, una batalla simulada.

Por ello no acabo de entender la actitud de muchas personas, de mucha Prensa, de muchos políticos hacia lo que ha sucedido. Los ingleses se han comportado de manera intemperante, pero no son distintos de los demás. La idea de que el Parlamento Europeo vaya a prohibir a los ingleses que asistan a los partidos que se juguen en el continente es tan absurda e innoble como una ley racial. Y también es absurda, si es verdad, la decisión del Gobierno de la Thatcher de suspender los traslados de los equipos ingleses a la Europa continental. El fútbol es algo que pertenece a la cultura europea, uno de los pocos deportes que unifican realmente a nuestro continente. Retirarse de las competiciones es, para Inglaterra, algo así como retirarse de Europa.

Existe una relación entre la tragedia de Bruselas y Europa. En estos últimos años ha ido formándose, aunque sea tímidamente, un esbozo de sentimiento europeo. Hemos elegido un parlamento. Hemos admitido en la CEE a España y a Portugal. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que estamos mucho más unidos culturalmente de lo que imaginábamos. Europa es, en realidad, como la antigua Grecia: culturalmente unida, políticamente dividida.

Culturalinente somos diferentes de los árabes y musulmanes. Somos diferentes de los chinos, de los indios, de los japoneses, incluso de los norteamericanos. Ni siquiera tenemos los mismos deportes. Todos los intentos de introducir en Europa el rugby o el béisbol han fracasado, y nuestro fútbol no ha sido aceptado en EE UU. En cambio, la pasión por el fútbol une a pueblos como el español, el italiano, el alemán y el inglés. Incluso el inglés, que es el más separado del continente y el que más se parece por su lengua y cultura a EE UU, se siente europeo en materia futbolística.

Pasión viva

La integración social de Europa se ha manifestado también en el proliferar de las copas, de los campeonatos de estos últimos años. Hoy en día, cuando hay un partido, se trasladan decenas de miles de hinchas. Paulatinamente, está surgiendo un verdadero campeonato europeo, tan importante como el nacional; destinado, quizá, en un futuro, a convertirse en el campeonato más importante, el campeonato de la nación europea. La catástrofe de Bruselas es la consecuencia de este nuevo espíritu deportivo. Quizá nadie se esperaba una afluencia tan grande de seguidores, una pasión tan volcánica, tan peligrosa, pero, por esto mismo, tan viva.

Todo proceso de unificación política y cultural pasa por momentos dramáticos. Porque siempre hay drama cuando se une lo que hay de distinto, cuando se funde lo que anteriormente estaba dividido. La tragedia de Bruselas es importante porque es una tragedia europea, de toda Europa, del fútbol europeo, de los hinchas europeos, de la organización deportiva europea, de la eficacia europea. ¡Por eso es peligroso echar la culpa a un país individualmente! Ello significaría no haber entendido nada del proceso histórico que se está desarrollando, de las responsabilidades colectivas, supranacionales, que nos esperan.

A medida que progrese la integración europea, las manifestaciones de la hinchada tendrán un carácter ciudadano y nacional a un mismo tiempo. Pero esto no significa que vayan a aumentar los nacionalismos; al contrario, será indicio de su debilitamiento, de su absorción por las reglas del juego deportivo en el seno de la comunidad cultural y política.

Por esto no tiene en absoluto sentido, y además es peligroso, pensar en reducir las relaciones deportivas entre Inglaterra y el continente. Por el contrario, el sentimiento de culpa y el dolor por este drama deben hacemos comprender lo cerca que estamos, cuánto nos necesitamos los unos a los otros, y lo mucho que, de ahora en adelante, vamos a ser corresponsables. No, los hinchas ingleses no deben ser alejados de la comunidad. No debe apartarse a nadie, porque la comunidad es'de todos, y la tragedia es de todos.

El problema real es el de hacer progresar a la comunidad y el de aprender a vivir en ella. En un nivel continental, el deporte de masas requiere una comprensión recíproca más elevada, un mayor sentido del autocontrol, pero, asimismo, un nuevo tipo de organización, de gestión, que esté adaptado a los nuevos tiempos, a las nuevas exigencias europeas.

Francesco Alberoni es sociólogo italiano, autor de Amor y Enamoramiento.

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