Tejas
La verdad es que a los europeos que llegamos a USA no nos gusta nada. Sabemos que tienen más dinero, más soldados y más coches que nosotros, pero que, en cambio, los viejos nombres de la historia nos pertenecen. Y luego resulta que también se los apropian, y en el tren, en el autobús, en el avión encontramos a alguien que es de Londres, Minnesota, Madrid, Illinois... O de París, Tejas.Tejas tenía ya de todo y ¿va a tener también París? Tejas, hogar de los tejanos ruidosos, exagerados, vociferantes, con sombreros gigantescos... a los enemigos de Reagan les gustaría que fuera tejano en vez que de California, porque la caricatura sería más fácil. La verdad es que si encontramos un americano llamando la atención por sus gritos y sus gestos en un cabaré de París es más que posible que sea de Houston...
Y sin embargo, yo he sido profesor en la universidad de su capital, Austin, y mi impresión es totalmente distinta de la de todos los europeos, incluso de los norteamericanos que no son de allí. Los nativos deben de cambiar mucho en su salsa o la idea que de ellos se tiene obedece a la más mentirosa leyenda negra. Sus estudiantes son de lo más correcto que encontré en mis años docentes de Estados Unidos, unos muchachos que se echan atrás ante el ascensor murmurando un "please, sir", dejándonos pasar; unos estudiantes que, me decía la housemother, la gobernanta de una de sus fraternidades, no dejaban de levantarse cada vez que ella entraba en el comedor para presidir la cena. Algo muy distinto de lo que el tópico asocia con los muchachotes de Tejas.
Afortunadamente las chicas sí responden al tópico. Son tan altas, esbeltas, guapas y rubias como aparecen en los anuncios del Estado.
(¡Ah! A los que siguen creyendo, quizá para consolarse de sus miserias, que riqueza y cultura son incompatibles, les recordaré que la biblioteca de la universidad de Austin, situada en una alta torre que preside el campus, tiene la mejor colección del mundo de obras relativas a América Latina, desde la gramática guaraní, escrita por un padre jesuita, al último tratado socioeconómico sobre Centroamérica. De ello hablamos compartiendo la admiración en la uruguaya Punta del Este, con un profesor que me había precedido en aquellas aulas y que se llamaba J. L. Borges.)
Con casi 200.000 kilómetros cuadrados más que España, todo está en proporción a su tamaño. Cuando yo estuve allí sobraba el petróleo, y con el petróleo, el dinero. Basta decir que era el único Estado de la Unión que no tenía impuestos propios, cobrando sólo los federales. Luego los implantaron, pero mi impresión personal es que eso se hizo más para ponerse a la altura común e inspirar menos envidia que por necesidad urgente de numerario.
París, Texas refleja un poco aquel ambiente; esas largas autopistas atravesando llanuras sin límite dan la sensación de que no van a ninguna parte, y en mi tiempo ocurría exactamente así. Varias veces, al preguntar hacia dónde llevaba aquella tira de asfalto, se me contestó que a ningún sitio: "Hemos pensado que era posible que esa zona acogiera al colono de mañana y para facilitarle el paso lo hemos hecho hoy".
Estado "gigante" como la película que intentaba reflejar su vida y que no gustó nada a los tejanos. "La autora de la novela no tiene ni idea. Lo máximo que ha hecho ha sido sobrevolar Tejas", me decían. Sobrevolar es un concepto familiar para los que allí viven; ¿cómo relacionarse si no? -¿fulano?¡Ah sí, es vecino mío- dice el granjero. Luego me entero que el aludido vive a 200 kilómetros de distancia, pero ¿qué es eso para un Cesna o un Comanche que tantos poseen aparcado en su aeropuerto familiar? Hubo un año en que el catálogo de Navidad de la casa Neiman-Marcos, la super Harrods norteamericana, ofrecía dos aviones pequeños del mismo color; uno tenía en el fuselaje la palabra His (de él), y el otro Hers (de ella), precisión que fuera de Tejas sólo se le ocurre a la gente poner en las toallas de baño...
De Tejas era Lyndon Johnson, grandote y brutote. De Tejas es también J. R., el hombre definido como ese "a quien nos encanta odiar" y su asombroso hogar en el que hay más líos por metro cuadrado que en ningún otro del mundo conocido. Dallas es naturalmente una caricatura de la vida tejana, pero, como toda caricatura, parte de un retrato verdadero. Porque es cierto que esta sociedad nacida con la ganadería -los Cuernoslargos es su equipo de rugby- ha pasado, a veces encantada, a veces de forma reluctante, al mucho menos estético pero más provechoso negocio del petróleo. Y es verdad que las fortunas se han hecho de la noche a la mañana cuando en el humilde campo de antaño ha surgido el líquido negro de hogaño. Todo en Tejas es grande, y por ello, ¿por qué no van a ser más malvados que los demás mortales los protagonistas de Dallas?
Se le llama el Estado de la estrella solitaria y es verdad, siempre que recordemos que esa singularidad es una muestra de orgullo, pero jamás de una idea separatista, tendencia que en realidad no existe en ninguna región de Estados Unidos, a pesar de las diferencias que pueda haber entre el norte y el sur. La tragedia de El Álamo, la capilla y convento donde los gringos se defendieron hasta morir contra los ataques de los mexicanos que mandaba el general Santa Ana, es considerada allí como una hazaña que honra a todo el país y no sólo a Tejas. Por otra parte, el sentimiento hostil hacia el vecino del sur se ha desvanecido, y los incorporados por la fuerza de las armas del antiguo México son tan ciudadanos como los otros, y algunos incluso superiores, como el actual alcalde de San Antonio -una preciosidad de ciudad-, de origen latino. Anoten su nombre porque quizá sonará en la política norteamericana cuando, después de los católicos -también parecía imposible- llegue a la presidencia de la República el primer hispánico: se llama Cisneros, y es del Partido Demócrata.
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