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Azorín y los poetas

2 de febrero de 1958En Velintonia. Me cuenta Aleixandre que le ha llamado por teléfono José María Souvirón, poeta malagueño con el que apenas tiene amistad, para pedirle que intervenga en un acto de homenaje a Azorín que le hacen los poetas, organizado por el Instituto de Cultura Hispánica. Vicente aceptó, pensando que podría leer la semblanza de Azorín que ha incluido en su libro de semblanzas Los encuentros, que publicará este año la Editorial Guadarrama. Pero ahora me dice que está arrepentido de haber dicho que sí a Souvirón, pues no le hace gracia la idea de actuar en Cultura Hispánica. No por Azorín, naturalmente, al que admira mucho, sino por motivos políticos. Siempre se ha negado a actuar en los actos de este instituto oficial, aunque reconoce que es uno de los pocos abiertos del régimen, quizá por depender del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde tiene algunos amigos, Paco Mayans y Aurelio Valls, entre otros, diplomáticos ambos y poetas. Pero piensa que debe seguir manteniéndose al margen, incontaminado de oficialismo, como única forma que él puede adoptar de rechazo del régimen.

18 de marzo

Se celebró el homenaje de los poetas a Azorín en el Instituto de Cultura Hispánica, al que acudí como espectador. Vicente decidió por fin no asistir, pretextando enfermedad... Intervinieron, entre otros, Dámaso, Rosales, Panero, Vivanco, Souvirón, Muñoz Rojas, el colombiano Eduardo Carranza y el nicaragüense José Coronel Urtecho, ambos muy proclives a la melopea vinícola. Cuando terminó el acto, en el que no intervine, subí al estrado a saludar al maestro, y éste me preguntó: "¿Cómo va Insula"?. Sentí casi ternura por el viejo Azorín, rodeado de poetas, él que ha amado tanto la poesía y ha escrito sobre tantos de ellos, de ayer y de hoy. Al día siguiente le escribí felicitándole y pidiéndole que me autorizara a compilar una "breve historia de la poesía española" con los numerosos artículos y ensayos que ha escrito a lo largo de su vida, sobre poesía, y que están desperdigados en mil sitios. A los pocos días me llegó la respuesta de Azorín, fechada el 22 de marzo: "Querido José Luis Cano: muchas gracias. El consistorio de poetas resultó perfecto. Un editor de Barcelona desea publicar un manual de literatura española formado con lo que yo he escrito sobre los clásicos. No accedo a ello: no quiero desvalijar tomos y tomos. ¿No pasaría lo mismo con esa historia de la poesía que usted me propone? He escrito muchísimo acerca de poetas; merece atención el conde Bernardino de Rebolledo; está enteramente olvidado; no sé por dónde anda mi estudio sobre él. Abrazo cordial de Azorín".

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30 de marzo

En Velintonia. Hablamos de Leopoldo Panero y de la reacción que hay contra él por parte de los poetas e intelectuales contrarios al franquismo, dada su posición falangista y favorable al régimen. Incluso Rodríguez Moñino, tan amigo de los poetas, le ha negado el saludo. Cree Vicente que es injusto el silencio que hay ahora en torno a Panero, pues su poesía, cuya calidad es innegable, no tiene la culpa de su actitud política. Pero -le digo- es inevitable que a veces la política determine e influya en las estimaciones literarias. Un ejemplo reciente es el número que acaba de dedicar la revista de París Europe a las letras españolas de hoy, número que, según Vicente, está lleno de partidismo político, lo que no es extraño, ya que se trata de una revista filocomunista. "Con decirte que, en la antología poética que figura en el número, la poesía de Gil de Biedma sale favorecida con el doble número de páginas que la mía. No figuran, además, lo que me parece injusto, ningún poema de Hierro, Bousoño y Morales. Salvo Jorge Guillén y yo, los demás poetas que publica Europe son todos comunistas o compañeros de viaje".

5 de julio

En el Ateneo, donde estoy citado con don Bernando G. de Cándamo, el único superviviente del modernismo español, muy amigo de Rubén, de Juan Ramón y de los Machado. Me cuenta cosas de Rubén, de la revista Arte Joven y de Picasso, que figuraba como director artístico de ella. También de Juan Ramón y su supuesto matrimonio blanco con Zenobia, de la obsesión sexual de Villaespesa y su liaison y subsiguiente matrimonio con una ardiente cubana. Arte Joven, me cuenta Cándamo, la editaba y dirigía un tal Francisco de A. Soler, para que le sirviera de propaganda de su invento, al que él llamaba "el cinturón eléctrico", que conseguía, según el inventor, devolver la potencia sexual a quienes la habían perdido o la tenían escasa. Me habla después de Julio Pellicer, "que empezó siendo muy amigo nuestro y se fue separando de nosotros por un complejo de inferioridad y resentimiento, al no haber podido destacar en las letras como él esperaba". De Pellicer pasa a Rubén: "Rubén era un sensual y un emotivo. Se le empañaban los ojos de lágrimas cuando se emocionaba por algo. Fue él quien prologó con un poema el libro de Salva-

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Azorín y los poetas

Viene de la página 9dor Rueda En tropel. Rueda se lo agradeció, naturalmente, pero cuando murió Rubén, la envidia lo llevó a hablar mal de él, recordando su afición al alcohol, hasta el punto que tenía debajo de la cama una pequeña bodega. Años antes, al enfermar Rubén, pensó en ir a Mallorca para reponerse y acudió a mí para que yo le buscarse el lugar más idóneo. No me necesita usted a mí -le dije-, pues en Mallorca tiene usted un estusiasta admirador y la perso¡la ideal para ser su guía y su amigo: Gabriel Alomar. Y, en efecto, fue Alomar su inseparable guía en la isla". Hablamos de la heterodoxia sexual, y le digo que en su generación -la modernista- no estuvo de moda, pero me recuerda algunos nombres que la cultivaron: Benavente, Hoyos y Vinent, Pedro de Répide. "Quizá influyó en ellos la fama de óscar Wilde", me dice. Y con eso me despido de Cándamo, el superviviente de nuestro modernismo, que todavía escribe algún artículo que otro, con seudónimo, en la Hoja del Lunes madrileña.

12 de julio

Visita a Rafael Cansinos Assens en su casa de Meriéndez Pelayo. Primera sorpresa: es un gigante lento, pelo blanco y revuelto y deje sevillano. Más de medio siglo de ausencia de Sevillia no le han quitado el acento de su tierra. Ningún aire semita, que yo esperaba. Me habla con nostalgia de los primeros años del siglo, en los albores del modernismo, cuando conoció a Rubén, a Juan Ramón, y me cuenta su visita a este último en el sanatorio madrileño del Rosario, con Villaespesa, los hermanos Machado, Adolfo de Zayas y Ortiz de Pinedo, a quien todos llamaban Pinedito. La espiritualdiad decadente de Juan Ramón, que había publicado ya su primer libro, Almas de violeta, chocaba con las bromas licenciosas de Villaespesa, que escandalizaban al supuesto enfermo. Cansinos me recuerda unos versos anticlericales de Juan Ramón, de su época sevillana, que le recitó en cierta ocasión un tal Villasián. "Esos versos están hoy olvidados, como lo que me contó una vez el gerente de la editorial Renacimiento. Parece que Juan Ramón tuvo en Madrid rnomentos de graves dificultades económicas. Solía pedir ayuda a Martínez Sierra, rogándole que le regalara libros de la editorial con destino -le decía- a las bibliotecas populares. Pero insistía tanto en esas peticiones que en la editorial nos escamarnos. Le seguimos una vez y vimos con sorpresa que Juan Ramón se metía en la librería del señor Defauce, a quien vendía los libros regalados por Renacimiento. Pobre Juan Ramón. Con lo exquisito que era debió pasarlo mal en aquellos días de angustia económica". Antes de despedirme me regala Cansinos un número de la revísta Ars, donde publicó el recuerdo de aquella visita, tan divertida, a Juan Ramón en su refugio del sanatorio del Rosario. Me fijé un poco en la biblioteca de su casa y me di cuenta de que la gran mayoría de los libros que figuraban en los estantes eran diccionarios que le ayudaban para sus infinitas traducciones.

El hombre que fue en tiempos un crítico influyente y animador de tertulias literarias en la época del ultraísmo, a quien Borges, que asistió a su tertulia, consideró siempre su maestro, hoy está completamente olvidado, y para poder comer tiene que pasarse ocho horas diarias traduciendo para Aguilar a los clásicos rusos y alemanes (Dostoievski, Goethe). Aunque quizá su marginación sea voluntaria. Otro caso más del exilio interior que no pocos escritores padecen bajo el franquismo.

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