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Las tres legitimidades

Hace unos días he tenido la oportunidad y el honor de presentar en la sede de nuestra embajada del Gianicolo romano, ante numerosas personalidades políticas italianas, la biografía que ha escrito un periodista y escritor italiano sobre nuestro rey (Raffaello Uboldi: Juan Carlos. Rizzoli, Milán, 1985, 204 páginas). Sin duda alguna, se trata de una aportación más a esa "experiencia única en el mundo" que constituye nuestra transición democrática del anterior régimen político al constitucional actual, y que comienza a ser uno de los. fenómenos políticos más estudiados en todas las latitudes.Recientemente ha recordado Areilza, en este mismo lugar, que si nuestra guerra civil ha sido objeto hasta ahora de 22.000 obras publicadas, por ser considerada uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX, parecido futuro espera probablemente al análisis sobre nuestra transición, puesto que ya cuenta con cerca de 1.000 estudios. Sin embargo, si tenemos en cuenta el protagonismo que en dicho proceso ejerció el rey Juan Carlos, resulta curioso que hasta ahora no existiese, al menos en lo que se me alcanza, un libro dedicado a él escrito por un extranjero. De ahí la importancia que adquiere la aparición de esta biografía en italiano dedicada a uno de los actuales jefes de Estado que goza de mayor respeto mundial.

El libro se inicia recordando con acierto el contexto inmediato de nuestro país, lo que no sólo suministra las claves para entender el desenlace institucional vigente hoy en España, sino que es útil para entender también la personalidad, la formación y el carácter de don Juan Carlos. En uno de mis libros he expuesto, hace algunos años, los dos sustratos en que, a mi juicio, se basa el constitucionalismo español y que explican, en gran medida, la inestabilidad constitucional y política de un país que sólo en lo que va de siglo ha conocido el reinado y la caída de una monarquía, el establecimiento y la desaparición de una república, dos dictaduras y una cruenta guerra civil.

Pues bien, estos dos sustratos a los que me refiero son la cuestión de la forma de gobierno en el Estado y el problema del regionalismo. Dejando de lado ahora este último tema, es evidente que la dialéctica entre monarquía tradicional versus monarquía nacional (o nacionalizada), república o dictadura ha enfrentado a los españoles hasta el momento mismo de la muerte del general Franco. Pero, en contra de lo que se había previsto frecuentemente, dicha cuestión pendiente ha encontrado una solución satisfactoria que es aceptada por la inmensa mayoría de los españoles. Solución que consiste en la fórmula de la Monarquía parlamentaria introducida por nuestra Constitución vigente de 1978. La cual ya se podía vislumbrar desde el mismo momento en que el rey Juan Carlos I pronunció su discurso de la Corona, dos días después de su acceso a la jefatura del Estado. Al sostener que "hoy comienza una nueva etapa de la historia de España", se basaba en la profunda convicción de que la Monarquía por él personificada tenía que integrar a todos los españoles sin distinción de cualquier circunstancia.

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Ahora bien, me parece que no falseo la verdad señalando que si tal objetivo se ha cumplido no se debe a la magia, exaltada por algunos, de la bondad intrínseca de la forma monárquica de Gobierno, sino más bien -y sobre todo- a causa de quien se ha ganado el respeto de su pueblo, encarnando una institución que descansa en la idea de que lo sustancial y lo legitimador en lo que respecta al sistema monárquico de gobierno en nuestros días reside en que éste se halle profundamente vinculado con el ansia de libertad y de vida democrática que asume hoy la inmensa mayoría de los españoles.

Tengo para mí que el prestigio actual de don Juan Carlos entre los españoles no ha sido el fruto de la improvisación o del azar, sino la cosecha de una larga siembra, jalonada por varios momentos estelares, que comienzan cuando aceptó ser designado sucesor a la jefatura del Estado, en julio de 1969. Aceptación que no fue comprendida entonces ni por los monárquicos puristas ni por cierto sector conservador de la oposición democrática, al margen, naturalmente, de los grupos de izquierda de tendencia tradicionalmente republicana. Creo, sin embargo, que ya se comienza

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a rendir tributo a la prudencia de don Juan Carlos, el cual entonces intuyó con acierto que, a su acceso al poder, todo se debería cambiar. Permítanme que recuerde ahora un hecho que yo presencié en el año 1961, cuando tuve el honor de coincidir con el entonces príncipe Juan Carlos en un curso del doctorado en la facultad de Derecho de Madrid y que Uboldi recoge en su documentado libro. No quiero ocultar el escepticismo y la perplejidad que muchos manteníamos ante la posibilidad de que Juan Carlos de Borbón llegase algún día a ser rey.

Y así, uno de nosotros le comentó en una ocasión que, en el caso de que llegara a ser titular de la Corona, le gustaría saber si aceptaría un Gobierno socialista. La respuesta no se hizo esperar: "Por supuesto", dijo, "siempre que dicho Gobierno sea el resultado de unas elecciones libres...". Hoy, 24 años después, cuando dirige la política de la nación un Gobierno socialista, creo' que dicha afirmación debería ser materia de reflexión.

Así, al convertirse en jefe de Estado, no tardaría mucho en impulsar su madurado proyecto; pero lo haría de una forma que no violentaba la legalidad del régimen anterior, sino, al contrario, aprovechando las posibilidades que éste ofrecía para pasar de una dictadura a la democracia mediante los instrumentos que contemplaban las leyes fundamentales creadas por el general Franco.

Se respetaba la legalidad, pero se transformaba la legitimidad, la cual no podía ser otra sino la que otorga el pueblo soberano.

Es más: durante el período constituyente, en el que se resolvió democráticamente la titularidad del poder soberano, que hasta entonces estaba prácticamente en sus manos, el Rey, como ha señalado recientemente el que fuera presidente de las Cortes Constituyentes, "mantuvo una actitud de discreto apartamiento y escrupuloso respeto ante el legislador, sin interferirse lo más mínimo en sus tareas ni en sus criterios".

De donde se deriva que se podría afirmar que acató la Constitución desde antes de ser promulgada, siendo a partir de entonces el más celoso defensor de su vigencia.

No es extraño, pues, que cuando un grupo de exaltados y nostálgicos del pasado intentaran secuestrar al Gobierno y al Parlamento, de la nación, su intervención enérgica decisiva salvase la democracia y evitase al país una aventura de incalculable salida. De ahí que la actuación del Rey, como titular del órgano del Estado que es la Corona, sea percibida por el pueblo español como uno de los pilares fundamentales en que se asienta la democracia y como, probablemente, la institución constitucional que mejor y más acertadamente viene funcionando en nuestro actual sistema político. No puede sorprender, por consiguiente, que esta auctoritas de la que goza el rey Juan Carlos sea el resultado de un fuerte apoyo popular, que ha sabido intuir con inteligencia los tres títulos de legitimidad que expuso Max Weber: el tradicional, que es propio de la monarquía histórica; el racional, que se basa en el respeto a la ley en un sistema democrático de elecciones, y el carismático, que es producto de las cualidades excepcionales que concurren en una persona.

Todo esto, como digo, subyace en la biografía que ha escrito Uboldi, con estilo ágil y ameno, y todo esto también me lleva a afirmar, con Hernández Gil, que en tanto que catedrático de Derecho Constitucional, además de embajador, creo que hay que reconocer que el rey Juan Carlos I ha dado una lección magistral de cómo se llega a un Estado de derecho y de lo que ello representa. Por eso pienso que se debe recordar, por merecida, la expresión que incluye Horacio en sus Epístolas: "Rex eris si recte facies".

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