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La tercera ampliación del Mercado Común

Una gran maquinaria burocrática dispersa y a veces paralizada

Andrés Ortega

La CEE, en su funcionamiento interno, es como un motor con dos pistones, tres carburantes, medio árbol de levas, tres correas de transmisión y un carburante cuya fórmula sigue siendo un secreto Petardea, avanza a tirones, aunque a menudo los grandes avances no se produzcan hasta altas horas de la madrugada, después de debates agotadores en los que las intervenciones de los expertos de cada país complican convenientemente las discusiones. Aunque, afortunadamente, cuando llegan a la cumbre, los problemas se solucionan con la fórmula más sencilla.Esto ocurrió con el cheque al Reino Unido. Durante meses se manejaron fórmulas harto complicadas para, al final, llegar a un compromiso bien simple: la devolución a las arcas británicas de las dos terceras partes de la diferencia entre lo que paga y lo que recibe de la CEE.

La Comisión Europea propone, el Consejo de Ministros de la CEE dispone, y el Parlamento Europeo pone su grano de arena para paralizar la gran maquinaria de la Comunidad. Una Comunidad que no tiene aún una sede oficial. Las instituciones están en diversas ciudades -Bruselas, Luxemburgo, Estrasburgo-, pero por la fuerza de los hechos, no porque haya mediado una decisión.

Extraña duplicidad

Si hay reuniones en Luxemburgo, para allá van camiones con archivos de Bruselas y de Estrasburgo, que a los pocos días retornan con las mismas cajas a su punto de origen. El Parlamento Europeo es el ejemplo más delirante. Las sesiones plenarias se celebran en Estrasburgo (con un excelente restaurante subvencionado por el Ayuntamiento), pero la secretaría está en Luxemburgo.

A nivel interno, las peleas han sido numerosas. En 1979, el Reino Unido parecía que iba a retirarse de la CEE. Luego se produce un bloqueo por parte de Grecia, una nueva amenaza ateniense de abandonar la Comunidad. Por su parte, Francia exige y, si no obtiene satisfacción, quiere romper la baraja. Pero, evidentemente, a la hora de la verdad nadie se marcha y nadie rompe las filas. Cuando todos se pelean con tanto afán por algo, es que ese algo es importante.

"Luz y taquígrafos", se decía antes. "Fotocopiadoras y telecopiadoras para la transmisión de documentos", se dice ahora. Sin ellas, la CEE quedaría paralizada, como no funcionaría sin los intérpretes y los traductores, a pesar de que Francia ha conseguido un indudable éxito (seguramente porque el Reino Unido no ingresó a tiempo) al consagrar el francés como lengua de trabajo.

Todo el funcionamiento gira en torno a la gran hermana, que es la Comisión Europea, y el gran hermano, que es el Consejo de Ministros, que evidencian constantes recelos mutuos. Es un juego de presiones, resistencias y difíciles decisiones. La Comisión saca su fuerza no sólo de su carácter de órgano ejecutivo de la CEE, sino también de su gran burocracia, pues es la que posee los expertos en todo género de detalles. Debería ser un órgano auténticamente supranacional, pero a menudo, en su seno, los comisarios defienden los intereses de los países que les han nombrado. Y alrededor de todo esto está la Prensa, las filtraciones, el juego de las declaraciones. El famoso enfrentamiento entre Margaret Thatcher y François Mitterrand en la cumbre de Atenas de 1983 empezó antes entre sus respectivos portavoces que en la sala de reuniones.

Interpretaciones diferentes

A menudo, se tiene la impresión, a juzgar por lo que puede leerse en los periódicos europeos, que los representantes de la prensa, según su nacionalidad, han asistido a reuniones diferentes dentro de la Comunidad. Hay que tener en cuenta, de cualquier forma, que la propia complejidad de los temas obliga a estar encima de todas las cuestiones, dada la tendencia a negociar en paquete cosas que a menudo no están relacionadas entre ellas.

Pero poco a poco -y sobre todo si se mira lo que había en 1944 o 1945- Europa sale, a golpes de illogismo, del estado natural, como hubiese dicho Thomas Hobbes. Este es un gran leviatán, único en su género.

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