_
_
_
_
_
Reportaje:

El arrepentido de la heroína

Francisco Javier Albarrán, adicto al 'caballo' y atracador ocasional, pasa el 'mono' en la prisión de Carabanchel

Amelia Castilla

Francisco Javier Albarrán, heroinómano y atracador ocasional que se entregó voluntariamente a la policía para someterse a una cura de desintoxicación, pasa el síndrome de abstinencia a pelo en la prisión de Carabanchel. Albarrán, al que se ha considerado el primer arrepentido de la heroína, es un ejemplo de la falta de recursos en el tratamiento de los que desean bajarse del caballo. Las Juventudes Socialistas de España solicitan para estos reclusos medidas de reinserción social mediante un sistema de indultos personales, que podría ser similar al utilizado para los terroristas.

Más información
Las víctimas del 'caballo'

Después de tres días de intensa reflexión, Francisco Javier, que se encontraba refugiado en casa de un amigo, se levantó de la cama decidido a entregarse. Ya tenía mono. Se duchó y notó un cierto alivio en sus doloridos riñones, después desayunó y una vez en la calle tomó un taxi que lo condujo directamente a la comisaría de Tetuán. A las doce de la mañana, entraba resuelto en el departamento policial."Buenos días. Vengo a entregarme". La sorpresa del agente que lo atendió fue mayúscula. "Que quiere ¿qué?... Bueno, este no es un caso habitual. Espere un momento, que voy a llamar al comisario", le pidió el sorprendido agente. Minutos después, Francisco Javier relataba a un grupo de policías boquiabiertos que quería someterse a una cura de desintoxicación y que aceptaba las responsabilidades que se deriven de sus acciones delictivas. La heroína se interpuso hace muchos meses en el camino de Francisco Javier, de 29 años, padre de dos hijos. La dependencia de la droga y su alto precio le habían conducido a cometer cuatro robos para conseguir dinero.

De la comisaría de Tetuán, en la que asegura recibió un trato correcto, pasó a las dependencias de la Jefatura Superior de Policía. "Para entonces ya había perdido la noción del tiempo, llevaba mucho tiempo sin ponerme y estaba hecho polvo", dice. Su propio cuerpo se había convertido en su enemigo. Los dolores de riñón eran fortísimos. Sentía como si se le rompiera el cuerpo y vomitaba continuamente mientras la temperatura de su cuerpo oscilaba entre el calor y el frío intenso. En ese estado le pidió a un agente que le facilitaran un analgésico. "Me respondieron que sí, que me iban a tranquilizar, pero con una porra". De ahí fue trasladado al juzgado y posteriormente se le ingresó en la prisión de Carabanchel, en la séptima galería.

La soledad de la galería

La situación en la prisión no mejoró. Albarrán era uno más de los muchos presos que pasan el mono en la soledad de la galería. "Menos mal que aquí dentro existe un poco de solidaridad", afirma. "No podía ni ponerme en pie. Los colegas me bajaban los primeros días al comedor en volandas". Cuando Francisco Javier miraba a su alrededor se acrecentaba la pesadilla. Otros pasaban por lo mismo, y allí "no te atiende nadie". Durante su estancia en la séptima fue visitado por un practicante que le hizo algunas preguntas y le recetó un valium para dormir. El parte médico facilitado por el servicio de la prisión, tras la inspección realizada, concluía que "Albarrán no necesita ningún tratamiento relacionado con la drogadicción que refiere". El pasado domingo Francisco Javier fue trasladado a la enfermería.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

En uno de los locultorios de la prisión reservado para comunicaciones con abogados (una pequeña y sucia habitación dividida en dos por un muro de rejas y cristales), Franciso Javier asegura que mantiene su postura de arrepentido. Cuando el funcionario le comunicó que tenía visita, vio como Francisco Javier Palazón, detenido como presunto cerebro de evasión de divisas, preparaba sus cosas para marcharse. "Es una vergüenza", pensé. "Unos pagan 60 millones para salir y otros no pueden reunir 25.000 pesetas".

Como la comunicación es especial, los funcionarios han abierto una pequeña ventana para facilitar la conversación. El aspecto del recluso es deplorable. Está completamente demacrado y luce unas enormes ojeras. Es un joven muy delgado, de cara afilada, labios muy finos y rostro imberbe.De sus ojos aún no ha desaparecido esa especie de cortinilla que deja como vacía la mirada de los yonquis, y sus brazos y manos están plagados de restos de pinchazos. Lleva puestos tres jerseys. Su pelo no consigue ocultar la cicatriz de la frente, recuerdo de la época en que trabajaba en una empresa que se dedica a la instalación de señales para ferrocarriles. Estaban trabajando en un vía y un viajero lanzó una botella desde el tren y a él le alcanzó en la frente.

"Me entregué para curarme", dice pegando su cara a las rejas. "O salgo definitivamente o me hundo. Prefiero matarme a volver a lo mismo". Francisco Javier, que lleva la misma ropa desde hace 15 días debido a un problema de burocracia dentro de la propia prisión, comparte el chabolo con siete hombres, que ya están un poco hartos de verle pasear durante toda la noche por la celda sin poder conciliar el sueño. Con las primeras luces del día se levanta para pasar el recuento carcelario. Luego vuelve a la cama hasta las diez de la mañana. Limpia la habitación y se asea. Después, el desayuno, un sucedáneo de café "que acaba con el estreñimiento más fuerte", y una barrita de pan con mermelada o margarina. Hasta la hora de la comida -13.30 horas- pasea por el patio o permanece en la enfermería. De tres a cinco de la tarde, la siesta encerrado en la celda. Mientras espera la cena, mata el tiempo jugando a las damas o viendo la tele. Tras pasar el último recuento, se enfrenta a lo peor: otra vez el insomnio y la ansiedad.

No hay rehabilitación

La ansiedad probablemente no se le pasará hasta que no sea trasladado a una institución adecuada. En la actualidad no existe ninguna fórmula legal que prevea una situación similar y que permita al delincuente superar el síndrome de abstinencia en una comunidad terapéutica. La desintoxicación y la hipotética rehabilitación física y social tendrán que realizarse en la cárcel o, en todo caso, en el hospital psiquiátrico.

El Hospital Psiquiátrico Penitenciario es hoy por hoy la única alternativa que el Estado español ofrece al recluso toxicómano, junto con un centro similar, aunque más nuevo, en Alicante. Los adictos son tratados en estos centros con algunos fármacos, analgésicos contra el dolor, ansiolíticos para enfrentar la angustia y algunos inductores del sueño para combatir el insomnio. La terapia del psiquiátrico, el choque de la deprivatización, está acabada en dos o tres semanas.

Las Juventudes Socialistas, que consideran a Albarrán todo un símbolo de los problemas que tiene un 60% de la población reclusa, solicitarán al Gobierno que concrete una oferta pública de reinserción que garantice que los toxicómanos con delitos pendientes que quieran acogerse a estas medidas especiales sean inmediatamente tratados en centros sanitarios.

"Una vez pasada la primera desintoxicación, los toxicómanos no deben ingresar en centros penitenciarios, sino en centros especializados, donde puedan continuar su tratamiento. Todos los casos de toxicómanos acogidos a las medidas de reinserción deben ser estudiados con el fin de aplicar posibles indultos personales".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_