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Roma quedó desierta para decepcionarse ante 'Colón'

Juan Arias

La noche del jueves, mientras el segundo canal de la Radiotelevisión Italiana (RAI) estaba transmitíendo el primer capítulo de la serie Cristóbal Colón, de Alberto Lattuada, las calles de Roma se quedaron desiertas como en las clásicas jornadas del Mundial de fútbol. Nadie quería perderse la primera cita. El ministro de Trabajo español, Joaquín Almunia, que había convocado en la Embajada de España una conferencia de prensa a las siete de la tarde, tuvo que anticiparla porque de lo contrario se habría quedado solo.Sin embargo, la impresión que ha dejado el primer capítulo de una obra tan esperada y anunciada acabó desilusionando en gran parte no sólo a los españoles, sino también a muchos, italianos. Porque la sorpresa ha sido que la superproducción italonorteamericana presenta a un Cristóbal Colón de ojos azules. Todos tienen en la película los ojos como el mar del Caribe: Colón, el rey, la reina, las mujeres. El aventurero y recio navegante descubridor de las Américas no sólo tiene ojos azules, sino también alma casta y franciscana. Por eso no sólo no parece español, sino tampoco mediterráneo, latino. Es como un ángel nórdico.

Por eso a la película le falta esa emoción y esa vibración del El viejo y el mar de Hemingway. Le falta un pedazo de la historia real de un personaje que en el bien o el mal vive ya en el inconsciente y en la memoria histórica de cada uno de nosotros. Un Colón como el de Lattuada, místico, convencido de ser elegido por Dios, muy religioso, que después acaba resignándose frente a la oposición de los sabios españoles que le gritan en la cara su ingenuidad y su locura no despierta, por lo menos en su primer capítulo de hora y media, ningún latigazo de emoción.

Sólo la reina española, que desde su primer encuentro aparece visiblemente enamorada de la cara de bueno del guapo Colón, cree, por amor más que por inteligencia, en su empresa. Todos los demás personajes españoles que va encontrando son poco menos que monstruos arrancados de un retablo de la Inquisición. Tan horribles que despiertan hilaridad más que rabia.

El primer capítulo acaba cuando el Colón santo descubre de repente su alma ambiciosa y desgrana ante los reyes su rosario de exigencias. Sólo en ese momento el seráfico Colón se muestra intransigente.

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